El sueño de Marcela Smith es convertirse en campeona de Fórmula Uno, sin embargo deberá lidiar contra una mafia de apuestas ilegales, sin escrúpulos, capaz de asesinar con tal de consumar sus pérfidos planes de obtener dinero fácil y que no querrán verla convertida en la mejor del mundo. Marcela enfrentará todo tipo de riesgos y será perseguida por los sicarios vinculados a esa mafia para evitar que cristalice sus ilusiones de ser la reina de las pistas. Paralelamente, Marcela enfrentará los celos de los otros pilotos, sobre todo del astro mundial Jeremy Brown quien intentará evitar que ella le gane y demuestra que es mejor que él, desatándose toda suerte de enfrentamientos dentro y fuera de los autódromos. Marcela no solo rivalizará con mafias y pilotos celosos de su pericia, sino lidiará hasta con su propio novio, que se opone a que ella se convierta en piloto. Y además se suscitará un peculiar triángulo amoroso en el que Marcela no sabrá a quién elegir par a compartir su corazón. Mucho amor, romance, acción, aventura, riesgo, peligros, misterios, crímenes sin resolver, mafias y desventuras se suman en ésta novela fácil de leer que atrapará al lector de principio a fin. ¿Logrará Marcela cumplir su sueño?
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Capítulo 15
-¿Pusiste la bomba incendiaria?-, preguntó Jerry Irons. Estaba arremolinado en la butaca de cuero y tenía el diario del día doblado bajo el brazo, en su cuello colgaban sus binoculares y mordía una galleta de soda con deleite. Tenía el rostro sereno, los ojos le brillaban y no podía disimular la sonrisa entre irónica y enigmática, a la vez. El otro hombre sonrió igualmente misterioso, como burlándose del destino. -Por supuesto. Ya sabes, yo no tengo problemas para entrar a los pits, nadie me hace preguntas ni me están fisgoneando en lo que hago, aseguré bien el explosivo, todo saldrá a pedir de boca-, dijo el sujeto sudoroso. Él bebía una cola helada porque el calor le mortificaba mucho.
-Hiciste un buen trabajo con Wolf y Harrison, no tuve tiempo antes de felicitarte-, sonrió Irons.
-Nos ayudó la suerte, en realidad je je je-, quiso ser modesto el otro hombre.
Justo timbró el móvil de Irons. -Sí, sí, claro, lo tengo, Morrison ganador, segundo Derrick y tercero Valenzuela, ajá, no te preocupes, Adam, ya pagué las apuestas, ganaremos dos millones de dólares, sí je je je-, dijo Irons. En el diario doblado, en la lista de pilotos que participarían en la última fecha del Mundial de Fórmula Tres a desarrollarse en el autódromo de Salerno, estaban subrayados varios nombres y había uno que había sido tachado: Will Davids.
-¿Te llamó Secler?-, preguntó el otro sujeto. Las tribunas estaban colmadas de aficionados, hacía un calor extenuante y las graderías del autódromo eran un verdadero sauna.
-Sí, ya hizo las apuestas en línea, nadie sospecha que todo está arreglado-, dijo Irons con resolución, apretando los labios.
La largada se hizo en medio de una cerrada ovación de los aficionados que vivaban el nombre de Davids, el gran favorito para ganar el Gran Premio y proclamarse campeón mundial de la temporada, sin embargo, a los pocos metros de partir, el bólido de Will que iba adelante del pelotón de vehículos, empezó a incendiarse. En apenas un segundo el auto quedó envuelto en llamas. Corrieron los mecánicos, los auxiliares y los agentes de la policía con sus extinguidores sin embargo las llamas ya habían calcinado por completo el carro, reduciéndolo a tan solo un montón de cenizas. Davids fue rescatado del fuego, casi achicharrado, completamente chamuscado, y fue conducido en una ambulancia hacia el helipuerto donde partió, de inmediato, un helicóptero con destino al hospital de la ciudad.
- ¿Crees que se salve?-, contempló Irons el helicóptero haciéndose un puntito oscuro en medio del límpido cielo celeste de la ciudad.
-No creo, la bomba incendiaria era muy efectiva-, dijo el otro tipo y los dos estallaron en risotadas estruendosa, remeciendo las graderías del autódromo igual si fuera un gran sismo de diez grados Richter.
En la pista de carrera, y luego de dos agotadoras y extenuantes horas de carrera, Dom Morrison cruzaba en primer lugar la sentencia, seguido por William Derrick y Garret Valenzuela, en ese orden. El móvil de Irons volvió a tintinear, esta vez con un mensaje de texto que decía "felicitaciones, ganaste dos millones de dólares por acertar a los vencedores del Gran Premio de Salerno". Irons y el otro sujeto se abrazaron, entonces, emocionados.