Mi novio comparte techo con su ex (él insiste en que son solo amigos). Las discusiones son frecuentes y mi intuición me alerta, aunque sin evidencias. Además, un niño con tendencia a los incidentes ha entrado en mi vida y ahora soy su tutora. ¿Por qué este joven ocupa tanto mi mente?
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Mini obsequio
Había pasado una semana y media desde que las tutorías comenzaron. En resumen, fue una odisea digna de una película de comedia con humor. Leo se había tomado muy en serio su papel de "alumno rebelde nivel experto": se fugó por la ventana, aterrizando, milagrosamente, en un arbusto; simuló una fiebre tan falsa que parecía anuncio de termómetro, se refugió en el club de baloncesto—como si yo fuera la peste bubónica—con la ayuda cómplice de sus amigos y se escondió en las duchas con su videojuego portátil a jugar por horas con su mejor amigo.
Pero su obra maestra fue, sin duda, el mensaje de texto "de su madre": "Querida Helen, gracias por todo, pero ya no necesitamos tus servicios. La abuela está muy grave—pobre señora, llevaba una década muerta, ¡literalmente!— y nos vamos a cuidarla". El nivel de dramatismo digno de una novela coreana.
Incluso alegó que tenía"clases de refuerzo sorpresa" en el instituto. ¡Ja! Mi radar de mentiras adolescentes pitó más fuerte que una alarma anti-incendios. Me planté en su colegio y lo "convencí" de volver a casa usando unas esposas de juguete de mi disfraz de policía sexy del Halloween pasado. Dos días de silencio sepulcral fueron mi recompensa, al parecer lo "humillé" delante de sus compañeros de clase y sus fans. Porque sí, el nene era de esos "populares" que tanto mencionan.
Intenté de todo para que Leo conectara sus dos neuronas restantes: clases dinámicas (con dibujos y todo), paciencia, sobornos con galletas, hasta le puse una correa para que no se fugara—estaba desesperada— Pero él me tomaba tan en serio como un billete de Monopoly.
Su madre, consciente de la joyita que tenía en casa, me pedía calma con una sonrisa resignada: "En el fondo, no es mal chico... solo necesita... dirección... y un exorcista".
Llegaba a casa hecha un trapo, con menos ganas de estudiar que un político de leer un libro. Javier, en lugar de mi paño de lágrimas, era mi fuente de estrés número uno. Sus celos post-tutorías eran dignos de cine.
Al menos, antes de su viaje de negocios—sospechosamente largo—, tuvimos una tregua romántica que me dejó suspirando. Lo extrañaba horrores.
Y hablando de viajes, ese día llegó en un tris. Despedí a Javier en el aeropuerto con la esperanza de que trajera chocolates y paciencia para mi "vida loca".
Mis días se volvieron extremadamente tranquilos, con la amenaza latente de un Leo suelto. Mis vacaciones universitarias coincidieron con la "desaparición" de mi novio, así que, aparte de las "aventuras" con mi alumno estrella, tenía tiempo para aburrirme a lo grande.
Lilly estaba en su rancho lejano, los chicos del club, incluido Daniel, el saboteador oficial; estaban sudando la gota gorda entrenando. Mi madre visitaba a la tía Rosa y mi padre trabajaba hasta el cansancio.
En pocas palabras: sola en casa, ¿y ahora qué?". Tenía una lista de cosas productivas que hacer, pero mi cama y las comedias románticas me llamaban con la fuerza de un agujero negro.
Pero el deber llamaba. Luego de dejar a Javier, me dediqué a vagar sin rumbo fijo, disfrutando del sol y ojeando las vitrinas de las tiendas en busca del regalo de cumpleaños perfecto para él.
Sumergida en mis pensamientos consumistas, una voz familiar me sacó de mi ensoñación.
—¿Tú por aquí?—dijo un adolescente alto, con gafas torcidas y una mata de pelo indomable.
