Alana Alvarado Blanco solía sentarse en un rincón de su pequeño cuarto en el orfanato y contar los huecos visibles en la pared, cada uno representando un día más sin la compañía de sus padres. En su mente infantil, imaginaba que cada uno de esos agujeros era un recuerdo de los buenos momentos que había compartido con ellos. Recordaba con cariño aquellos cinco años en los que su vida había sido casi perfecta, entre risas y promesas. La melodía de la risa de Ana Blanco, su madre, resonaba en su corazón, y la voz firme de Vicente Alvarado, su padre, aún ecoaba en su mente: “Volveremos por ti en cuanto tengamos el dinero, pequeña”. Sin embargo, ese consuelo se había transformado en una amarga mentira, la última vez que le repetían esas palabras había sido poco antes de que la pesada puerta de madera del Hogar de San Judas se cerrara tras ella, sellando a la fuerza su destino y dejando su vida marcada por la ausencia. En ese instante, la esperanza que una vez brilló en sus ojos comenzó a de
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capítulo 14
El Plan del Chofer
El plan de Ricardo era tan sencillo como audaz.
"Fernando solo se preocupa por la agenda. No ha puesto atención al Bentley."
Alana y Catalina se miraron, confundidas.
"El Bentley es un coche de lujo, pero es más viejo que el Mercedes de usted," continuó Ricardo. "Y tiene un compartimento secreto. Yo lo instalé hace años para el Señor Fuente Padre, para guardar documentos que no quería que pasaran por la aduana."
"¿Y qué hay en ese compartimento, Ricardo?" preguntó Catalina, con el instinto de abogada encendido.
"No hay documentos. Pero tengo una segunda copia de las agendas personales de Fernando de los últimos dos años," reveló Ricardo. "La agenda de cuero que usted tomó es la que él quería que encontraran. La real está guardada en la guantera secreta del Bentley. La recuperé cuando lo llevé a limpiar ayer."
Alana sintió un escalofrío de sorpresa. No solo tenía pruebas; ahora tenía pruebas duplicadas y certificadas de un testigo interno. El plan de Fernando de que ella se quedara con una agenda a medias para "controlarla" había fallado.
"Necesitamos el Bentley," dijo Alana.
"Está en el garaje de la mansión. No pueden ir," advirtió Ricardo. "Pero yo tengo un juego de llaves de repuesto."
Ricardo condujo hacia su humilde casa. "Ustedes esperarán aquí. Yo les conseguiré un vehículo que no se pueda rastrear y me encargaré de que tengan la agenda real y una forma de contactar a ese profesor. Tienen que estar tranquilas y dejar que yo me ocupe de la primera parte del contraataque."
Alana y Catalina asintieron. Ya no estaban solas. El hombre que había sido parte del aparato de control de Fernando ahora era su aliado más valioso.
Ricardo dejó a Alana y Catalina en la sala de su humilde casa. Les entregó las llaves de la entrada y les señaló el pequeño teléfono fijo: "Si necesitan algo, llamen solo a ese número. Es seguro."
Luego, se fue. El silencio en la casa era un contraste absoluto con el ruido constante y artificial de la mansión de los Fuente. Por primera vez en mucho tiempo, Alana sintió paz.
"Tenemos que planear nuestro siguiente paso con esta agenda," dijo Alana, dirigiéndose a Catalina.
"Primero, nos aseguramos de que él no nos pueda rastrear. Olvídate de tu tarjeta de débito," instruyó Catalina, guardando la memoria USB que contenía la copia de la agenda robada. "Dejaremos que Fernando se crea que estamos en Suiza, mientras nos movemos de forma segura y lenta."
Pasaron las siguientes horas diseñando un plan de ataque legal, basándose en la información que Alana ya había copiado. Sabían que el verdadero poder estaba en la agenda de dos años que Ricardo iba a recuperar.
El Regreso de Ricardo
El sol comenzaba a ponerse cuando el motor de un coche se detuvo afuera. Alana y Catalina se asomaron por la ventana, sus corazones latiendo con nerviosismo.
