En el pintoresco pueblo de Santa Lucía, Mary, una joven de veintiún años siente un profundo vacío causado por la falta de afecto de su padre, don Jaime, quien parece preferir a sus hermanos. Determinada a ganarse su amor, Mary inicia un viaje emocional donde descubre que el verdadero amor comienza por uno mismo. Con la ayuda amorosa de su madre, Mary busca entender las razones detrás del distanciamiento de su padre mientras aprende valiosas lecciones sobre aceptación y fortaleza interior. En su búsqueda, Mary encuentra que el amor verdadero puede manifestarse de formas inesperadas y en momentos cruciales de la vida familiar y personal.
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Accidente Inesperado
El sol brillaba con fuerza en Santa Lucía aquella mañana, y Carlos se dirigía a su trabajo con una sonrisa en el rostro. Había planeado una cena especial con Mary esa noche para celebrar un pequeño hito en su relación. Con los pensamientos llenos de planes futuros, Carlos condujo por las tranquilas calles del pueblo.
Sin embargo, el destino tenía otros planes. Mientras giraba en una esquina, un coche que venía a gran velocidad lo sorprendió. Los frenos chirriaron, pero no fue suficiente.
El impacto fue inevitable y ensordecedor. Los coches chocaron con una fuerza que hizo que el mundo de Carlos se volviera negro en un instante.
En casa de los Rodríguez, Mary estaba en la cocina ayudando a su madre cuando su teléfono sonó. Al ver que era una llamada de un número desconocido, dudó un momento antes de contestar.
—¿Hola? —dijo Mary, sintiendo una inexplicable inquietud.
—¿Es usted Mary Rodríguez? —preguntó una voz masculina al otro lado de la línea.
—Sí, soy yo. ¿Quién habla? —respondió Mary, su corazón comenzó a latir mucho más rápido de lo habitual.
—Soy el oficial Ramírez de la policía local. Lamento informarle que Carlos ha tenido un accidente. Está siendo trasladado al hospital ahora mismo —dijo el oficial, tratando de mantener la calma.
Mary sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. El teléfono se le resbaló de las manos y se estrelló contra el suelo.
—¡Mamá! ¡Papá! Carlos ha tenido un accidente. Tenemos que ir al hospital —gritó Mary, su voz quebrada por el miedo y la angustia.
Doña Clara y don Jaime corrieron hacia ella, y al escuchar la noticia, don Jaime tomó las llaves del coche y condujo a toda prisa hacia el hospital.
Al llegar, Mary corrió hacia la recepción, sus ojos llenos de lágrimas y su respiración agitada.
—Carlos... Carlos García. ¿Dónde está? —preguntó desesperada a la recepcionista.
—Carlos está en cirugía. Los médicos están haciendo todo lo posible. Por favor, esperen aquí y les informaremos tan pronto como tengamos noticias —dijo la recepcionista con voz suave y compasiva.
Mary se dejó caer en una silla de la sala de espera, sintiendo una mezcla de impotencia y desesperación. Doña Clara se sentó a su lado, abrazándola con fuerza mientras don Jaime se quedó de pie, mirando fijamente la puerta de la sala de emergencias.
El tiempo parecía detenerse. Cada minuto que pasaba era una eternidad para Mary, que no podía dejar de pensar en el bienestar de Carlos.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, un médico salió de la sala de emergencias, buscando a los familiares de Carlos.
—Familiares de Carlos García —llamó el médico, y Mary se levantó de un salto, seguida de cerca por sus padres.
—Soy su novia, y estos son mis padres. ¿Cómo está? —preguntó Mary con voz temblorosa.
—Carlos está estable, pero la cirugía fue complicada. Tiene varias fracturas y una conmoción cerebral. Estará en observación durante los próximos días. Ha sido muy afortunado de no sufrir lesiones más graves —dijo el médico, tratando de ofrecer consuelo.
Mary respiró hondo, sintiendo un alivio parcial al saber que Carlos estaba vivo. Aunque la recuperación sería larga, lo importante era que aún tenían un futuro juntos.
—¿Podemos verlo? —preguntó Mary, ansiosa por estar a su lado.
—Sí, pueden verlo, pero solo por un momento. Necesita descansar —respondió el médico.
Mary entró en la habitación de Carlos, su corazón latiendo con fuerza al verlo en la cama, cubierto de vendajes. Se acercó a él, tomó su mano y susurró:
—Estoy aquí, Carlos. Todo va a estar bien. Estoy contigo.
En ese momento, a pesar de la tragedia, Mary sintió una fuerza interior que la impulsaba a enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino. Sabía que juntos, superarían cualquier adversidad.