La Mujer De Ovarios

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Finalmente, estaba decidido: nos marcharíamos a España para estudiar en la Universidad Rubert. Nunca había viajado a otro país, así que esto era un sueño hecho realidad. Según lo que había leído, era una de las instituciones más prestigiosas de toda España, un lugar que atraía estudiantes extranjeros de familias adineradas. Una oportunidad como esta no se repetía; era el escenario ideal para hacer conexiones importantes y construir un futuro brillante.

Partimos el 29 de agosto, un domingo. Las clases comenzarían en la primera semana de septiembre, así que necesitábamos tiempo para instalarnos y organizar el departamento antes de sumergirnos en el ritmo de la universidad.

En la puerta de casa, mi madre me abrazó fuerte, sus lágrimas rodando silenciosamente por sus mejillas.

—Cuídate mucho, hija mía. Cualquier cosa, llámanos. Estaremos pendientes de ti —dijo, su voz quebrada por la emoción.

Mi padre añadió con un tono firme:

—Mantente siempre cerca de Lorena. Ella conoce el mundo exterior mejor que tú.

Era cierto. Lorena era alguien acostumbrada a viajar al extranjero, aunque depender de ella me resultaba incómodo. Agradecí sus palabras con un asentimiento, y mis hermanos también se despidieron. Luis me abrazó fuerte, con su carácter protector habitual.

—Recuerda estudiar y vuelve —me dijo, sus ojos reflejando un cariño incondicional.

Juan fue más directo:

—Estaré pendiente de todo lo que pase aquí, especialmente con Elizabeth. Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea.

Finalmente, Fernanda, con su sagacidad característica, me abrazó y me susurró al oído:

—Aprovecha todo lo que puedas de esa idiota de Lorena y luego regresa.

Subí a la camioneta negra 4x4 donde ya esperaban Lorena y su padre. Ella se acomodó junto a mí, recostándose en mi hombro con una sonrisa que reflejaba su satisfacción.

En el trayecto al aeropuerto, el ambiente era tranquilo, hasta que su padre rompió el silencio con su tono autoritario pero afectuoso:

—Quiero que regresen dentro de tres años con las mejores calificaciones. Pero también disfruten de la experiencia.

Lorena respondió con entusiasmo:

—Por supuesto, padre. Somos las mejores.

Él me extendió una tarjeta plateada, mirándome con seriedad.

—Esta tarjeta es casi ilimitada. Úsala para todo lo que necesites: ropa, materiales de estudio, lo que sea. Pero recuerda: esto es un apoyo familiar.

Sentí un inesperado confort ante sus palabras. Su gesto, aunque calculado, me hacía sentir parte de su familia. Sin embargo, sabía que debía usarla con moderación, únicamente para lo estrictamente necesario. Lorena, por su parte, tiene su tarjeta negra, ella se encargará de los gastos mas grande asi que no te preocupes, solo concéntrate en estudiar.

El vuelo fue largo, pero ameno. Lorena y yo compartimos películas y conversaciones intrascendentes. Al llegar al departamento, me quedé sin aliento: ventanas enormes daban vista a la ciudad iluminada, creando un espectáculo nocturno majestuoso. Los acabados modernos y elegantes de la sala, la cocina y las habitaciones daban una sensación de lujo que nunca había experimentado.

—¿No es grandioso? —exclamó Lorena, dejando su maleta en el suelo.

—Es espectacular. La vista es increíble —respondí, todavía admirando el paisaje detrás de esos grandes ventanales

—Este lugar pertenece a la familia desde hace años. A veces veníamos de vacaciones. Por eso decidí estudiar aquí. Quería que conocieras lo maravilloso que es estar a mi lado.

La tarde avanzó rápidamente y Lorena sugirió salir a cenar. Me llevó a un restaurante exclusivo donde degustamos cortes de carne. Todo era excesivamente caro, y no pude evitar comentar:

—Esto es demasiado costoso, ¿no crees?

—No te preocupes por eso —respondió ella con despreocupación—. Tenemos tarjetas ilimitadas. Disfruta.

Más tarde, me llevó a un bar elegante. Me sentí fuera de lugar, pero ella parecía disfrutar de la atmósfera sofisticada. Pedí un vaso de agua, lo cual provocó su burla.

—¿Hablas en serio? Un vaso de agua...

Unos minutos después, el mesero nos trajo dos martinis. Lorena frunció el ceño.

—No he pedido esto —dijo con tono desconfiado.

El mesero señaló a una mujer sentada al otro lado del bar.

—La dama de enfrente los ha enviado, especialmente para la señorita.

Seguí su mirada y encontré a una joven rubia de ojos azules que me recordó instantáneamente a Elizabeth. Le sonreí en señal de agradecimiento.

—¿Qué le miras a esa mujer? —dijo Lorena, visiblemente molesta.

Antes de responder, bebí el martini y me levanté, acercándome a la barra donde estaba la mujer. A aprovechaba cualquier oportunidad que hiciera molestar a lorena, ella eran desagradable en ocasiones asi que se las regresaba.

—Hola, ¿de dónde eres? —le pregunté.

—Soy italiana, ¿y tú? —respondió con una sonrisa encantadora.

Antes de que pudiera contestar, Lorena apareció detrás de ella y, sin previo aviso, le arrojó un vaso de agua.

—¡Lorena, compórtate! —exclamé, tomando su brazo y tirando de ella fuera del bar.

—Tú eres mi prometida, y esa zorra estaba coqueteando contigo.

Fuera del bar, la confronté con firmeza:

—¡Escucha, Lorena! Ya te he dicho que no me interesas. Deja de hacer estas escenas. Le grite con un tono golpeado.

— ¿pero que le vez a esa mujer yo soy mas linaza - respondió con un tono molesto

— ¡A ti que te importa!, estas escenas no me gusta, sera mejor que regrese a México - respondí asando una cejas

-No, no por favor

Ella me miró con ojos llorosos, buscando alguna forma de reconciliación. Con un suspiro resignado, la abracé y susurré:

—Vámonos a casa.

Sabía que esta dinámica agotadora sería una constante. Fingir ser la novia perfecta era más difícil de lo que había anticipado, sabía que ella podía chantajearme en cambio ahora sabía que estaba completamente enamorada de mi, a aprovecharia esa oportunidad para cambiar las cartas, de esa abusadora.