En el pequeño pueblo de Santa Lucía, Ximena Salazar, una dedicada, joven y apasionada aspirante a alcaldesa, se convierte en el blanco de la obsesión de Santiago Vargas, un oscuro mafioso con conexiones profundas en la comunidad que no se detendrá hasta tenerla entre sus brazos.
¿Podría el amor nacer de la obsesión?
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Permiso
Santiago
El sol de la tarde que se colaba por los establos de la hacienda y creaba destellos dorados en el pelaje de mi caballo pura sangre "Terracota" al cual me encontraba cepillaba con cuidado. mis manos se movían con destreza, acariciando el lomo del animal con el cual tenía un inquebrantable vínculo. Alrededor nuestro, los empleados se ocupaban de las tareas diarias, algunos limpiando los establos y otros preparando la llegada del veterinario para atender a una yegua que estaba por dar a luz.
—Ya está todo listo, patrón— Me habló Jorge, mi capataz.
—Bien, infórmenme en cuanto llegué el veterinario. Quiero estar presente.
Mientras daba algunas órdenes a mis empleados, noté la presencia de Ximena acercándose a paso firme.
Una sonrisa emergió en mi rostro al verla. Ximena tiene ese efecto en mi, puede hacerme sentir mil emociones en un momento.
—¿Te gustaría dar un paseo en caballo? —le propuse, mientras me acercaba a ella.
Ella, con gracia y humor, me recordó la última experiencia en la que se cayó del caballo y se fracturó un brazo.
—No estoy segura de querer volver a intentarlo— Agregó.
—Cuando te sientas lista, puedes venir y pedir que ensillen tu caballo— Respondí.
Ella asintió mientras se acercaba a mi caballo.
Mientras ella concentraba su atención en el animal, la observé detenidamente, maravillado por su belleza, su cabello rojo anaranjado resplandeciente bajo la luz del sol y esos labios rosados que ansiaba volver a besar.
De repente, ella se giró y lo notó.
—Me gustaría pedirte algo, Santiago— Me preguntó algo dudosa. Cada vez que la escucho decir mi nombre, es como si hubiera melodía en el aire.
—Sabes que puedes pedirme lo que quieras y yo te lo daré.
—¿Podría ir a ver a mis padres? Deben estar preocupados y ansiosos porque no he ido a verlos.
En este momento, ella es la mujer, más importante en mi vida. Daría lo que fuera por verla sonreír.
—De acuerdo.
—¿Lo dices enserio?— Me dijo con una amplia sonrisa en el rostro.
—Si.
—¡Gracias, gracias!— La euforia la invadió por un momento y me abrazo, algo que no duró mucho porque en cuanto se dio cuenta, retrocedió colocando distancia entre los dos.
Soy consciente de que una sola buena acción no me ayudará a conquistar su corazón. No será fácil, pero eso es precisamente lo que me gusta de ella, su fortaleza, su resistencia. El reto que representa.
Una mujer como ella no la conquista cualquiera.
—Gracias, iré a prepararme.
—Bien, le diré a algunos de mis hombres para que te acompañen— Tan pronto me escuchó decir esto, su rostro se distorsionó.
—Pensaba que ya había demostrado mi lealtad— Se cruzó de brazos con la mirada firme. —Prefiero ir sola.
—Puede que este enamorado de ti, pero no soy pendejo. Si te dejo ir sola, es seguro que te irás con el tipejo ese y le irás a contar a todo el mundo la verdad.
—Eso no es...
—¿¡Qué!? Me vas a negar que si tuvieras la oportunidad, no te irías con el guardia ese de quinta— No quería alzarle la voz, pero de solo pensar que ese hombre la ha tocado, me hierve la sangre. —Eso no lo voy a permitir nunca. Tu ahora eres mía, ¡Mia y de nadie más!
Molesta, dio unos cuantos pasos hasta estar a centímetros de mí.
—Escúchame bien, Vargas— Bien, ya no soy más Santiago. —Yo no soy ni seré mujer de nadie. Metete eso en la cabeza.
Se marchó, dejándome con la satisfacción de tener el desafío de domar a una fiera.
Ximena Salazar, 32 años