Un joven talentoso pero algo desorganizado consigue empleo como secretario de un empresario frío y perfeccionista. Lo que empieza como choques y malentendidos laborales se convierte en complicidad, amistad y, poco a poco, en un romance inesperado que desafía estereotipos, miedos y las presiones sociales.
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CAPITULO 14
Un nuevo rival
La emoción de la propuesta aún se sentía en el aire. Gabriel no podía evitar mirar su anillo a cada instante, mientras Valeria ya tenía carpetas llenas de ideas para la boda: flores, invitaciones, salones, música. Samuel, aunque más tranquilo, se mostraba igual de entusiasmado, y en más de una ocasión, bromeaba diciendo que terminaría siendo el padrino más organizado de la historia.
Alejandro, por su parte, mantenía la calma en apariencia, pero su corazón latía con una mezcla de alegría y nerviosismo. Planeaban un futuro juntos, y aunque todo marchaba bien, la vida siempre parecía poner nuevas pruebas en su camino.
Esa mañana, Alejandro recibió una llamada que no pudo ignorar. La empresa se reuniría con un joven y prometedor CEO que había revolucionado el mundo de la tecnología: Carlos Ríos, apenas 28 años, dueño de una compañía emergente que competía con gigantes establecidos. Era conocido no solo por su talento, sino también por su atractivo físico y su seguridad arrolladora.
Alejandro aceptó la reunión con un gesto serio, sin imaginar lo incómoda que resultaría.
El día de la junta, Gabriel lo acompañó como siempre, impecablemente vestido con un traje gris claro que resaltaba su figura y su aire dulce. Aunque ya no era el secretario nervioso de antes, seguía teniendo una timidez natural que lo hacía encantador.
Al entrar en la sala de juntas, los recibió un hombre que parecía sacado de una portada de revista: cabello oscuro perfectamente peinado, una barba ligera y unos ojos verdes penetrantes. Carlos Ríos irradiaba juventud y poder.
—Alejandro Rivera —dijo, estrechando la mano con firmeza—. Es un honor finalmente conocerte.
Alejandro asintió con cortesía.
—El honor es mío, señor Ríos.
Los ojos de Carlos, sin embargo, no tardaron en desviarse hacia Gabriel. Y cuando lo hicieron, el ambiente cambió. Una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
—¿Y este joven? —preguntó con un tono más suave, casi insinuante.
Gabriel, sorprendido, extendió su mano tímidamente.
—Soy Gabriel Torres… secretario de Alejandro.
Carlos sostuvo su mano más tiempo del necesario, observándolo con descaro.
—Encantado, Gabriel. Un placer conocer a alguien tan… interesante.
Alejandro frunció el ceño. Esa mirada, ese tono, esa sonrisa, no le gustaban en absoluto.
Durante la reunión, Carlos expuso su proyecto con confianza y elocuencia. Hablaba de cifras, innovaciones y planes de expansión, pero cada tanto desviaba la mirada hacia Gabriel, lanzándole sonrisas y comentarios que parecían más coqueteo que conversación de negocios.
—¿Qué opinas tú, Gabriel? —preguntó en un momento dado, saltándose por completo a Alejandro.
Gabriel se puso nervioso.
—Yo… bueno, no soy experto en el área… —balbuceó, bajando la mirada.
Carlos rió suavemente.
—Seguro subestimas tu talento. A alguien como tú le sobra inteligencia. Además de encanto.
Alejandro apretó el bolígrafo con tanta fuerza que estuvo a punto de romperlo.
La reunión terminó con acuerdos preliminares, pero la tensión quedó flotando en el aire. Gabriel, aún algo sonrojado, recogía los documentos mientras Carlos se acercaba de nuevo.
—Espero verte pronto, Gabriel —dijo en voz baja, inclinándose peligrosamente cerca—. Este mundo necesita más personas como tú.
Alejandro no soportó más. Rodeó los hombros de Gabriel con un gesto posesivo y miró a Carlos directamente a los ojos.
—Te equivocas, Ríos. Gabriel no está disponible. Es mi prometido.
El silencio fue absoluto. Gabriel se quedó petrificado, y Carlos arqueó una ceja, sorprendido pero divertido.
—¿Prometido? —repitió, con una sonrisa pícara—. Vaya… no lo esperaba. Felicitaciones entonces. Aunque debo admitir que la suerte es toda tuya, Rivera
Alejandro lo sostuvo con la mirada, firme, sin dejar espacio a dudas. Carlos, lejos de incomodarse, soltó una risa baja.
—Esto se pondrá interesante.
Camino al coche, Gabriel estaba nervioso.
—Alejandro… no tenías que decirlo así…
Alejandro lo miró de reojo, aún con el ceño fruncido.
—¿Y dejar que ese idiota siguiera coqueteándote en mi cara? No, Gabriel. Quiero que quede claro para todos: eres mío.
Gabriel se sonrojó intensamente, bajando la mirada.
—Lo sé… pero me sentí… raro.
Alejandro se detuvo y tomó su rostro entre las manos.
—Escúchame bien —dijo con una voz firme pero llena de ternura—. No tienes que sentirte raro. Eres el hombre que amo, con el que voy a casarme. Nadie, absolutamente nadie, podrá cambiar eso.
Gabriel sonrió débilmente, sus ojos brillando de emoción.
—Eres demasiado celoso…
Alejandro arqueó una ceja.
—Y con razón.
Ambos rieron suavemente, pero en el fondo, Alejandro sabía que Carlos Ríos no sería un problema que desaparecería tan fácilmente. Ese hombre había mostrado interés, y Alejandro tenía claro que no era alguien acostumbrado a perder.
Esa noche, Valeria recibió la noticia con un grito que resonó en todo el departamento.
—¡¿Qué?! ¡Un CEO guapísimo le coqueteó a Gabriel frente a ti?! ¡Ay, no! Esto parece una novela coreana, me encanta.
Samuel, en cambio, bufó mientras bebía una copa de vino.
—Ese tal Ríos me huele a problemas. Tengan cuidado.
Gabriel se encogió de hombros, incómodo.
—Ni siquiera hice nada…
—¡Obvio que no! —interrumpió Valeria, abrazándolo—. Tú eres un ángel. Pero los hombres como ese… creen que todo lo pueden tener. Y ahora que sabe que estás comprometido, seguro intentará picar más.
Alejandro permaneció en silencio, mirando fijamente el anillo en la mano de Gabriel. Esa joya representaba un compromiso, pero también una promesa que no pensaba dejar que nadie quebrara.
Finalmente, habló con calma, aunque con una firmeza que heló el aire.
—Que lo intente si quiere. Solo logrará darse cuenta de algo: Gabriel Torres ya tiene dueño.
Gabriel lo miró con una mezcla de amor y nerviosismo, sin poder evitar sonreír. Aunque Alejandro pudiera ser posesivo, en el fondo, esa intensidad también lo hacía sentirse más protegido que nunca.
Y mientras planeaban los detalles de la boda, una nueva certeza se dibujaba en el horizonte: Carlos Ríos había llegado para alterar el equilibrio. Y Alejandro estaba dispuesto a luchar con todo por el hombre que amaba.
CONTINUARA