En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO QUINCE: EL BAILE
—¿De qué baile hablas, Celine? —frunció el ceño, claramente desconcertado. ¿Había un baile y él no tenía idea?
—¿Acaso nunca me prestas atención? —Celine lo miró con una mezcla de exasperación y burla.
—Ni que fuera tu novio para prestarte atención todo el tiempo —replicó con desdén, encogiéndose de hombros.
—No busco problemas. El baile es mañana por la noche. Lo han estado organizando desde el inicio de clases, y siempre es un mes antes de Semana Santa. Es un día para relajarnos. Algunos se las arreglan para colar alcohol, pero no te metas en eso, está prohibido. En serio, deberías buscar un traje.
—¿Un traje? Ni que fuera a dar un discurso presidencial. Además, no me gustan esos eventos, son demasiado aburridos.
—Vamos, Thaddeus. Es una buena excusa para que te distraigas un poco. Podrías invitar a Victoria, ir juntos al baile —insistió Celine con una sonrisa sugerente.
—¿Victoria? —Thaddeus la miró con sorpresa, como si lo que acababa de decir no tuviera sentido—. No creo que a ella le interesen los bailes.
—Bueno, si no le preguntas, nunca lo sabrás —dijo Celine con una sonrisa desafiante—. Además, ¿quién sabe? Tal vez ella también necesite un respiro.
En realidad, la vidente estaba equivocada. Victoria no tenía el más mínimo interés en asistir a ningún baile. De hecho, detestaba ir a esos eventos, pero cada año se veía obligada a participar en los organizados por su familia al final de la temporada, algo que nunca disfrutaba. Dejó de observar la caja que tenía entre manos y la devolvió a su lugar habitual cuando escuchó el sonido de la puerta. Fastidiada, se dirigió hacia ella, molesta porque odiaba que la interrumpieran.
Al abrirla, se encontró con Nereyda, la hija de Delaciva, quien empujaba un carrito lleno de pergaminos.
—Mi mamá me castigó, así que ahora tengo que repartir estos pergaminos —dijo, extendiendo uno hacia Victoria—. Es sobre el baile de mañana, solo un recordatorio de que la asistencia es obligatoria. No puedes negarte, igual que yo no puedo rechazar hacer esta tontería. Por cierto, me encanta tu velo, es tan... viva la muerte.
—¿Te han dicho alguna vez que pareces un loro?
—Sí —rió Nereyda—, pero no sé si eso es bueno o malo.
—Es malo, al menos cuando estás cerca de mí —respondió Victoria, cerrándole la puerta en la cara antes de que la chica pudiera replicar—. Genial, no solo tengo que soportar los bailes de mi familia, ahora también los de aquí.
Victoria suspiró profundamente mientras se apoyaba contra la puerta, observando el pergamino en sus manos. Sabía que no tenía opción, el baile era obligatorio, pero la sola idea de asistir la hacía sentir frustrada. Miró hacia la caja, la cual parecía brillar con una luz tenue desde su lugar habitual. Aunque trataba de no pensar demasiado en ella, la caja siempre parecía tener una presencia constante en su mente, recordándole que su vida nunca sería completamente normal.
— Vamos, Victoria. Solo tienes que ir y quedarte en un rincón.
Ella se dejó caer sobre la cama y cerró los ojos, tratando de encontrar algo de paz. Sin embargo, la puerta volvió a sonar. Frustrada, tomó una almohada y ahogó un grito en ella. ¡¿Por qué no podían dejarla en paz?! Se levantó, furiosa, y fue a abrir la puerta, dispuesta a enfrentarse a quien fuera. Pero esta vez no era una molestia.
Frente a ella estaba Thaddeus, con la mirada fija en el suelo, visiblemente nervioso, como si algo lo mantuviera en silencio. Parecía tímido, dudando si decirle lo que tenía en mente. Tras unos segundos de vacilación, finalmente se armó de valor. Al fin y al cabo, no tenía nada que perder. Levantó la cabeza lentamente, mostrándole una sonrisa pequeña, casi tímida, dejando al descubierto sus dientes que lo hacían parecer un poco vulnerable, como un conejo. Sus manos jugaban nerviosamente, traicionando la tormenta interna que lo consumía.
A pesar de la calma en su exterior, Thaddeus cargaba con miles de demonios sobre sus hombros. Aquellas oscuras entidades lo trataban como un simple títere, manipulando sus pensamientos y acciones, haciendo que su comportamiento resultara extraño a los ojos de los demás. Pero en ese instante, frente a Victoria, parecía tan inocente, tan humano.
