Destruiré A La Santa

Regresaron al salón, pero el profesor no estaba, así que la hora quedó libre. Apenas Ember se sentó, sintió varias miradas clavarse en ella. Frunció el ceño y se escondió detrás de un libro.

Duró poco.

—Qué aburrido —dijo Daniel, arrancándole el libro de las manos—. Mejor salgamos al patio a tomar aire fresco.

Antes de que Ember pudiera protestar, él ya la había jalado del brazo. Lily se quedó sentada, mirándolos con duda.

—¿Y tú qué haces ahí, Lily? —añadió Daniel—. Ven también.

Sin darle tiempo a reaccionar, la arrastró con ellos.

Se sentaron en una banca bajo la sombra de un árbol. Frente a ellos estaba la cancha de voleibol, llena de estudiantes riendo y jugando.

¿En este mundo también existe el voleibol? pensó Ember. Interesante. Esto no lo mencionaba el libro.

—Iré por bebidas —dijo Daniel de repente, desapareciendo antes de que Ember pudiera decirle que no.

Y entonces quedó el silencio.

Uno incómodo. Denso.

Lily jugueteaba con sus dedos, sin atreverse a mirar a Ember. Ember fingía observar la cancha.

De pronto, un balón salió disparado con fuerza directa hacia Lily.

Antes de que ella reaccionara, Ember alzó la mano y lo atrapó en el aire. Sin esfuerzo, lo lanzó de vuelta a la cancha.

Lily se quedó inmóvil.

—¿Por qué…? —susurró.

—¿Qué dijiste? —preguntó Ember, girando hacia ella.

Lily apretó los puños. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras, por primera vez, miraba a Ember directamente a los ojos.

—¡¿Por qué me salvaste del escorpión?! —gritó—. ¡Tú me odiabas! ¡Siempre me odiabas!

Las lágrimas empezaron a caer.

—Yo… yo estaba segura de que ibas a dejarme ahí…

El ruido de la cancha pareció apagarse.

Ember no respondió de inmediato.

Porque esa pregunta no tenía una respuesta simple.

El balón volvió a la cancha y nadie dijo nada durante unos segundos. Ember seguía sentada, mirando al frente como si nada hubiera pasado.

—¿Por qué me salvaste? —preguntó Lily otra vez, más bajo—. Con el escorpión.

—Porque estabas ahí —respondió—. Y porque morir habría retrasado todo.

Lily tragó saliva.

—Yo… pensé que me odiabas.

—No gasto energía en eso —dijo Ember, seca—. mi objetivo cambio así que ya no es necesario torturarte como antes. Pensó Ember viendo al cielo un instante

Lily se quedó allí, respirando hondo.

—Entonces… ¿no te molesta que esté contigo?

Ember abrió la boca para responder aunque no sabía que decir

—Yo no—

—¡Llegué! —interrumpió Daniel apareciendo de la nada, con tres botellas en las manos—. Casi me pierdo, este lugar es un laberinto mal diseñado.

Las dos se sobresaltaron al mismo tiempo.

Daniel les pasó una bebida a cada una sin notar la tensión.

—Tomen, antes de que el calor nos derrita. Y no me miren así, no están en un funeral.

Lily bajó la mirada rápido y tomó la botella.

—Gracias…

Ember la destapó sin decir nada.

—¿De qué hablaban? —preguntó Daniel, sentándose entre ambas como si no acabara de interrumpir algo importante.

—Del clima —dijo Ember al instante.

—De las clases —dijo Lily al mismo tiempo.

Daniel arqueó una ceja.

—Claro. Conversación profunda, lo noto.

Bebió un sorbo y miró la cancha.

—Por cierto, alguien casi le rompe la nariz a otro con un saque. Muy educativo.

Lily soltó una pequeña risa nerviosa. Ember sonrió un poco sintiendo algo que había olvidado.

El tema murió ahí.

Pero Lily, con la botella entre las manos, pensó lo mismo una y otra vez:

Aún no dijo que no.

Y Ember, mirando al frente, pensó algo que no se permitió terminar:

Esto se estaba volviendo problemático.

Avanzaban por los pasillos los tres juntos: Ember al centro, Lily a su derecha y Daniel a su izquierda. Caminaban con aparente calma, casi con seguridad… aunque no hacía falta ser brillante para notar las miradas clavadas en ellos. Susurros, pasos que se detenían, ojos que seguían cada movimiento. Ember lo sabía. Siempre lo sabía.

Entonces los vio.

Un grupo venía de frente. Ember frunció el ceño en cuanto los reconoció.

—Los héroes de la leyenda —dijo en sus pensamientos con tono burlón—. Bueno, en el futuro lo serán.

Era Katy, la chica nueva. A su lado estaba el príncipe Alana y dos chicos más que Ember no se molestó en identificar. No redujo el paso. No respondió. Pasó justo a su lado, como si fueran aire.

Y entonces lo sintió.

Una mirada en particular. Fija. Pesada.

Ember se tensó apenas un segundo. Ojos morados. Exactamente ese color. El mismo que había aprendido a odiar en su vida pasada. El mismo que ahora detestaba aún más por pertenecer a la protagonista de esta historia.

No miró atrás.

Pero supo, con una certeza fría y desagradable, que ese encuentro no había sido casual.