PRIMER LIBRO DE LA SAGA.
Luciana reencarna en el cuerpo de Abigail una emperatriz odiada por su esposo y maltratada por sus concubinas.
Orden de la saga
Libro número 1:
No seré la patética villana.
Libro número 2:
La Emperatriz y sus Concubinos.
Libró número 3:
La madre de los villanos.
( Para leer este libro y entender todos los personajes, hay que leer estos dos anteriores y Reencarne en la emperatriz divorciada.
Reencarne en el personaje secundario.)
Libro número 4:
Mis hijos son los villanos.
Libro número 5:
Érase una vez.
Libro número 6:
La villana contraataca.
Libró número 7:
De villana a semi diosa.
Libro extra:
Más allá del tiempo.
Libro extra 2:
La reina del Inframundo.
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Capitulo 15
En el salón del palacio de la emperatriz, los concubinos esperaban ansiosos a Abigaíl. Todos estaban preocupados por ella, ya que ninguno había podido despedirse la noche anterior.
Cuando Abigaíl bajó las escaleras y se encontró con ellos, se acercó y los saludó.
—Buenos días, caballeros.
—Buen día, emperatriz, disculpe que vayamos a molestar tan temprano, pero queríamos saber cómo estaba —dijo Sir Sebastián.
—Si después de su abrupta salida de la fiesta, su hermano no nos informó que había bebido un poco de más —comentó Calixto.
Abigaíl miró a su hermano, quien ya estaba sentado desayunando, y él le guiñó un ojo. Ella sonrió y respondió.
—Así es, no me sentía muy bien, pero ya estoy mejor. ¿Les gustaría desayunar conmigo y mis hermanos?
—Si no… no les molesta… perdón —respondió Fabio, nervioso.
—Tranquilo, joven Fabio. ¿Tiene dificultad para hablar? —preguntó Abigaíl con una sonrisa amable.
—Sólo cuando… estoy nervioso —admitió Fabio, algo avergonzado.
—No tiene por qué estarlo, aquí nadie lo juzgará ni se burlará de usted. Así que tranquilo. Bueno, pasemos al comedor.
Fabio, algo sonrojado, respiró profundo y dijo:
—Gracias, majestad.
—Ves que sí puedes, hombre. Tranquilo, que nosotros no mordemos —interrumpió Bruno, con una sonrisa burlona.
Fabio sólo lo miró de reojo y asintió. Todos se acomodaron en la mesa y esperaron a que los sirviesen.
Damon había salido de su habitación y bajado para desayunar con Abigaíl, pero al llegar al comedor se encontró con todos los concubinos. Esto no le gustó, y frunció el ceño.
—Oh, joven Damon, qué bueno que ya está aquí. Por favor, siéntese y acompáñenos a desayunar —dijo Abigaíl, alzando la mano para invitarlo.
Damon la miró extrañado, pero ella le hizo una señal de que luego le explicaría. Nadie notó ese intercambio, excepto una persona.
—Claro, con permiso —respondió Damon, tomándose un momento antes de sentarse en un lugar vacío.
Stefan, al notar su llegada, no pudo evitar preguntar:
—¿Señor Salvatierra, dónde durmió anoche? Ayer fuimos guiados todos al harén, excepto usted. Además, no lo vi llegar.
Abigaíl casi se ahoga con el café al escuchar la pregunta y rápidamente trató de disimular su sorpresa.
—Disculpen, estaba caliente —dijo, tosiendo ligeramente—. Humm… El joven Damon me pidió permiso para ir al Ducado, tenía trabajo que hacer con su padre, si mal no recuerdo.
—Así es, majestad, todavía tengo trabajo pendiente. En cuanto termine de desayunar, saldré a terminarlo —confirmó Damon.
—Con que eso fue lo que pasó —dijo Stefan, con tono algo escéptico. No dijo más nada y siguió desayunando.
Los hermanos de Abigaíl la miraban con sonrisas burlonas, ya que casi la habían pillado en su mentira.
Después de desayunar, Abigaíl habló:
—Jóvenes, tengo trabajo que hacer, pero ustedes pueden hacer lo que quieran.
—Majestad, puedo ayudarla en lo que quiera —ofreció Gustavo, con aire de preocupación.
—Muchas gracias, joven Gustavo, pero puedo sola. Ustedes pueden continuar con sus tareas y, si quieren, más tarde compartimos otra comida.
—Hermana, ahora te alcanzo en tu oficina, quiero hablar contigo de algo importante —dijo Bastián.
—Está bien, te espero —respondió Abigaíl.
Abigaíl salió del salón sin decir nada más y se dirigió a su oficina, donde se encontró con Milton, ya trabajando.
—Buen día, majestad —dijo Milton, levantándose e inclinándose al verla entrar.
—Buen día, ¿cómo está? ¿Mucho trabajo? —preguntó Abigaíl.
—Mm… Más o menos, majestad. En realidad, estoy revisando las cuentas del harén —respondió Milton.
—¿Y qué se gastaron las reservas de la corona o qué? ¿Por qué esa cara? —preguntó Abigaíl, notando su incomodidad.
Milton le extendió un cuaderno, y Abigaíl se sentó para revisarlo.
—Por Dios, ¿cómo pudieron gastar toda esta cantidad? —exclamó, sorprendida.
—Ahí están justificados los gastos —respondió Milton.
—¿Refacciones en el harén? ¿Jardín y esculturas nuevas? ¿30 sirvientes nuevos? ¿Vestidos, joyas con pedrería y zapatos? —Abigaíl comenzó a reír a carcajadas—. Ja, ja, ja, me imagino la cara del emperador cuando se entere. Ja, ja, ja.