—¿Qué haces aquí a esta hora? ¿No deberías estar en la cama? —preguntó Victoria, arqueando una ceja, aún algo molesta por la interrupción.
—Es que quería preguntarte algo... —respondió Thaddeus, su voz apenas un susurro mientras jugueteaba con sus manos.
—De acuerdo, dímelo rápido —dijo ella, cruzando los brazos, esperando una respuesta directa.
—Quería saber si tú... querías... o sea... Victoria, ¿quieres ir al... baile conmigo? —dijo al fin, con torpeza, evitando su mirada al final.
Victoria lo miró sorprendida, sin poder evitar una pequeña sonrisa.
—No pensé que fueras de los que van a ese tipo de eventos.
—De hecho, no me agradan —confesó él, encogiéndose de hombros—, pero no sé... creo que será divertido si vas conmigo.
— Bueno, ya que es obligatorio… me gustaría ir contigo.
A medida que avanzaba la noche, tanto Victoria como Thaddeus no podían dejar de pensar en el baile que se aproximaba y en la inesperada idea de asistir juntos. Victoria, aunque siempre había sentido una aversión por estos eventos, no podía evitar imaginar cómo sería estar allí con él, mientras su mente divagaba entre nervios y curiosidad. Por otro lado, Thaddeus, quien solía evitar todo tipo de reuniones sociales, se encontraba sorprendido por lo mucho que esperaba la ocasión. Ambos, en sus respectivas habitaciones, se quedaban despiertos, sus pensamientos centrados en lo que significaba asistir juntos a ese baile.
Cuando los primeros rayos del sol iluminaron el cielo, Victoria se preparó para salir de su habitación. Las personas a su alrededor estaban entusiasmadas por el baile que se acercaba, pero ella no lograba entender por qué. Para ella, era simplemente un evento más, sin nada especial. ¿Por qué tanto revuelo? Decidió ignorar el bullicio y dirigirse a su refugio, la biblioteca. Ese lugar le brindaba una paz similar a la que sentía en la mansión, su verdadero hogar, aunque estuviera a kilómetros de distancia. Allí, rodeada de libros, siempre encontraba consuelo y nuevas enseñanzas.
Al llegar la tarde, regresó a su habitación con la intención de encontrar algo apropiado para el baile. Rebuscó entre sus vestidos, todos ellos oscuros, apagados, hasta que encontró uno que había guardado al final, sin darle demasiada importancia. Era el vestido blanco de su madre, un símbolo de luz y pureza que nunca antes se había atrevido a usar. Siempre temió que el vestido se impregnara de su aroma y que eso lo volviera menos sagrado, pero hoy sentía que quería llevarlo.
Tomó el vestido entre sus manos y, mientras lo abrazaba con fuerza, sus ojos se posaron en el retrato de su madre junto a su padre. Una pequeña sonrisa asomó en sus labios, pero, al mismo tiempo, una oleada de tristeza la envolvió. Se sentó en la cama, con el vestido aún en sus manos, sintiendo el peso de sus emociones.
—Madre… quiero conocerte, pero aún no encuentro cómo hacerlo —susurró, su voz temblorosa—. Quizás me toque esperar hasta el día de mi muerte para que puedas abrazarme...
Victoria tomó un velo casi transparente, uno que no ocultaba por completo su rostro como solían hacerlo los otros, pero tampoco lo revelaba del todo. No entendía del todo qué estaba haciendo ni por qué lo hacía, tal vez solo seguía el eco de las palabras que Thaddeus le había dicho tiempo atrás. Cuando finalmente estuvo lista, se detuvo frente al espejo y, por un momento, no se reconoció. La imagen que le devolvía el reflejo era diferente a la que estaba acostumbrada. Se veía más cálida, como si la vida irradiara de ella de una forma nueva.
Con suavidad, tocó su cabello, que ya no estaba recogido con una liga, sino suelto y libre. Era largo y negro, pero lo que más le llamaba la atención era el rizado que había comenzado a formar con el paso de las semanas. No sabía por qué, pero le gustaba cómo se veía su cabello así, con esa forma más natural y rebelde. Se sintió extrañamente bien, como si aquel pequeño cambio en su apariencia reflejara algo más profundo dentro de ella, algo que no había notado hasta ese momento.
— No te hará mal ser libre aunque sea una noche….
