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4.3
Carrie se entristeció mirando los pequeños copos de nieve derritiéndose al deslizarse por su ventana. Ella..., ¿qué estaba haciendo? Siempre fue una niña alegre y un tanto alocada, pero estaba segura de que esa vez, había cruzado los extremos. Se acostó con un hombre al que conoció un día antes, después de haberlo comprado en una agencia mágica clandestina.
Era demasiado tarde para lamentaciones, estaba hecho. Pese a que se convenció a sí misma de que Aidan sería un hermoso recuerdo en su vida, también sería uno doloroso. Era estúpido pensar que tenía sentimientos por un hombre al que conocía hace menos de cuarenta y ocho horas. El sexo fue bueno, más de lo que imaginó. Pero Aidan realmente la hizo sentirse amada.
No cabía duda que continuaba siendo una ilusa inmadura, sólo alguien así podría estar encariñada de un hombre después de un buen polvo. Recordó que Aidan le dijo: «te quiero», pero ella sabía que no era cierto. Quizá lo dijo porque pensó que ella necesitaba escucharlo, era su primera vez de todos modos.
Suspiró bajando las escaleras, tal vez cancelarían la cita por la tormenta de nieve que se avecinaba. Edward continuaba dormido en el vestíbulo y Alicia se había marchado. Aidan sin embargo, la esperaba sentado en el sofá de la sala con los brazos extendidos en el respaldo. Deseó haber sido millonaria y comprarlo por el resto de su vida. Un espécimen de tal calibre calentándole la cama y el corazón, habría sido fantástico.
—¿Vamos a salir? De lo contrario, pediré algo para la cena —murmuró contra sus labios.
Aidan gimió incorporándose. Podría comérsela a ella bajo las sábanas, pero tampoco tiraría por la borda su dinero. No le pagarían nada por ese trabajo, Alicia se había excedido en el presupuesto, sólo esperaba que Carrie disfrutara de su sorpresa.
—Vamos —indicó, dirigiéndose al armario para coger los abrigos.
—¿Y mi hermano? —preguntó Carrie señalando a Edward—, ¿Qué sucederá con él?
A Aidan le dieron ganas de abrir todas las ventanas de la casa, apagar la calefacción, y dejarlo tirado en el piso por entrometido. Por su culpa había perdido toda una tarde con Carrie. Gruñó, cargándolo y aventándolo en el sofá.
Carrie le sonrió en agradecimiento, abrochándose el abrigo. Salieron de la casa tomados de la mano, perdiendo la intimidad del contacto debido a los guantes que se interponían entre ellos. Apreciaron la nieve caer suavemente sobre toda superficie, formando un delgado manto blanco que envolvía la ciudad.
Carrie soltó una exclamación, atisbando una carroza al estilo barroco, decorada con molduras de oro estacionada frente a su casa. Los dos caballos blancos que tirarían del carruaje, relincharon llamando su atención, y ella se sintió en un sueño.
—¿Lista para el viaje? —Aidan le sorprendió, confirmando que en efecto, el carruaje era para su transporte.
Ella corrió emocionada, esperando impaciente a que Aidan abriera la portezuela. En cuanto lo hubo hecho, se montó brincoteando en los asientos azules de la carroza. Aidan tuvo la intención de sentarse en lado opuesto, pero Carrie tiró rápidamente de su brazo, acomodándolo junto a ella. Sacó la cabeza por la ventana, mirando como los caballos comenzaban a trotar a las órdenes del cochero. No tenía idea de dónde se dirigían, pero esperaba que fuera un lugar maravilloso.
—¿Te gustó? —le cuestionó Aidan.
Carrie enrolló los brazos alrededor de su cuello.
—Me gusta mucho pero, ¿de dónde ha salido todo esto? —frunció el ceño—. ¿Tendrá algún cargo extra?
Aidan sonrió besándola en la frente.
—No —mintió. No para ella.
Carrie continuó admirando el paisaje, mirando de soslayo a su acompañante de vez en cuando. Aidan tenía un semblante serio, elegante, no dejaba duda de sus capacidades intelectuales, de ser real, habría sido un hombre exitoso.
—Aidan, ¿qué clase de vida te gustaría tener? —preguntó, sonrojándose por la mirada que él le dio—. Si fueses real.
Aidan hizo una mueca. Él era real. Él tenía una vida. Suspiró, acariciando la cabeza de Carrie.
—Me gustaría tener una madre, amorosa y comprensiva. Un trabajo decente para ayudar con los gastos y costear mis estudios en la universidad —sonrió, relatándole su vida—. Por las noches, me gustaría llegar a casa y encontrar a mi hermanita haciendo su tarea en la mesita del té, le prepararía la cena, y esperaríamos a mamá mientras vemos la televisión. Los fines de semana, iría con la niña a la lavandería y conversaríamos sobre tonterías. Creo que me tomaría un par de horas para salir con mis amigos, y después estudiaría porque querría enorgullecer a mamá graduándome con honores.
Carrie se sintió herida. En ningún momento la mencionó en sus planes. Echó un vistazo por la ventana, había dejado de nevar.
—Si la tuvieras y nos conociéramos en circunstancias diferentes, ¿dormirías conmigo? —cerró los ojos, esperando una respuesta.
—No.
Lo sabía, Aidan estaba con ella porque no tenía otra opción. Se habría acostado de la misma forma con cualquier otra chica, siempre y cuando lo hubiese comprado. Sintió deseos de empujar la portezuela y saltar del carruaje en movimiento. Habría sido mejor acostarse con Paul, por lo menos él, quería tener sexo porque ella le gustaba en realidad.
—Me habría dado tiempo de conocerte —repuso Aidan, acariciándole la mejilla con el dorso de la mano—. Te llevaría a casa para presentarte formalmente como mi novia, y habría venido a la tuya a soportar los insultos de tu hermano. Entonces sí, buscaría desesperadamente un lugar para estar a solas contigo.
Carrie se sintió satisfecha con la respuesta, aminorando la opresión de su pecho. Sin embargo, prolongar su vida en el mundo real era solamente un sueño.