Sinopsis: Camila es una apasionada estudiante de arte que decide participar en un programa de voluntariado en un hospital, buscando dar un sentido más profundo a su vida y su arte. Allí conoce a Gabriel, un joven carismático que enfrenta una dura batalla contra el cáncer. A pesar de la gravedad de su situación, Gabriel irradia una energía contagiosa que transforma el entorno del hospital.
A medida que Camila y Gabriel pasan tiempo juntos, su amistad florece. Camila descubre que el arte puede ser una poderosa herramienta de sanación, mientras que Gabriel encuentra en ella una fuente de inspiración y alegría. Juntos, crean un mundo de colores y risas en medio de la adversidad, compartiendo sueños, miedos y momentos de vulnerabilidad.
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Promesas y más promesas
Camila se encontraba en su apartamento, absorta en la lectura de un libro que había comenzado semanas atrás. Sin embargo, su mente no lograba concentrarse; había una inquietud en su pecho que no podía ignorar. Sus pensamientos danzaban entre recuerdos de risas compartidas con su mejor amigo Gabriel y la preocupación constante por su salud, últimamente lo encontraba un poco indispuesto de lo normal. Se agotaba más rápido, se notaba mucho más en su aspecto y aunque intentará fingir que todo se encontraba bien para no preocuparlos. A veces no podía ocultarlo.
De repente, el sonido del teléfono interrumpió su ensimismamiento. Al ver el identificador de llamadas, su corazón dio un vuelco. Era el padre de Gabriel. Eso la preocupó pues casi nunca tenían comunicación por ese medio. Sin pensarlo, contestó, sintiendo la urgencia en la voz del hombre que había sido como un segundo padre para ella.
—Hola, Camila —dijo con un tono grave—. Necesito que vengas al hospital. Gabriel… él no se encuentra bien.
El mundo de Camila se desvaneció por un instante. La imagen de Gabriel, siempre alegre y lleno de vida, la invadió. Había luchado duramente contra el cáncer, pero siempre había mantenido su espíritu en alto. Sin embargo, ahora, el tono de su padre indicaba que las cosas no estaban bien.
—Voy de inmediato —respondió, intentando mantener la calma.
Colgó y, en un instante, se vio envuelta en un torbellino de emociones. Sus manos no paraban de temblar y sentía su boca muy seca. Se vistió rápidamente, su mente agitada por la preocupación. Cada paso que daba era un recordatorio del juego en el que se encontraba Gabriel, su vida no era más que una diminuta mota de polvo que en cualquier instante se desvaneceria, eso la aterraba. El miedo a perderlo se había implantado hace semanas pero ella solo intentaba ignorarlo para no saturar su mente y su corazón.
Finalmente al llegar al hospital. Se dirigió a la sala donde sabía que Gabriel estaba. Su corazón latía con fuerza mientras recorría los pasillos, cada paso resonando con la incertidumbre.
Cuando llegó a la habitación, se detuvo un momento en la puerta. La escena que se presentó ante ella era desgarradora. Gabriel estaba recostado en la cama, su piel pálida y sus ojos más hundidos de lo que recordaba. Sin embargo, al verla entrar, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.
—Camila —susurró con voz débil—. Gracias por venir.
Ella se acercó rápidamente, sintiendo un nudo en la garganta. Se sentó en la silla junto a su cama, tomando su mano entre las suyas.
—Siempre estaré aquí, Gabriel —dijo con firmeza, tratando de infundir un poco de su propia fuerza.
—No tienes que hacerlo —respondió él—. No quiero que sientas que tienes que cargar con esto.
—Pero quiero estar aquí contigo —insistió Camila—. Eres mi mejor amigo, y eso significa mucho para mí.
Gabriel cerró los ojos por un momento, como si estuviera procesando sus palabras. La habitación estaba en silencio, salvo por el suave pitido de los monitores médicos. Camila se sintió impotente al ver a su amigo en ese estado, pero estaba decidida a ser un rayo de luz en su oscuridad.
—¿Mi padre te llamó? —dijo Gabriel, abriendo los ojos lentamente— Lo siento por tener que hacerte verme así.
—¿Qué te dijeron los doctores? —preguntó Camila, con su voz entrecortada.
—Que mi cuerpo está cansado. Comencé nuevamente la quimioterapia ha sido duro, y parece que esta vez se me ha hecho más difícil recuperarme —respondió él, su mirada fija en el techo.
Camila sintió una punzada en su corazón. Gabriel siempre ha sido fuerte, su espíritu indomable. Pero ahora, veía que la lucha lo estaba desgastando.
—No te preocupes por nada, Gabriel. Vamos a encontrar la manera de salir de esto juntos —dijo ella, convencida de que su apoyo podría ayudarlo.
Él la miró, su expresión estaba llena de gratitud, pero también de una tristeza que no podía esconder.
—A veces me pregunto si alguna vez volveré a ser el mismo —murmuró—. Si alguna vez volveré a jugar basket como antes, a reírme de las tonterías de los demás, a hacer planes.
