Arianna Sterling es una joven con una apariencia destacada y un gran secreto: es la presidenta y heredera de un poderoso conglomerado familiar con lazos a la realeza. Según una tradición familiar, debe pasar varios años alejada de su familia y riquezas, viviendo como una persona común para demostrar su fortaleza. Durante este tiempo de anonimato, enfrenta enemigos ocultos que amenazan con destruir todo lo que le pertenece. A medida que se adapta a esta nueva vida, Arianna descubre que alejarse de la opulencia y el poder conlleva desafíos que pondrán a prueba su inteligencia y su corazón.
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CONSECUENCIAS
Arianna despertó al día siguiente con el mismo dolor intenso que la había abrumado el día anterior. La pastilla que había tomado la noche anterior apenas había hecho efecto, y su cuerpo seguía agotado. Aún no había amanecido del todo cuando el sonido de su teléfono la sacó de su malestar. Era una llamada de Rebeca. El solo ver su nombre en la pantalla le provocó una punzada de ansiedad, pero contestó de todos modos, sabiendo que no podía evitarlo por más tiempo.
—¿Arianna? —la voz de Rebeca sonaba fría e impaciente, como siempre—. ¿Dónde estuviste ayer en la tarde? Te fuiste sin avisar, y la tienda estaba llena de clientes. ¿Sabes cuántos problemas me causaste con tu irresponsabilidad?
Arianna cerró los ojos, intentando mantenerse tranquila. Sabía que el dolor no era excusa suficiente para Rebeca, aunque apenas podía moverse.
—Rebeca, te dije que no me sentía bien. Ayer me fui porque el dolor era insoportable —respondió, tratando de que su voz no sonara tan débil como se sentía.
—No me interesa, Arianna. Tienes que venir a trabajar hoy —la interrumpió Rebeca, su tono firme y cortante—. Si no vienes, me veré obligada a tomar medidas. Y ya sabes lo que eso significa.
Arianna sintió un nudo en el estómago. Sabía lo que Rebeca insinuaba. No tenía más opción que ir, aunque su cuerpo y mente le rogaban lo contrario.
—Está bien, iré —respondió en voz baja, resignada.
Después de colgar, se tomó un momento para reunir fuerzas. Se levantó lentamente, con cada movimiento trayendo un recordatorio de su dolor persistente. Se vistió con la misma rapidez que le permitió su cuerpo, aunque cada paso hacia la tienda le parecía una tortura.
Cuando llegó, la tienda estaba tan abarrotada como el día anterior. Rebeca la observó desde su oficina, apenas levantando la vista de sus papeles para fijarse en la expresión pálida de Arianna. El dolor era obvio en cada movimiento que hacía, pero Rebeca se mantuvo indiferente, sin ofrecer una palabra de consuelo o ayuda. Arianna trató de concentrarse en su trabajo, pero el malestar era abrumador. Cada cliente parecía una montaña que escalar, y las horas se arrastraban más lentamente que nunca.
La tarde llegó, y con ella, un punto de quiebre. Arianna sabía que no podía seguir así. Cada minuto que pasaba empeoraba su condición, y el dolor la hacía casi incapaz de pensar con claridad. Se acercó a Rebeca, esperando, aunque fuera, una pequeña muestra de comprensión.
—Rebeca, no puedo más. Necesito irme —dijo, intentando que su voz no temblara.
Rebeca levantó la vista, con una expresión fría y distante.
—Si te vas ahora, Arianna, ya sabes lo que pasará. No puedo seguir tolerando tu actitud irresponsable. Si te marchas, no te molestes en volver —dijo sin un ápice de compasión.
Arianna respiró hondo. Sabía lo que significaba. Sabía que estaba a punto de perder su empleo, pero en ese momento, el dolor y la indiferencia de su jefa eran más de lo que podía soportar. Sin decir una palabra más, recogió sus cosas y salió de la tienda.
Mientras caminaba hacia su motocicleta, el aire fresco le trajo un pequeño alivio, aunque sabía que las consecuencias serían graves. Pero en ese momento, lo único que importaba era cuidar de sí misma. Ya lidiaría con lo demás más tarde.