Cuando llegó la hora, Victoria esperó unos minutos antes de salir de su habitación y dirigirse al salón donde se llevaría a cabo el baile. El salón era impresionante, mucho más grande y majestuoso de lo que había imaginado. A medida que avanzaba, sentía una mezcla extraña de nerviosismo y timidez que no podía sacudirse. No quería ser el centro de atención, así que optó por quedarse a un lado de la puerta, en las sombras, esperando que nadie la notara.
Pero para su mala suerte, no estaba sola. Thaddeus, su cita para el baile, estaba justo detrás de ella, observándola en silencio. Durante unos momentos, no dijo nada ni hizo ningún movimiento que delatara su presencia, pero la intensidad de su mirada era inconfundible. Finalmente, cuando Victoria levantó la mirada, sus ojos se encontraron con los de él.
El tiempo pareció detenerse por un instante. Thaddeus no apartó la vista, sus ojos fijos en ella, como si estuviera viendo algo que no esperaba. No hizo falta que dijera una palabra; su expresión lo decía todo.
—Nunca pensé que usaras otro color—comentó Thaddeus, su voz llena de sorpresa y admiración.
Victoria bajó la mirada hacia el vestido blanco que llevaba puesto, sus dedos acariciando la tela con ternura.
—Este vestido era de mi madre. No sé... creo que es apropiado para la ocasión.
Thaddeus la miró fijamente, como si intentara capturar cada detalle de su presencia. Luego, con una sonrisa sincera, dijo:
—Luces realmente hermosa. Tan hermosa como la luna.
— Gracias—bajo la mirada, un tanto tímida.
— Lista para entrar.
— Nací lista, príncipe.
— Entonces, adelante, princesa.
Thaddeus y Victoria se adentraron en el salón, y de inmediato, las miradas se centraron en ellos. La entrada de Victoria, en su elegante vestido blanco, había atraído la atención de muchos, pero especialmente la de sus primos, que se encontraban en un rincón apartado.
Los primos de Victoria intercambiaron miradas cargadas de desdén, sus expresiones neutras disimulaban el resentimiento que sentían hacia ella. Aunque intentaron mantener una fachada de indiferencia, el odio y el rechazo eran palpables. Victoria, sin embargo, no se dejó afectar por su actitud. En ese momento, su objetivo era desconectar de su legado y disfrutar de la noche como cualquier otra adolescente.
— Solo puedo decirte que tengo dos pies izquierdos —dijo Victoria con una sonrisa tímida.
— No te creo —respondió Thaddeus con una risita, sin poder evitarlo.
— En serio —aseguró ella, tratando de mantener una expresión seria.
— Bueno, si tú tienes dos pies izquierdos, yo también tengo dos. Es culpa de mi padre —añadió Thaddeus, bromeando mientras movía los pies torpemente para demostrar su punto.
Victoria se rió, sintiendo cómo la tensión se desvanecía. La conversación ligera y la broma compartida ayudaron a que se relajara aún más, permitiéndole disfrutar del momento sin preocuparse por los juicios o las expectativas.
— Entonces, ¿qué tal si aceptamos que ambos somos torpes y disfrutamos de este baile como sea? —sugirió Victoria, aún riendo.
— Me parece un buen plan —asintió Thaddeus, sonriendo ampliamente—. Aunque, si nos caemos, prometo que será un buen espectáculo.
En el límite del bosque, Azael y Morgana observaban la academia desde la distancia, sus ojos fijos en cada movimiento. Para Morgana, ese lugar representaba un deseo frustrado de hace algunos años. Había querido entrar, anhelado formar parte de lo que sucedía entre esos muros, pero su naturaleza como demonio le había cerrado las puertas. Sin embargo, Morgana no era como los demás. Ella era diferente, más suave, más... linda, en un sentido que desafiaba las expectativas de su especie.
Desde que tuvo memoria, su vida había transcurrido en las profundidades del inframundo, un lugar donde las sombras susurraban secretos y los gritos de las almas condenadas eran el pan de cada día. Sin embargo, en ella siempre había existido una inquietud, una chispa de curiosidad que la alejaba del propósito sombrío de su existencia. Mientras otros demonios disfrutaban del caos, del poder que tenían sobre los mortales, Morgana lo veía todo con otros ojos, como si nunca hubiera pertenecido a ese mundo.
Con el tiempo, esa inquietud creció. Los días en el inframundo se volvieron rutinarios, monótonos, cargados de una tristeza que no podía ignorar. Mientras otros demonios se deleitaban con su labor, Morgana se limitaba a cumplir con su deber, sin compartir el entusiasmo oscuro que flotaba en el aire. Anhelaba algo más, algo diferente. Algo que ni siquiera sabía cómo nombrar. No era como si no comprendiera su naturaleza; Morgana sabía que en su interior latía el poder del caos, pero también sentía que no todo era blanco o negro. Ella se debatía en la escala de grises, un lugar en el que pocos demonios se atrevían a pisar. “No todos los demonios son malos, pero tampoco son buenos”, solía pensar, y era ahí donde su historia se desmarcaba de las demás.
