Ethan Vieira vivía en un mundo oscuro, atrapado entre el miedo y la negación de su propia sexualidad.
Al conocer a Valquíria, una mujer dulce e inteligente, surge una amistad inesperada… y un acuerdo entre ellos: un matrimonio de conveniencia para aliviar la presión de sus padres, que sueñan con ver a Ethan casado y con un nieto.
Valquíria, con su ternura, apoya a Ethan a descubrirse a sí mismo.
Entonces conoce a Sebastián, el hombre que despierta en él deseos que nunca se había atrevido a admitir.
Entre secretos y confesiones, Ethan se entrega a una pasión prohibida… hasta que Valquíria queda embarazada, y todo cambia.
Ahora, el CEO que vivía lleno de dudas debe elegir entre Sebastián, el deseo que lo liberó, y Valquíria, el amor que lo transformó.
Este libro aborda el autoconocimiento, la aceptación y el amor en todas sus formas.
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Capítulo 16
A Ethan siempre le había gustado el silencio de la carretera.
Para él, viajar era una forma de organizar los pensamientos — y aquella mañana, mientras el coche cortaba la Autopista Presidente Dutra en dirección a Río de Janeiro, todo lo que él quería era aclarar la mente.
Sebastian conducía concentrado, los ojos atentos al tráfico.
La semana sería intensa: reuniones, contratos y una fusión importante de Vieira Corporation con una empresa carioca.
Pero, esta vez, Ethan había decidido no hospedarse en un hotel.
Prefirió la casa de playa de la familia, en Angra dos Reis — un lugar discreto, tranquilo, y donde, según él, podría “respirar en paz”.
— ¿Está todo bien con el itinerario de las reuniones? — preguntó Ethan, rompiendo el silencio.
— Sí, señor… digo, Ethan. — Sebastian sonrió, corrigiéndose. — Las reuniones comienzan mañana por la mañana. Hoy el señor tiene el día libre.
Ethan asintió, mirando por la ventana.
Las montañas se mezclaban con el azul distante del mar.
Por un instante, deseó que aquel viaje no fuera solo por trabajo.
Cuando llegaron a la casa de playa, el sol ya comenzaba a ponerse.
El portón se abrió revelando un jardín amplio, con cocoteros y el sonido del mar golpeando suave al fondo.
Sebastian estacionó el coche y bajó primero, sacando las maletas del maletero.
Ethan observaba al muchacho en silencio.
Cada gesto de él era firme, natural, casi disciplinado.
Era difícil entender el motivo, pero había algo en Sebastian que lo dejaba en constante estado de alerta — como si cada minuto cerca de él despertase algo que él intentaba esconder.
— Puedes dejarlo, yo llevo mi maleta — dijo, aproximándose.
— No se preocupe, Ethan. Ya estoy acostumbrado al peso — respondió el muchacho, sonriendo.
Ethan sintió la mirada de él por un breve segundo — y el corazón aceleró.
Disfrazó, pasando adelante.
La casa era amplia y elegante, pero acogedora.
El sonido de las olas podía ser oído desde todos los cuartos.
Sebastian dejó las maletas y preguntó:
— ¿Va a querer cenar aquí o prefiere salir?
— Aquí mismo — respondió Ethan. — Prefiero tranquilidad.
— Está bien. Yo puedo preparar algo ligero si quiere, soy bueno en la cocina.
Ethan lo observó seguir hacia la cocina, sorprendido.
— ¿Entonces tú sabes cocinar?
— Aprendí temprano. — Sebastian sonrió, tomando los ingredientes con destreza. — Cuando se vive solo, es eso o pasar hambre.
Ethan rió levemente y decidió ayudar.
Quedaron lado a lado, cortando legumbres, conversando sobre banalidades.
La conversación fluía fácil — sobre la infancia de Sebastian, sus viajes, sus planes.
Ethan oía atento, descubriendo en el muchacho una sensibilidad que no imaginaba.
Durante la cena, la brisa del mar entraba por las ventanas abiertas.
El sonido de las olas y el aroma de la comida creaban una atmósfera tranquila, casi íntima.
En ciertos momentos, Ethan se pillaba observando a Sebastian con más atención de la que debería.
El modo como él hablaba, la levedad de los gestos, el brillo en los ojos.
“Para con eso”, pensaba.
Pero no conseguía.
En la mañana siguiente, salieron temprano para el primer compromiso.
Sebastian lo acompañó en las reuniones, organizó documentos, anotó horarios — siempre atento, siempre eficiente.
Ethan, en algunos momentos, desviaba la mirada del asunto para observar al joven a su lado, impresionado con el profesionalismo y la calma que transmitía.
