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Amor Sin Límites

Amor Sin Límites

Status: Terminada
Genre:CEO / Cambio de Imagen / Mujer despreciada / Amante arrepentido / Completas
Popularitas:32
Nilai: 5
nombre de autor: Edna Garcia

A los cincuenta años, Simone Lins creía que el amor y los sueños habían quedado en el pasado. Pero un reencuentro inesperado con Roger Martins, el hombre que marcó su juventud, despierta sentimientos que el tiempo jamás logró borrar.

Entre secretos, perdón y descubrimientos, Simone renace —y el destino le demuestra que nunca es tarde para amar.
Años después, ya con cincuenta y cinco, vive el mayor milagro de su vida: la maternidad.

Un romance emocionante sobre nuevos comienzos, fe y un amor que trasciende el tiempo — Amor Sin Límites.

NovelToon tiene autorización de Edna Garcia para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 14

La secretaria entonces pasó la información a Simone.

— Doña Simone — dijo la secretaria con gentileza — el señor Roger pidió que, si alguien entraba en contacto, yo le pasara su dirección. Él está de vacaciones y no vendrá aquí durante todo el mes.

— ¿Pero no puede resolver este asunto para mí?

— Creo que es mejor que usted vaya a la residencia del señor Roger y lo resuelva personalmente, pues se trata de una cantidad alta.

— Está bien, señorita, iré hasta allá.

Colgó el teléfono despacio, pensativa. No le gustaba salir sola, y menos a un lugar desconocido. Marcelo estaba en el trabajo, y Geovana pasaría el día en los hospitales, de guardia.

Ella suspiró, sintiendo una mezcla de miedo y curiosidad.

— No puedo quedarme con este dinero sin entender el motivo... — murmuró, decidida.

Fue al cuarto, escogió un vestido discreto, se recogió el cabello y se puso un leve labial. Llamó a un taxi y, antes de salir, se miró en el espejo.

— Que Dios me proteja — susurró.

Mientras tanto, en la mansión de Roger, el empresario aguardaba con una leve sonrisa en los labios.

La secretaria ya le había avisado:

— Ella llamó, señor. Le di la dirección, como usted pidió.

— Óptimo — respondió él, mirando el reloj. — Ahora solo es esperar...

Roger caminó hasta el gran ventanal de vidrio de la sala y esbozó una sonrisa discreta.

— Finalmente, Simone... — dijo en voz baja. — Vamos a conversar frente a frente.

La tarde caía, y el destino de los dos estaba a punto de cambiar para siempre.

El carro paró delante de los portones altos de hierro, y Simone, con el corazón apretado, miró por la ventana. La mansión de Roger parecía más un palacio, cercada por jardines impecablemente podados y fuentes de mármol. El taxista la miró por el retrovisor.

— ¿La señora quiere que espere? — preguntó, percibiendo su nerviosismo.

— No, gracias… va a demorar un poco — respondió, intentando disimular el temblor en la voz.

Cuando descendió, un guardia la saludó con formalidad y la acompañó hasta la entrada principal. Las manos de Simone estaban frías. El sonido de sus propios pasos en el piso de mármol resonaba como un recordatorio de que ella no pertenecía a aquel mundo.

Roger, sin embargo, ya la esperaba. De pie, próximo a la escalera central, vestía un terno oscuro impecable. El tiempo había sido generoso con él — las hebras grises le daban aún más imponencia, y la mirada firme denunciaba al hombre que había aprendido a vencer.

Por un momento, ninguno de los dos consiguió hablar.

El silencio entre ellos era denso.

— Yo… — Simone comenzó, hesitante. — Recibí el dinero del premio. Pero el señor depositó 200 mil reales por error.

Roger sonrió levemente, ¡vamos a entrar!

Ella lo acompañó hasta una sala muy elegante, y se sentó en el sofá.

— No fue un error, Simone.

Ella frunció el ceño.

— Entonces… ¿por qué hizo eso?

— ¿Realmente no me reconociste?

— ¿Reconocerte? ¿Cómo así? No me acuerdo de conocerte.

— Pues yo te reconocí, desde el primer momento en que te vi.

Las palabras lo traicionaron. Salieron más cargadas de emoción de lo que él pretendía.

Simone desvió la mirada, intentando contener la ola de recuerdos que el sonido de aquella voz despertaba.

— ¿Roger? ¿Eres tú mismo? Ya han pasado tantos años, Roger…

— Años que pasé intentando olvidarte — respondió, firme, pero con los ojos aguados.

Ella respiró hondo, sintiendo el pecho apretar.

El pasado vino en flashes rápidos — el muchacho soñador, las promesas hechas bajo un atardecer modesto, el billete que ella nunca recibió.

Recordaba el día en que él partió diciendo: “Voy a vencer en la vida, Simone. Y cuando vuelva, quiero que estés a mi lado.”

Pero él nunca volvió.

O, al menos, fue eso lo que ella creyó.

— Tú me dejaste, Roger. No escribiste, no llamaste. Desapareciste. — Su voz temblaba, entre rabia y dolor. — Yo esperé, ¿sabes? Esperé meses, hasta percibir que no volverías.

Roger se aproximó, despacio, la mirada fija en ella.

— Yo volví. — La voz de él era casi un susurro. — Pero cuando volví… tú ya estabas casada.

Simone cerró los ojos, luchando contra las lágrimas.

— Yo pensé que me habías olvidado.

— Y yo pensé que tú me habías cambiado por el confort de un hogar — respondió, amargo. — Pasé años creyendo que el amor no valía nada.

Ella dio un paso para atrás, asustada con la intensidad de él.

— ¿Por qué ahora, Roger? ¿Por qué esa... aproximación?

Él hesitó por un instante, después confesó:

— Porque no aguanto más fingir que te olvidé. Ese dinero fue solo una disculpa, Simone. Yo necesitaba verte. Necesitaba saber si aún sientes lo que yo siento.

El silencio volvió, pesado y lleno de significados.

Simone bajó los ojos, confusa.

El corazón latía descompasado, como si el tiempo hubiese vuelto y ella fuese nuevamente aquella joven que lo esperaba en la puerta de casa, creyendo en sus promesas.

Pero ahora había mucho más en juego: Marcelo, Geovana, una vida construida.

Aun así, algo dentro de ella se quebraba — un muro antiguo, erguido con dolor y añoranza.

— No sé qué decir… — murmuró, con la voz embargada.

Roger se aproximó hasta que los rostros casi se tocaron.

— Entonces no digas nada. Solo mírame… como antes.

Simone levantó los ojos y lo miró fijamente. La misma mirada, el mismo calor, el mismo dolor.

El pasado aún vivía allí, — y bastó aquel instante para que ambos supieran: ninguno de los dos había realmente seguido adelante.

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