Un día, cansada de las limitaciones de su realidad, Morgana decidió cruzar la barrera. Había escuchado leyendas de los humanos, de sus emociones, de su vulnerabilidad y fortaleza. Sentía que allí, en la superficie, podría encontrar algo que llenara el vacío que la asfixiaba. Así que escapó, dejando atrás el peso de la condena eterna y las cadenas invisibles que ataban a sus semejantes. Al llegar al mundo humano, descubrió lo que siempre había sospechado: la belleza y la fealdad coexisten de maneras que ni los demonios del inframundo podrían comprender. Los humanos no eran solo víctimas de las fuerzas oscuras; también eran capaces de resistir, de amar, de crear y destruir en formas que fascinaban a Morgana.
Mientras observaba la academia a lo lejos junto a Azael, no podía evitar sentir un anhelo profundo. Ella había querido entrar allí. No porque quisiera aprender las artes oscuras que muchos buscaban, sino porque esa academia representaba una puerta a un conocimiento que siempre le había sido negado por su naturaleza. Pero la habían rechazado. “Eres un demonio", le dijeron. Y aunque no seas como los demás, no puedes estar aquí”. Esa exclusión, ese juicio por lo que era y no por lo que hacía, la había marcado profundamente.
—¿Cómo haremos esto sin que salga mal?
— Debemos entrar ahí.
— Esa academia está protegida por rezos. Va a ser imposible adentrarnos ahí siendo demonios.
— Tengo una idea, pero será muy arriesgada.
— Azael, no quiero ponerme en riesgo. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
— Todo saldrá bien, morga, solo… confía en mí.
—La última vez que confié en ti todo salió mal.
— Puedes simplemente olvidar eso.
— Jamás olvidaré la traición que hiciste hacia mi.
—Morgana…
—¿Por qué me juraste amor cuando no lo sentías? —la voz de Morgana resonó en el aire, cargada de dolor y rabia contenida. Sus ojos, antes llenos de dulzura cuando lo miraban, ahora lo atravesaban como dagas. Había sido una mentira, una ilusión que Azael había tejido a su alrededor, y ella, ingenuamente, había creído en cada palabra.
Azael apartó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de su dolor. No había excusas para lo que había hecho, lo sabía, pero aún así trataba de encontrar una forma de justificarse, de arreglar lo que había roto.
—Morgana… —comenzó, pero las palabras se quedaron atoradas en su garganta.
—No —interrumpió ella, alzando una mano para silenciarlo—. No me des más excusas. Lo que hiciste… lo que dijiste… —su voz tembló, pero mantuvo la compostura—. No fue solo una traición a mí. Fue una traición a todo lo que creíamos.
Azael la miró entonces, sus ojos oscuros reflejando algo más que arrepentimiento. Había una tristeza profunda en su expresión, una lucha interna que no lograba verbalizar.
—Yo nunca quise hacerte daño, Morgana —respondió al fin, su voz apenas un susurro—. Lo que sentía… fue real, pero las circunstancias… todo se complicó. No quería que terminara así.
Morgana soltó una risa amarga, llena de ironía.
—¿Las circunstancias? ¡No me hables de circunstancias, Azael! Tú me utilizaste. —Lo señaló con dureza, sus manos temblando levemente—. Si de verdad me hubieras amado, jamás me habrías traicionado. ¿Sabes lo que se siente ser usada por alguien en quien confiabas más que en nadie?
— Somos demonios, Morgana. No estamos diseñados para el amor. Debes entender eso de una vez por todas. No estamos aquí para nosotros, así que no intentes llevarte el protagonismo.
— Bien… ¿cuál es el plan? —preguntó Morgana, con un tono resignado.
— Invocaremos al dragón del inframundo para que ataque la academia. Mientras está ocupado con el caos, nosotros podremos entrar sin ser detectados.
— ¿Esa es tu brillante idea? —inquirió Morgana, levantando una ceja.
— ¿Tienes algo mejor? —retó Azael, mirándola con desdén.
Morgana lo observó en silencio, sabiendo que no había una alternativa inmediata. Su mirada se desvió hacia el horizonte, donde la sombra de la academia se dibujaba en la distancia. Con un suspiro, aceptó el plan, aunque con reservas.
