La fe y la esperanza pueden cruzar las barreras del tiempo y del mismo amor , para mostrarnos que es posible ser felices , con la voluntad de Dios
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Capitulo 15 : “ Una Cena de Alianzas y un Camino de Peligros”
Al día siguiente, cuando la conmoción de los sucesos había dado paso a la calma, los padres de Klaus organizaron una cena en honor a las familias reales y sus invitados. En el gran salón, decorado con tapices de escenas de batalla y candelabros de cristal que colgaban como cascadas luminosas, se reunieron los reyes de ambos reinos y la reina Bertha, así como Kirian, su madre adoptiva Sara, y su amiga de ojos azules.
Cuando todos tomaron asiento alrededor de la mesa, y el murmullo de las voces se calmó, el rey Otto, padre de Klaus, se puso en pie, levantando su copa para llamar la atención. Las miradas se centraron en él, expectantes. Con voz solemne, miró a Kirian y, tras un leve asentimiento, le pidió disculpas. Reconoció que había sido injusto al oponerse a su amor con Klaus y le agradeció por haber traído tanta alegría y luz a su hijo. Aceptaba el compromiso de ambos, aunque el brillo en sus ojos traicionaba una leve sombra de duda. La madre de Kirian, la reina Bertha, percibió la ambición y la falsedad en las palabras del rey, y aunque su corazón se apretó de desconfianza, decidió guardar silencio, observando cada movimiento, cada gesto.
Cuando la cena llegó a su fin, la reina Bertha solicitó a su esposo retirarse del reino cuanto antes y llevar a Kirian con ellos, lejos de las intrigas que percibía en aquella corte. Pero Kirian, con un amor profundo hacia aquellos que la habían criado, expresó su deseo de que Sara, su madre adoptiva, y sus hermanos pequeños los acompañaran. Además, pidió que su amiga, la joven de ojos azules, también formara parte de su séquito, pues era huérfana y había sido su compañera fiel desde la infancia, trabajando a su lado en el puesto de flores del mercado.
Los reyes Bertha y Siegfried comprendieron las razones de su hija y aceptaron sus deseos. La partida se organizó rápidamente, y aunque los padres de Klaus no quedaron del todo complacidos, permitieron que se hiciera con la mayor diplomacia. A lo lejos, en las sombras del salón, una mujer miraba la escena con una mezcla de furia y envidia. Inga, la amante escondida de Klaus, con el rencor de haber sido desplazada, preparaba su propia venganza. La noche anterior, había logrado colocar una botella de agua en las pertenencias de Kirian, y en su interior vertió un veneno fuerte y mortal, esperando que el destino cumpliera su oscuro propósito.
Un Camino de Recuerdos y Paisajes Hermosos
Al amanecer, la caravana se puso en marcha. Klaus, decidido a escoltar a Kirian hasta su reino, se unió a sus guardias, quien, al igual que él, eran fieles y leales. El camino era largo, pero los días de viaje estaban llenos de risas y miradas cómplices entre Klaus y Kirian, quienes aprovechaban el tiempo para hablar sobre los preparativos de su boda y de la vida que anhelaban compartir.
Durante el trayecto, cruzaron el riachuelo donde se habían conocido. La brisa refrescante del agua recordaba a ambos aquel primer encuentro, y Klaus, con una sonrisa, le tomó la mano a Kirian y le susurró lo afortunado que se sentía de haberla encontrado. Ella, emocionada, recordó cómo su vida había cambiado desde aquel día y sintió que todo tenía sentido, como si el destino hubiera tejido una historia perfecta para ellos.
Más adelante, al recorrer un sendero entre colinas, pasaron junto a la cueva donde Sara la había encontrado. La humildad del lugar contrastaba con la majestuosidad del entorno: flores silvestres brotaban entre las rocas, y los primeros rayos de sol iluminaban el lugar con un tono dorado que parecía una bendición. Aquel rincón, escondido en el bosque, era testigo del milagro que había salvado la vida de la princesa. Klaus observó la cueva y sintió una punzada en el pecho al pensar en la fragilidad de aquella pequeña abandonada, que ahora se había convertido en el amor de su vida.
Cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, pintando el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, se detuvieron para descansar en un claro rodeado de árboles altos. El atardecer era espectacular, y Klaus, en un impulso, tomó a Kirian de la mano, conduciéndola a la cima de una pequeña colina desde la que se podía ver todo el valle, mientras el sol descendía lentamente, como despidiéndose.
Se miraron en silencio, como si las palabras fueran innecesarias, y bajo el resplandor dorado del ocaso, compartieron un beso suave y profundo, un beso cargado de promesas y sueños compartidos, mientras la luz del sol los bañaba desde ambos costados, envolviéndolos en un cálido resplandor. Fue un instante en el que el mundo pareció detenerse, y ambos sintieron que el amor que compartían era más fuerte que cualquier obstáculo.
Un Peligro Oculto
Al día siguiente, el viaje continuó, y mientras avanzaban, Kirian revisó sus pertenencias y encontró una botella de agua que recordaba haber empacado antes de partir. Siempre había tenido la costumbre de arrodillarse en gratitud antes de comer, y esta vez, con el corazón lleno de gratitud, se detuvo en un claro, se arrodilló y ofreció una oración a Dios. Agradeció por el reencuentro con sus padres, por el amor que ahora tenía, y por la protección que sentía a cada paso.
Al finalizar, levantó la botella para bendecir su bebida, pero justo en ese momento, su fiel perro se le acercó y, en un acto de alegría, saltó hacia ella, haciéndole soltar la botella. La botella cayó, y al regarse el agua sobre unas hermosas flores que crecían en el suelo, los pétalos comenzaron a marchitarse y a ennegrecerse, como si hubieran sido quemados por un ácido invisible. Kirian, sorprendida, se retiró un paso, y todos en la caravana observaron con asombro el efecto letal del agua.
Klaus, quien había presenciado todo, recordó las palabras de Inga en su última y amarga discusión antes de su partida: “Te vas a arrepentir de abandonarme.” En ese instante comprendió que Inga había intentado envenenar a Kirian en un último y desesperado intento de venganza. Su mirada se endureció, y sus manos se cerraron en puños de rabia. La paciencia y la diplomacia que le caracterizaban dieron paso a una firme decisión de hacer justicia.
Después de llegar al reino de los padres de Kirian y dejarla a salvo en su nuevo hogar, Klaus decidió que regresaría de inmediato. Se despidió de ella, prometiéndole que pronto se reunirían y podrían vivir en paz, pero había una última tarea que debía cumplir. Ante la insistencia de Kirian y sus padres de que no se expusiera a peligros, él les aseguró que su deber era protegerla y que no descansaría hasta que supiera que ella estaba completamente a salvo.
Un Adiós Temporal
En el umbral del palacio, con la noche cayendo y las estrellas comenzando a brillar, Klaus se acercó a Kirian por última vez antes de su partida. La miró profundamente, y ambos entendieron, sin palabras, que su amor sería lo suficientemente fuerte para soportar la distancia y cualquier prueba. Con un último y profundo beso bajo el cielo estrellado, Klaus se despidió, con la promesa de regresar para sellar su amor de una vez y para siempre.
Kirian lo observó partir, sintiendo que su corazón se quedaba con él. Las luces de las antorchas que iluminaban el camino parecían acompañarlo hasta perderse en la oscuridad, y ella, con una mezcla de gratitud y temor, se encomendó nuevamente a Dios, pidiendo protección para Klaus y para el amor que los unía.
Mientras la caravana se alejaba, Kirian observaba el sendero por donde él había desaparecido, sabiendo que su fe y su amor les darían la fortaleza para enfrentar cualquier amenaza. En ese momento, sentía que nada podría separarlos, que sus caminos estaban destinados a unirse, a pesar de cualquier obstáculo, y que pronto volverían a encontrarse para vivir su amor sin miedo ni peligro.