No era el Bentley, ni el coche de Ricardo. Era una camioneta de reparto vieja, y quien se bajó era el propio Ricardo, con ropa civil y un gorro de béisbol hundido sobre la frente. Llevaba una bolsa de lona.
Ricardo entró en la casa, su rostro más relajado que antes. "Misión cumplida. Está todo aquí."
Puso la bolsa sobre la mesa y sacó una agenda de cuero negra, idéntica a la que Fernando había recuperado, y varios sobres grandes sellados.
"Esta es la agenda real," anunció Ricardo, abriéndola en una página aleatoria. Las entradas no eran solo sobre negocios; había registros de pagos a cuentas secretas, notas codificadas sobre "activos de marketing" (Clara), y, lo más importante: referencias específicas a las negociaciones del voto Alvarado y las directivas de la Tía Helena.
"Esto no es solo adulterio; es evidencia de fraude corporativo organizado," exclamó Catalina, sus ojos de abogada brillando. "Con esto, podemos destruir a Fernando."
El Blindaje Legal
Ricardo también entregó los sobres sellados.
"Estos son los 'seguros' que me pidió el Señor Fuente Padre hace años," explicó. "Contienen los archivos detallados de las cuentas de gastos personales de Fernando y de la Tía Helena. Los estaba usando para chantajearlos si se volvían demasiado ambiciosos. Fernando estaba malversando dinero para sus amantes y gastos personales, y lo encubría como 'gastos de representación'."
Alana sintió una satisfacción oscura. Tenía la prueba de que Fernando no solo era un adúltero, sino un ladrón corporativo.
"Y aquí está el plan para mañana," continuó Ricardo, sacando un juego de llaves. "Un amigo me prestó esta camioneta, está limpia. A las 8 de la mañana, voy a llevarlas a ver al profesor Zúñiga de la Universidad Nacional. Es mi contacto. Es el mejor abogado penalista de la ciudad y odia a la familia Fuente. Él las blindará legalmente. Es el único que se atreverá a enfrentar a la Tía Helena."
"¿Y tú, Ricardo?" preguntó Alana. "Los Fuente van a venir por ti."
Ricardo sonrió, por primera vez, un brillo sombrío. "Yo me encargué de mi seguridad. La copia de estos archivos ya está en una caja de seguridad. Si me pasa algo, se enviarán a la Comisión de Valores. El Señor Fernando lo sabe. Estoy protegido."
Alana sintió un respeto profundo por el hombre que había arriesgado todo por la justicia. "Gracias, Ricardo. Nos has salvado."
"Ustedes salven a la Corporación, Señora Alana. Y a usted misma."A las ocho de la mañana, Alana, Catalina y Ricardo se encontraron en el despacho del Profesor Zúñiga, ubicado en un edificio discreto lejos del centro financiero. El profesor era un hombre de unos cincuenta años, con una barba canosa y una mirada intensa que no se perdía en formalidades. Había sido mentor de Catalina y tenía una aversión bien conocida por la corrupción corporativa.
Ricardo entregó la agenda real y los archivos de cuentas de gastos. Zúñiga pasó la siguiente media hora leyendo, el silencio en la oficina solo roto por el crujido del papel.
Finalmente, el profesor levantó la vista y sonrió, una sonrisa fría y profesional.
"Señoritas Alvarado," dijo, dirigiéndose a Alana y a Catalina. "Fernando Fuente no solo las ha traído a ambas al país bajo falsos pretextos; ha cometido fraude corporativo, malversación de fondos y conspiración para influir en una junta directiva. La tía Helena, con su conocimiento, es cómplice."
Zúñiga golpeó la agenda con un dedo. "Esto no es un simple caso de divorcio por adulterio. Esto es un caso penal que arruinará a Fernando y que podría desestabilizar a la Corporación Fuente. Tienen ustedes la bala de plata."
El Blindaje y el Contraataque
