Un Villano Para La Protagonista

El príncipe Murphy se encontraba en el gran salón del palacio, un lugar adornado con candelabros de cristal que reflejaban la luz de las velas, creando un ambiente cálido y acogedor. Mientras que el olor a tabaco y licor impregnaba el aire. Los amigos del príncipe, una mezcla de nobles y aristócratas, se reunían alrededor de una mesa de poker, sus rostros alegres y concentrado por la emoción del juego. Las fichas de colores brillantes se apilaban en el centro de la mesa, y el sonido de las cartas al ser barajadas resonaba en el ambiente.

Murphy, un hombre de porte elegante con cabello gris que caía en suaves ondas, y ojos lila que parecían reflejar la luz de las estrellas, se mostraba seguro de sí mismo.

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El príncipe apostó una cantidad considerable de su fortuna en una discusión sobre el amor y el deseo, una apuesta que giraba en torno a la hija del duque. La risa entre ellos era amigable, pero también había un aire tenso de competencia entre los nobles.

— yo creo que ganaré la apuesta. La hija del duque vendrá a mí después del obsequio que le di —comentó el príncipe, con una sonrisa arrogante en su rostro.

Uno de sus amigos, un hombre de cabello oscuro y ojos astutos, lo miró con una sonrisa burlona.

— príncipe... Una mejor apuesta sería la siguiente, usted deberá enamorar a la señorita hasta el punto de que sea como su sombra... ¿Podrás?

El príncipe se echó a reír, tomando el comentario como una broma, pero la insinuación de una apuesta más a su medida despertó su interés. El dinero que había en juego era ostentoso, y la idea de conquistar el corazón de una dama lo intrigaba.

— acepto —respondió, desafiando a sus amigos con una mirada desafiante.— esa mujer será mía.

— ¿No había una apuesta con ella y su hermana? —intervino otro de los nobles, con un tono de curiosidad.

— Así es. Dije que solo una de ellas podría ser mi esposa. Le he dado al duque dos meses para la decisión final. Esa apuesta sigue en pie. Aunque no he visto mucho interés de su parte y solo me ofreció a una—explicó el príncipe, su tono mostrando una mezcla de confianza y desdén— estoy pensando en dar una fiesta, algo grandioso para forzar más la apuesta. Sé que ganaré... Si no, bueno, el dinero se irá al conde Retd, que no cree en su príncipe.

— alguien tiene que apostar al otro bando ¿No lo creen?— mencionó Retd.

Las risas resonaron en el salón, un sonido de complicidad que llenaba el aire. Los amigos del príncipe eran conscientes de su afición por las apuestas y de su arrogancia al creer que podría atraer la atención de las dos hermanas del duque, Arlette y Alejandra. Murphy disfrutaba el juego, no solo en la mesa de poker, sino también en el amor, y estaba decidido a demostrar su valía.

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Mientras tanto, en los jardines de la mansión, Everest se encontraba ocupado ayudando a unos sirvientes a cortar leña. Su figura era imponente, con músculos bien definidos que destacaban a pesar de las ropas sencillas que vestía. Era un hombre fuerte, y su habilidad para el trabajo rural lo hacía destacar entre los demás. Sin embargo, su esfuerzo no fue en respuesta a una solicitud de Arlette, sino un acto de voluntad propia, un deseo de sentirse útil en un entorno que aún le era extraño.

Mientras Everest se concentraba en su tarea, sintió como si algo se rompiera en su espalda, la tela de su camisa se desgastó, pero eso no le importó. Su mente estaba centrada en su labor, aunque no pudo evitar pensar en Arlette y si la vería en algún momento. En ese instante, levantó la vista y se encontró con la mirada de ella, quien se asomaba desde la ventana de su habitación.

Ella le hizo un gesto con la mano, un saludo que él entendió como una invitación. Limpió el sudor de su frente y, dejando la leña a un lado, ascendió las escaleras que llevaban a la habitación de Arlette. Ella lo recibió con una sonrisa cálida, sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y satisfacción.

— te veo bien, adaptándote al lugar —dijo ella.

Everest asintió con humildad, sin palabras que añadir. Arlette, siempre atenta a los detalles, notó la ropa que él llevaba, demasiado ajustada para su figura y ya estaba rota.

— la ropa que te trajo Willow es muy pequeña para ti —observó, con una mueca de desagrado— necesitamos comprar ropa a tu medida.

— no neces...

Él iba a protestar, pero Arlette lo interrumpió.

— si es necesario. La ropa que tienes está demasiado ajustada. Vamos a la capital, aprovechando que Leticia está en una reunión de té en otra casa, para escaparnos por un momento.

“ Escaparnos"— susurró él, en su mente.

Sin más discusión, Arlette eligió un vestido sencillo, pero elegante, mientras que para Everest encontró una capa que le quedaba bastante bien. La juventud y el entusiasmo de Arlette eran contagiosos, y él, se dejó llevar por su energía. Cuando llegaron a la capital, ella lo condujo a una tienda que era diferente a las que solía visitar, un lugar donde nadie los reconocería.

Dentro de la tienda, Arlette se mostró segura, hablando con el sastre con una autoridad que sorprendió a Everest. Ella pidió una variedad de trajes que se ajustaran a su altura y complexión, mientras Everest observaba con una mezcla de admiración y aprehensión.

— ahora sí te queda bien, justo —dijo ella, sonriendo mientras el sastre le mostraba las otras prendas— la cuenta puede cobrársela con este cheque.

Everest se quedó analizando, mirando el cheque que Arlette le entregaba al sastre.

— no tengo cómo pagarte esto.

— no te estoy cobrando. Tómalo como un regalo de mi parte —insistió ella, con una chispa de alegría en sus ojos— además, eres alguien con un porte elegante y fuerte que necesita una vestimenta acorde.

A pesar de sus negación iniciales, Everest sintió que las palabras de Arlette eran sinceras. Ella estaba emocionada por verlo bien, y eso le hacía sentir que su esfuerzo valía la pena. Sin más reproches, aceptó la situación. Arlette, con su entusiasmo desbordante, compró varias mudas de ropa, cada una más elegante que la anterior, y él no pudo evitar ya que siempre era callado.

Al salir. Arlette lo llevo a un lugar para beber y comer. Sentados en el jardín de la tienda, la joven halago lo bien que se ve veía. Everest se levantó de imprevisto y se acercó a ella. Le tomó la mano y le hizo prácticamente un juramento.

— desde hoy y siempre, mi vida te pertenecerá.

— Everest...

— me has dado un nombre, comida, ropa y lugar donde quedarme. No tengo ya nada, más que mi vida, y he decidido entregartela.

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