Vestía su uniforme escolar, como si acabara de escapar de una clase de "cómo no peinarse".
—¿Otra fuga o te dieron el toque de queda adelantado?—le pregunté, viendo la hora. Sonrió de lado, el travieso.
—No me he fugado. Aunque no habría estado mal, tampoco. Pero a veces soy un "mala conducta" con momentos de obediencia. Hoy me pillaron en clase de castellano jugando un shooter con Eric, así que me enviaron a Dirección y adiós a mi móvil. Papá dijo que me dejaran ir a casa. Mañana vendrá a rescatar mi preciado celular.
—¿Y la obediencia dónde quedó?—preguntar sin captar el punto.
—En lo de irme a casa, ¿no?
—Seguro tenías otro plan "académico" que regresar a casa. Dudo que hayas accedido tan fácilmente.
—¡Bingo! Eres más lista que un genio—replicó, con sarcasmo.
—Entonces, cero obediencia—concluí con un fuerte suspiro.
—¡Obvio! Si no, no sería yo. Es parte de mi sello personal. ¿Y tú? ¿También te saltaste algo?—preguntó curioso de coincidir conmigo.
—Estoy de vacaciones. No me compares contigo. Solo paseo para matar el rato—dije, volviendo a mirar vitrinas mientras caminábamos.
—¿Buscas algo en especial?—preguntó, esforzándose por no ir a la velocidad de un guepardo y mantenerse a mi lado.
—No exactamente.
—¿Es algún tipo regalo?—indagó más
—Ponle tú la etiqueta.
—¿Para tu novio o algo así?
—Mhm.
—¿Estudia contigo?—insistió, el preguntoncillo.
—¿Tanta entrevista?—lo frené en seco.
—Simple curiosidad—dijo, con su aire de "me da igual todo". Respiré hondo para no sacarle la chancla imaginaria a estas horas.
—La curiosidad mató al gato. Deja de husmear y vamos a tu casa. No puedes perder el tiempo así como así.
—Espera.
—¿Qué pasa?—pregunté al sentir su mano en mi muñeca.
—¿Podemos ir a un sitio antes? No voy a fugarme, prometido. Solo una cosilla para una amiga pesada. No me va a dejar en paz hasta que lo haga.
—¿Es lejos?—Negó con la cabeza—. Diez minutos, tic-tac—advertí.
En un abrir y cerrar de ojos, estábamos en una tienda que haría chillar de emoción a cualquier adolescente. Desde papelería de todo tipo hasta maquillaje. Leo agarró un esmalte de uñas.
—Rompí uno suyo jugando a lucha libre con Eric en clase. Está en plan drama queen desde entonces.
—Ah, qué bien—respondí, con mi habitual entusiasmo ante los dramas ajenos.
Mientras Leo hacía cola para pagar, me aparté. Soy de esas que se ponen nerviosas cuando las observan comprando. Así que suelo dar espacio para hacerlo a los demás. Me senté en un banco de una placita cercana. El sol picaba. De repente, unas manos empezaron a acariciar mi cabello. Reaccioné como un gato asustado, pero la voz de Leo me detuvo.
—Quieta ahí—exclamó como si estuviera lidiando con un perro.
Me estaba peinando, haciéndome una media coleta alta, así como yo le hice la primera vez que le di clases.
—Bueno, la tuya quedó mejor, sin duda—confesó. Saqué el móvil para ver el estropicio. No pude evitar sonreír al ver el resultado "artístico". Pero algo llamó mi atención: la goma del pelo que usó.
—¿Dónde la conseguiste?
—La vi y pensé que te quedaría bien. Sin más—dijo, quitándole importancia, como siempre. Era una coleta tierna, con adornos de baloncesto. Y, aunque mi "yo seria" intentaba mantenerse apática, sentí un mini-aleteo de mariposas en el estómago—. Ya podemos ir a estudiar—añadió, echando a andar.