Camila sintió que las lágrimas le amenazaban con brotar. Sin embargo, se obligó a mantener la compostura. No podía permitir que la tristeza lo invadiera más.
—Eres fuerte, Gabriel. Siempre lo has sido. Y aunque las cosas parezcan oscuras ahora, no perderé la esperanza. Prometo que haré todo lo posible para que estés bien —dijo, apretando su mano con ternura.
—Tu apoyo significa el mundo para mí, Camila —respondió él, su voz temblorosa—. Me da fuerzas saber que no estoy solo en esto.
Los minutos se convirtieron en horas mientras hablaban. Camila hablaba sobre las cosas que hacía en casa que aunque no eran nada del otro mundo quería mantener su mente ocupada. A pesar de la situación, ambos intentaban mantener el espíritu elevado, riendo de anécdotas pasadas.
Gabriel, aunque débil, sonreía cada vez que Camila contaba alguna de sus travesuras. Era un alivio ver esa chispa en sus ojos, aunque fuera por un momento. Pero la realidad siempre estaba ahí, acechando en las sombras.
Pasaron la tarde juntos, y Camila prometió que regresaría al día siguiente. A medida que la noche caía, la habitación se llenó de una calma reconfortante. Camila sabía que el camino sería largo y difícil, pero estaba dispuesta a recorrerlo junto a el.
—Recuerda, siempre estaré aquí para ti —le dijo mientras se despedía.
Gabriel asintió, y sus ojos reflejaban un agradecimiento profundo. A medida que salía de la habitación, Camila sintió una mezcla de tristeza y determinación. Sabía que la batalla de su amigo no había hecho más que comenzar, pero también sabía que, juntos, podrían enfrentar cualquier cosa, pero tenía miedo. Trataba de ser lo más optimista, pero está vez le estaba costando.
Al llegar a casa, la soledad la abrazó con fuerza. Se sentó en el sofá, sintiendo el peso de la realidad que la rodeaba. Cerró los ojos y se echó a llorar, comenzó a sentir todas esas emociones caer encima de ella sin ninguna piedad. Lloro hasta sentir su corazón secarse.
Los días siguientes transcurrieron entre visitas al hospital y momentos de esperanza y desánimo. Cada vez que Camila veía a Gabriel, intentaba mantener la conversación ligera, pero había momentos en los que la tristeza se hacía presente. Gabriel estaba cansado, y a veces se rendía ante la presión de su enfermedad.
Una tarde, mientras le leia un libro, Gabriel se detuvo y la miró con seriedad.
—Camila, a veces tengo miedo. Miedo de lo que vendrá —confesó, su voz apenas un susurro.
Ella sintió un nudo en la garganta, pero sabía que debía ser fuerte por él.
—Lo sé, Gabriel. Es completamente normal sentirse así. Pero quiero que sepas que no estás solo. Siempre estaré a tu lado —respondió, tocando su mano con cariño.
—Prometiste que estarías aquí siempre.—dijo él, con una leve sonrisa curvando sus labios y dándole un apretón de manos.
—Y lo haré, todos los días, sin falta —aseguró Camila. — Buscaré cualquier espacio entre la universidad para verte.
A medida que pasaban los días, el vínculo entre ellos se fortalecía. Camila aprendió a leer las emociones en los ojos de Gabriel, a entender cuando necesitaba hablar y cuando solo quería silencio y un poco de espacio, a veces se sentía avergonzado de cómo se veía. Y cada visita se convertía en un ritual sagrado, un espacio donde ambos podrían ser vulnerables sobre el miedo que sentían.
Sin embargo, la realidad siempre estaba presente. La enfermedad no se detendría, y cada día era una lucha. Camila se convirtió en su refugio. Le leía, le contaba historias y lo animaba a seguir adelante.
La relación entre ellos se transformó en algo más profundo. Camila comenzó a entender la fragilidad de la vida y la importancia de las promesas que se hacían. Cada día que pasaban juntos era un recordatorio de lo valioso que era el tiempo.
Una noche, mientras las estrellas brillaban en el cielo afuera de las ventanas de la habitación de Gabriel, él tomó la mano de Camila, mirándola con seriedad.
—Camila, si algo me pasara… —comenzó, pero ella lo interrumpió.
—No hables así. No te va a pasar nada. Vamos a superarlo juntos. Estarás bien.
—Lo sé, pero quiero que sepas que siempre te llevaré en mi corazón. Eres la mejor amiga que alguien podría desear —dijo él, sus ojos llenos de sinceridad.
—Y tú siempre serás mi mejor amigo —respondió Camila, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos.
La noche se envolvió en un silencio profundo. Ambos comprendieron que la vida era incierta, pero también que el amor y la amistad eran poderosos. La enfermedad era una montaña rusa muchas veces se encontraba bien y otras no. Ahora Camila viendo esto no quería alejarse de el, aunque sabía que sus responsabilidades también era una prioridad, pero de algo si estaba segura la conexión entre ellos se convirtió en su mayor fortaleza.