Por la noche, de vuelta a la casa, los dos estaban exhaustos.
Sebastian puso una música suave y fue hasta la terraza.
Ethan lo siguió, llevando dos copas de vino.
— Creo que merecemos un descanso — dijo, entregando una copa.
— De acuerdo. — Sebastian aceptó el vaso, riendo. — Fue un día pesado.
El mar brillaba bajo la luz de la luna.
Quedaron en silencio por algunos instantes, oyendo el sonido de las olas.
Ethan, apoyado en la barandilla, observaba el horizonte, pero su mente estaba lejos de allí.
— Sabes, Sebastian… — comenzó, con la voz baja. — A veces creo que vivo una vida que no es mía.
El muchacho se giró hacia él, curioso.
— ¿Cómo así?
— Hago todo bien. Cumplo todo lo que esperan de mí. Pero, por dentro, siento que algo falta… — Ethan paró, buscando las palabras. — Como si yo nunca hubiese tenido coraje de ser entero.
Sebastian lo miró con atención, sin decir nada por algunos segundos.
Después, respondió con simplicidad:
— Yo ya me sentí así un día, tal vez no sea por el mismo motivo que el suyo, más yo también viví por mucho tiempo en un mundo que no me pertenecía.
Ethan fijó la mirada en la de él.
Había sinceridad y calma en cada palabra, y aquello lo desarmaba.
Un viento leve sopló entre ellos, balanceando el cabello de Sebastian y haciendo que Ethan desviase la mirada, intentando controlar lo que sentía.
— ¿Por eso salió de la casa de sus padres?
— Digamos que sí, ellos no aceptaban lo que yo soy, yo resolví dar un basta, seguir mi corazón, ser realmente yo.
— Responda si quiere, más ¿quién es usted?
— Ethan, son asuntos personales míos, más puedo compartir con usted, desde que esa mi verdad no venga a entorpecer en mi trabajo.
— Claro que no Sebastian, una cosa no tiene nada que ver con otra. — Ethan ni imaginaba lo que vendría a continuación.
— Yo soy homosexual.
Ethan quedó sorprendido con aquella confesión de Sebastian.
— ¿Y sus padres no aceptaban, por eso usted sale de la casa de ellos entonces?
— Sí, espero que realmente eso no interfiera en mi trabajo Ethan.
— Sebastian, yo admiro su coraje, de asumirse, pues conmigo sucede casi la misma cosa.
— Ethan, ¿no me diga que usted también es homosexual? No imaginaba, pues usted está casado, su esposa parece estar embarazada, realmente para mí es una sorpresa.
— Sebastian, digamos que las mujeres no me atraen, mi casamiento es de fachada, mi hijo fue generado por inseminación artificial, para satisfacer el deseo de mis padres, nunca me relacioné con ninguna mujer.
— Ahora usted me dejó curioso, ¿más ya tuvo algún tipo de relación con el sexo masculino?
— No, más te confieso que tengo miedo, cargo culpas por pensar así, no consigo encarar mi verdad, pues creo errado, crecí viendo a mis padres diciendo que tengo que casarme, tener hijos.
— Yo sé cómo usted se siente, más si usted siente todo eso tiene que liberarse.
— Usted habla como si fuese fácil.
— No es — respondió el muchacho. — Pero a veces basta un paso.
Ethan rió, sin humor.
— ¿Y si el paso es en la dirección equivocada?
— Entonces usted descubre el camino cierto en el proceso.
El silencio volvió, denso, cargado de pensamientos que ninguno de los dos osaba colocar en voz alta.
Sebastian miró el reloj y dijo:
— Mañana tenemos más una reunión temprano. Es mejor que descansemos.
Ethan apenas asintió.
— Buenas noches, Sebastian.
— Buenas noches, Ethan.
Cuando el muchacho se alejó, Ethan permaneció en la terraza, mirando el mar.
El viento golpeaba en su rostro, y él sentía el corazón inquieto.
Sabía que algo estaba cambiando — y que aquel “algo” comenzaba a asombrarlo más que cualquier otro secreto del pasado.
En los días siguientes, la convivencia quedó aún más próxima.
La convivencia diaria, las conversaciones largas por la noche, las risas espontáneas.
El clima entre los dos se tornó leve, pero cargado de algo que ninguno de los dos nombraba.
Ethan sabía que estaba cruzando una línea invisible — y, aun así, no conseguía dar un paso atrás.
Cada mirada, cada gesto de gentileza de Sebastian, despertaba en él un torbellino de sentimientos que él luchaba para entender.
Pero una cosa ya era cierta: aquel viaje cambiaría el rumbo de todo.