— Muy bien, lo haremos a tu manera. Pero si algo sale mal, no esperes que te cubra las espaldas esta vez.
— No te preocupes, Morgana. Nada saldrá mal —dijo Azael, con una confianza que él mismo no estaba seguro de poder sostener—. Vamos a prepararnos.
Una hora después, Victoria estaba sentada en una banca junto a Thaddeus, mirando las estrellas en el cielo. El más joven miró a la chica quien se encontraba concentrada en el cielo y no pudo evitar sonreír.
— ¿Sabes que hay una constelación con tu nombre?
— ¿De verdad? —preguntó Victoria, inclinando un poco la cabeza mientras su cabello caía en suaves ondas alrededor de su rostro. La idea la sorprendió, pero también la halagó.
— Sí —confirmó Thaddeus, con una sonrisa que reflejaba tanto orgullo como ternura—. La constelación de Victoria es una de las más brillantes. Dicen que representa la luz y la esperanza, y que siempre está ahí para guiar a quienes la buscan.
Victoria se sonrojó ligeramente, movida por el gesto inesperado. ¡
— Nunca imaginé que tuviera una constelación —murmuró, mirando hacia arriba—. Es bonito pensar que algo así existe, incluso si es solo una historia.
— Las historias tienen una manera de hacer las cosas más mágicas —dijo Thaddeus, dando un ligero apretón a la mano de Victoria, que estaba reposando en el banco entre ellos—. Y creo que tú también tienes un toque de magia en ti.
Victoria giró su cabeza hacia él, encontrando en sus ojos una sinceridad que la hizo sonreír. En ese momento, el mundo parecía más pequeño y más lleno de posibilidades. No importaba lo que dijeran los demás o lo que ella misma pensara sobre su lugar en el universo. Sentada allí con Thaddeus, bajo el manto de estrellas, se sintió conectada a algo mucho más grande, algo que le ofrecía una chispa de esperanza en medio de sus dudas.
Thaddeus se inclinó hacia Victoria con una mezcla de curiosidad y admiración. Sus ojos se posaron en el velo que cubría el rostro de ella, y sin pensarlo mucho, llevó una mano hacia el borde del velo, sus dedos rozando suavemente el tejido. Sin embargo, antes de que pudiera levantarlo, las manos de Victoria se posaron rápidamente sobre las suyas, deteniéndolo con firmeza.
Victoria, con el corazón acelerado, miró a Thaddeus con una mezcla de sorpresa y desesperación. Antes de que pudiera pronunciar palabra, un grito agudo resonó desde el otro extremo de la academia, interrumpiendo el momento íntimo. Ambos se volvieron bruscamente hacia el origen del sonido, sus rostros reflejando una creciente preocupación.
Desde el horizonte, una figura oscura se materializó en el cielo. Era una sombra imponente que parecía absorber la luz de la noche. La silueta se movía con una presencia ominosa, proyectando una amenaza palpable sobre la tranquila noche.
Victoria quedó paralizada, sus ojos fijos en la figura mientras un torrente de emociones la invadía. La sorpresa y el miedo se mezclaban en su mente, pero también había una determinación latente. Sabía que debía enfrentar lo que se avecinaba, sin importar cuánto temiera la amenaza
— ¿Qué es eso? —preguntó Thaddeus, su voz cargada de ansiedad.
Victoria, aún en estado de shock, finalmente logró romper su inmovilidad y se giró hacia Thaddeus, su expresión ahora resoluta.
— Debemos irnos —dijo con firmeza—. Eso es un presagio. Algo malo está por suceder, y no podemos quedarnos aquí.
—¡Victoria! —llamó Azael con una voz suave pero autoritaria—. Debemos hablar.
Victoria se detuvo en seco al escuchar la voz de Azael. Reconoció su figura inmediatamente, y un escalofrío recorrió su espalda. Él estaba a unos pasos delante de ellos, una presencia inquietante en medio de la oscuridad que parecía intensificar su aura siniestra.
— ¿Azael? ¿Qué haces aquí? —preguntó Victoria, su voz temblando ligeramente mientras su mirada se movía entre él y la figura oscura en el cielo.
Azael avanzó un par de pasos hacia ellos, su expresión imperturbable. Aunque su voz era suave, había un tono autoritario en ella que no dejaba lugar a dudas sobre su intención.
— Quiero que seas una niña buena y me entregues la caja —dijo Azael, con una sonrisa que no alcanzaba a iluminar sus ojos oscuros.