Jazmín Gómez, una joven humilde y trabajadora, jamás imaginó que su vida cambiaría al convertirse en la secretaria de Esteban Rodríguez, un CEO poderoso, reservado y con un corazón más noble de lo que aparenta. En medio de intrigas laborales, prejuicios sociales y secretos del pasado, nace entre ellos un amor tan inesperado como profundo. En una Buenos Aires contemporánea, ambos descubrirán que las diferencias no separan cuando el amor es verdadero.
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CAPÍTULO 11
Después de casi una semana en Madrid, el regreso a Buenos Aires fue como despertar de un sueño hermoso. El otoño comenzaba a teñir los árboles de la ciudad con tonos anaranjados y dorados, y el aire porteño, aunque más denso, se sentía como un abrazo conocido.
Jazmín bajó del avión con una sonrisa suave. El viaje había sido un éxito: la firma del preacuerdo con la empresa española había reforzado la imagen internacional de Rodríguez Corporación y, sobre todo, le había demostrado a ella misma que su lugar no era un error, sino una conquista.
Esteban, por su parte, parecía más relajado que nunca. Se lo veía distinto, con un brillo en los ojos que contrastaba con la rigidez habitual que solía mostrar en la oficina. Era el Esteban que Jazmín amaba: humano, sensible, protector.
—Vamos a mi casa —le dijo al subir al auto—. No quiero que este momento se termine volviendo a la rutina demasiado pronto.
Jazmín asintió, acomodándose en el asiento con el corazón lleno de paz.
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El departamento de Esteban en Palermo era amplio, sobrio y elegante, con detalles en madera y ventanales enormes que dejaban entrar la luz de la tarde. Ella ya había estado ahí antes, pero esta vez, el espacio le pareció distinto. Menos ajeno, más hogar.
—¿Querés una copa de vino? —preguntó él, aflojándose la corbata.
—Sí, pero solo si la compartís conmigo en el sillón —respondió con una sonrisa pícara.
Minutos después, estaban abrazados frente al ventanal, el cielo anaranjado reflejándose en el cristal de sus copas.
—¿Sabés qué pensaba mientras volvíamos? —dijo ella.
—¿Qué?
—Que esto, todo esto, se siente tan real que da miedo.
Esteban la miró con ternura.
—A mí también me da miedo. Pero es un miedo que quiero sentir todos los días, si eso significa tenerte conmigo.
Se besaron con calma, sin urgencias. Como si el mundo entero se hubiera detenido para darles permiso de respirar amor.
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Pero el mundo, como siempre, no tarda en moverse.
Al día siguiente, ya de regreso en la oficina, Jazmín volvió a su escritorio con la frente en alto. Algunas miradas se cruzaban todavía, pero había ganado un nuevo respeto tras su desempeño en el viaje.
Esteban también retomó sus funciones, aunque se hizo el hábito de pasar por la oficina de Jazmín al menos una vez al día, con una excusa mínima: un café, una consulta, una sonrisa.
Todo parecía encaminarse. Hasta que apareció ella.
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—Esteban… tenés una visita abajo. Dice que es amiga tuya. Una tal… Catalina Varela —le informó la recepcionista con un tono incómodo.
Esteban palideció por un segundo.
Catalina.
Una sombra del pasado que no esperaba volver a ver. Fue su pareja durante dos años, una relación intensa, mediática y... tóxica. Catalina era bella, sofisticada, hija de diplomáticos y acostumbrada a salirse con la suya. Lo había dejado sin previo aviso cuando una oportunidad en Nueva York le pareció más tentadora que su amor.
—¿Querés que le diga que no estás disponible? —insistió la recepcionista, viendo su expresión.
—No. Que suba. —dijo, respirando hondo.
Jazmín, desde su escritorio, vio a la mujer entrar. Alta, cabello castaño oscuro, labios rojos perfectamente delineados, tacos que resonaban con autoridad. Llevaba un abrigo de diseño y un bolso de marca que gritaba estatus.
Catalina.
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—Hola, Esteban —dijo con una voz suave, como si no hubieran pasado tres años desde la última vez que se vieron.
—Catalina. Qué sorpresa…
—No tan sorpresa. Leí sobre vos, sobre tu viaje. Y vi las fotos con… tu nueva pareja.
Esteban no respondió enseguida. Se limitó a observarla. Catalina tenía esa forma de hablar que disfrazaba las intenciones con encanto.
—¿A qué viniste?
—A verte. A hablar. Estoy de paso por Buenos Aires, y... me pregunté si había algo que nos quedara pendiente.
—¿Algo pendiente?
—Sí. Una despedida real. Una charla honesta. Además, sería una lástima dejar atrás lo que tuvimos sin al menos intentarlo una vez más, ¿no?
Esteban se levantó, serio.
—Catalina, vos tomaste tus decisiones. Las respeto. Pero yo tengo una vida ahora. Una que no pienso poner en pausa.
Ella sonrió con una mezcla de ironía y nostalgia.
—¿Por una secretaria?
El tono no fue agresivo, pero estaba cargado de veneno. Esteban lo sintió como un golpe en el estómago.
—Por una mujer que vale más que cualquier título. Y que no necesita demostrarle nada a nadie para merecer amor.
Catalina se quedó en silencio. Luego, suspiró.
—Sos distinto, Esteban. Antes te importaban más las apariencias.
—Quizá por eso no funcionamos.
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Lo que Esteban no sabía era que Jazmín había presenciado parte de la conversación desde su escritorio. No podía oír, pero los gestos, las miradas, la forma en que Catalina tocaba el brazo de Esteban con familiaridad, fueron suficientes para encender la inseguridad que tanto había luchado por controlar.
Cuando él volvió a su oficina, la encontró cerrada. Jazmín se había ido media hora antes de su horario habitual.
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Esa noche, ella no respondió sus mensajes.
Ni las llamadas.
Esteban fue hasta su casa con la ansiedad quemándole el pecho. Tocó la puerta. Una vez. Dos. Nada.
Finalmente, la escuchó abrir desde adentro.
—¿Estás bien?
Jazmín lo miró con los ojos enrojecidos.
—La vi, Esteban. A tu ex. La vi entrar, la vi tocarte… ¿y sabés qué pensé? Que era el tipo de mujer que encaja en tu mundo. Que yo solo soy un paréntesis, una excepción en tu historia.
Esteban dio un paso hacia ella.
—No. Vos no sos una excepción. Sos el punto de partida. Lo demás fue ruido. Catalina fue parte de un Esteban que ya no existe. Y si volvió, no fue por mí. Fue por lo que proyectamos ahora. Por lo que estamos construyendo.
—¿Y si un día te cansas de mi mundo?
—¿Y si un día vos te das cuenta de que lo que tenés para ofrecer es tan valioso como lo que otros pretenden comprar con plata?
Silencio.
Luego, él la abrazó con una ternura desgarradora.
—Te elijo a vos. Cada día. Cada vez. Incluso cuando dudes, incluso cuando todo se complique.
Jazmín apoyó la cabeza en su pecho.
—Solo necesito que no me mientas. Nunca.
—Nunca. Lo prometo.
Y se quedaron así, abrazados, mientras afuera la ciudad seguía su curso, indiferente. Pero adentro, en ese pequeño rincón del mundo, dos personas luchaban por algo más fuerte que el miedo: el amor.
Martin llegó tu hora de pagar por extorsión a más de una mujer eres un vividor y estafador.
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