Justo en ese momento, entró Steven.
—¿Qué cara? ¿Enterarme de qué? —preguntó, acercándose a ella.
—Buenos días. Podría tocar la próxima vez que venga a mi oficina —dijo Abigaíl, sin mirar directamente a Steven.
—Soy tu esposo. Puedo entrar cuando me plazca —respondió Steven, con voz grave.
—No tiene caso discutir con usted. Bueno, tome —respondió Abigaíl, entregándole el cuaderno.
—¿Qué es esto? —preguntó Steven, al recibir el cuaderno.
—El resumen de los gastos de sus esposas. Eso sin contar mi cuenta, pero viendo todo esto, me da lástima pedirle más dinero. Este mes dejaré que mis esposos me ayuden con mis gastos —respondió Abigaíl con tono firme.
—De ninguna manera. Usted es mi esposa, y yo cubriré tus cuentas. Además, tú también tienes un sueldo. No entiendo por qué tendrías que pedirle algo a esos tipos —dijo Steven, visiblemente molesto.
—Primero, lea el informe, y luego me dice si sigue su oferta en pie —respondió Abigaíl, cruzando los brazos.
Steven bajó la mirada al cuaderno y comenzó a leer. Su rostro mostró una creciente incredulidad.
—Por supuesto, soy un emperador que tiene fondos suficientes… ¿Qué es esto? —exclamó, sin poder creer lo que leía.
—Eso es solo de este mes —dijo Abigaíl, con una sonrisa irónica.
—¡QUE DE ESTE MES! PERO ESTO ES UNA MALDITA BROMA —gritó Steven, levantándose de su asiento.
—No lo sé, eso pasa cuando "alguien" presume ser un emperador por todas partes y no enseña a sus esposas de dónde viene ese dinero, y ellas no hacen otra cosa que despilfarrar —respondió Abigaíl, calmada.
—¿Quién es el tesorero? —preguntó Steven, con la furia evidente en sus ojos.
—Buena pregunta —dijo Abigaíl—. Antes era su asistente, majestad, pero usted le dio ese cargo al padre de la concubina Estefanía.
—Era amigo de mi padre —respondió Steven, tratando de defender la decisión.
—Ja, perdón, pero el amigo de su padre nos va a dejar en la ruina por cumplir todos los caprichos de su hija y las otras concubinas —replicó Abigaíl, con tono burlón.
—Puede traer a las concubinas y al tesorero Monzón —ordenó Steven.
—Sí, majestad. Ya vuelvo —respondió Milton, saliendo rápidamente.
—Ni yo que estoy reaccionando todo mi palacio tengo esos gastos —comentó Abigaíl.
—No te preocupes, pondré de lo que me pertenece para cubrir esto —dijo Steven, con tono serio.
—Por supuesto que lo pondrás tú. No pienso subir los impuestos por tu culpa o la de esas mujeres —replicó Abigaíl, con firmeza.
Steven solo la miró de reojo, odiando aceptar que tenía razón. Luego recordó que la noche anterior se había ido temprano de la fiesta y lo que le había dicho Gael.
—¿Te divertiste anoche? —preguntó Steven, con tono tenso.
—¿Perdón? —Abigaíl lo miró confundida.
—Que si te divertiste. Anoche no esperaste nada y te escapaste de la fiesta para irte, vaya a saber con quién —dijo Steven, acercándose peligrosamente a ella.
—Ja, ja, ja. ¿Esto es un reclamo? Por favor, majestad, usted no es quien para reclamar nada —respondió Abigaíl, con tono sarcástico.
—Soy tu esposo, maldita sea. Anoche no pude dormir pensando en con quién podrías estar durmiendo —dijo Steven, inclinándose para quedar cerca de su rostro—. ¿Abigaíl, por qué me haces esto?
Abigaíl, manteniendo su compostura, pensó para sí misma: *Tal vez la anterior Abigaíl hubiera caído con esta confesión de celos, pero yo no soy esa Abigaíl, chico lindo.*
—¿Qué te hago? Que tú te imagines mi noche con Damon es cosa tuya. Yo no tengo la culpa. Además, si estamos en esta situación es gracias a ti, nada más —respondió con frialdad.
—¿También me culparás por los intentos de asesinato? —dijo Steven, irritado.
—Es que sí es tu culpa. Pero no importa lo que diga, no lo quieres ver. Y vete acostumbrado a ver a mis concubinos conmigo. Hazte a la idea de que anoche pasé la noche con uno de ellos, todavía me falta probar a nueve —respondió Abigaíl, con una sonrisa desafiante.
—Eres una completa descarada. ¿Te atreves a decirme eso? —exclamó Steven, visiblemente furioso.
—Y tú, un cínico. Después de que me hacías compartir almuerzos, salidas, eventos, todo. Ahora vienes a querer reclamar. Ahora soy yo la que va a buscar tiempo en su agenda para ustedes —replicó Abigaíl, con una sonrisa fría.
—¿Qué quieres decir? Yo estoy primero que todos ellos —dijo Steven, acercándose aún más a ella.
—Ja, ja, ja. Así como yo lo estuve para ti, ¿no es verdad? Ja, ja, ja. Ahora llega mi momento de devolverte todo lo que me hiciste, y que no te quepa duda de que lo haré —dijo Abigaíl, manteniendo su tono desafiante.
—Me equivoqué, de acuerdo. En este tiempo me di cuenta de que… —Steven se detuvo, como si las palabras no le salieran.