Dos jóvenes de mundos opuestos se encuentran por casualidad una noche de Halloween. Ella, proveniente de una familia adinerada y de clase alta, y él, de una humilde familia de escasos recursos económicos en la zona más desfavorecida de Florida. A pesar de sus diferencias sociales, sus miradas se cruzan y surge una conexión instantánea entre ellos, una atracción que parecía destinada a ser efímera.
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Luchando Por Él
Capítulo 15 - Luchando Por Él
Después de la dolorosa conversación con mi padre, en la que me informó que tendría que viajar a París por un periodo indefinido, me encuentro abrumada por una tormenta de emociones.
Por un lado, siento una profunda frustración e impotencia al ver cómo mi oportunidad de ayudar a Marcos se esfuma entre mis dedos. Hemos logrado establecer un vínculo tan especial, y ahora me veo obligada a alejarme de él y su familia, justo cuando más necesitan de mi apoyo.
Recuerdo la determinación en los ojos de Marcos, su lucha por mantener su dignidad y orgullo intactos, aun cuando eso significaba renunciar a una oportunidad que podría cambiar el rumbo de su vida. Sé que para él y su padre, aceptar mi ayuda era casi impensable, pues temían que eso pusiera en riesgo todo lo que han construido con tanto esfuerzo.
Y ahora, cuando parecía que estábamos a punto de encontrar una solución, mi padre interviene y me obliga a alejarme de ellos. No puedo evitar sentir que estoy traicionando a Marcos, que lo estoy abandonando en el momento más crucial de su vida.
Paso horas encerrada en mi habitación, llorando en silencio y tratando de encontrar una manera de convencer a mi padre de que reconsidere su decisión. Sé que él teme que mi cercanía a Marcos y su familia pueda poner en riesgo nuestro estatus social, pero no puedo entender cómo puede anteponer eso a la posibilidad de cambiar una vida.
Finalmente, decido enfrentar a mi padre una vez más, dispuesta a luchar por mi derecho a ayudar a Marcos. Toco suavemente la puerta de su despacho y, al escuchar su voz grave, entro con determinación.
—Papá, tenemos que hablar —digo, con una voz firme.
Él me mira con una expresión severa y hace un gesto para que tome asiento frente a él.
—Alejandra, creí haber dejado claro que tu viaje a París es inapelable —dice, con firmeza.
Respiro profundamente y me armo de valor para enfrentarlo.
—Papá, por favor, reconsidéralo —suplico, sin poder contener la desesperación en mi voz—. Sé que puedo hacer una diferencia en la vida de Marcos y su familia.
Mi padre me mira con una expresión de lamento y niega suavemente con la cabeza.
—Hija, entiendo que te has encariñado con esa familia —dice, con una voz más suave—. Pero temo que tu involucración en sus asuntos pueda poner en riesgo nuestra propia posición.
Siento que la frustración me consume, pero me esfuerzo por mantener la calma.
—Papá, ¿acaso no lo entiendes? —digo, con vehemencia—. Esta es una oportunidad única para cambiar la vida de Marcos. ¿Cómo puedes negarme eso?
Mi padre suspira profundamente y me mira con una expresión que denota preocupación.
—Alejandra, sé que tu corazón está en el lugar correcto —dice, con cautela—. Pero no puedo permitir que sigas involucrándote en los asuntos de esa familia. Tienes que ir a París y quedarte allí hasta nuevo aviso.
Siento que la desesperación se apodera de mí y, sin poder contenerme, me levanto de la silla y golpeo el escritorio con las palmas de las manos.
—¡Papá, por favor, escúchame! —exclamo, con lágrimas en los ojos—. Marcos necesita de mi ayuda. No puedes simplemente arrancarme de su vida.
Mi padre me mira con sorpresa y, por un instante, puedo ver en sus ojos una mezcla de comprensión y firmeza.
—Alejandra, entiendo tu pasión por querer ayudar a esa familia —dice, con voz grave—. Pero mi decisión está tomada. Tienes que ir a París y mantenerte alejada de ellos.
Siento que la frustración me consume y, sin poder contenerme, me dejo caer en la silla, cubriendo mi rostro con las manos.
—Papá, por favor, no puedes hacerme esto —susurro, entre sollozos—. Marcos y su familia lo necesitan. No puedo simplemente abandonarlos.
Mi padre se levanta de su silla y rodea el escritorio para acercarse a mí. Siento su mano posarse suavemente sobre mi hombro y, al levantar la mirada, veo una expresión de lamento en su rostro.
—Hija, lo siento, pero no puedo cambiar mi decisión —dice, con voz grave—. Tienes que ir a París y quedarte allí hasta nuevo aviso.
Siento que la impotencia me consume y, sin poder contenerme, me aferro a la manga de su chaqueta, suplicando con desesperación.
—Papá, por favor, reconsidéralo —imploro, sintiendo que las lágrimas resbalan por mis mejillas—. Sé que puedo hacer la diferencia en la vida de Marcos. No puedes simplemente arrancarme de su lado.
Mi padre me mira con una expresión de lamento y, con suavidad, toma mis manos entre las suyas.
—Alejandra, entiendo tu pasión y tu determinación —dice, con voz cálida—. Pero temo que tu cercanía a esa familia pueda poner en riesgo nuestra posición social.
Siento que la frustración me domina y, sin poder contenerme, me levanto de la silla, encarándolo con determinación.
—¡Papá, eso no me importa! —exclamo, con vehemencia—. Marcos necesita de mi ayuda. No puedo simplemente darle la espalda.
Mi padre me mira con una expresión de sorpresa y, por un instante, puedo ver que vacila en su resolución.
—Alejandra, hija, entiendo tu posición —dice, con cautela—. Pero no puedo arriesgarme a que tu involucración en los asuntos de esa familia ponga en peligro nuestra reputación.
Siento que la desesperación me consume y, sin poder contenerme, me acerco a él, tomando sus manos con firmeza.
—Papá, por favor, escúchame —suplico, con la voz quebrada—. Sé que mi cercanía a Marcos y su familia puede ser vista como una amenaza a nuestra posición social. Pero te juro que mis intenciones son genuinas.
Mi padre me mira con una expresión de conflicto y, por un momento, parece dudar.
—Alejandra, entiendo tu preocupación por esa familia —dice, con voz grave—. Pero no puedo ignorar los posibles riesgos que tu involucración podría traer.
Siento que la frustración me consume y, sin poder contenerme, me aferro a sus brazos, suplicando con desesperación.
—Papá, por favor, déjame quedarme —imploro, sintiendo que las lágrimas resbalan por mis mejillas—. Sé que puedo hacer la diferencia en la vida de Marcos. No puedes simplemente arrancarme de su lado.
Mi padre me mira con una expresión de conflicto y, por un momento, puedo ver que su resolución flaquea.
:(
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