Briagni Oriacne es una mujer como mucha fuerza mental, llega a un momento de colapso donde su felicidad se ve vista en declive ¿Qué hará para alcanzar la felicidad ?
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Mes 3 — El Inicio De Un Vínculo Eterno
Después de que sus padres aceptarán su embarazo se sintió más feliz, más comprendida, más amada... Y eso para ella era una hora más en ese árbol de felicidad que ahora crecía.
Había algo en el silencio de la madrugada que la envolvía. Briagni se despertó con esa sensación extraña, una mezcla entre ansiedad y ternura que aún no lograba explicar. Se sentó en la cama, con la luz tenue de la lámpara encendida apenas iluminando su piel. Bajó las manos hasta su vientre. No había una gran barriga todavía, pero ella ya la sentía suya, tan suya como su propia alma.
—Hola… —susurró, como si el bebé pudiera oírla—. No te imaginas cuánto te amo ya, sin haberte visto nunca.
Pasaba los dedos por debajo del ombligo, donde apenas una pequeña curvita empezaba a marcarse. Lo hacía varias veces al día, pero en la noche… en la noche lo sentía distinto. Era como si el silencio le diera permiso de hablarle más sincero, más profundo.
En el trabajo empezaban a notar algo. Una mañana, mientras preparaba café en la oficina contable donde llevaba unos meses como auxiliar, una de las compañeras, Valeria, una mujer risueña y maternal, la observó con ternura.
—Bri, ¿te puedo hacer una pregunta indiscreta?
Ella se giró, sonrojada.
—Depende… ¿que me vas a preguntar?
—¿Estás embarazada?
El rostro de Briagni se iluminó. No con vergüenza, sino con una especie de orgullo suave y vulnerable.
—Sí —dijo, como si confesara algo sagrado—. Tengo tres meses.
Valeria aplaudió bajito, como quien celebra una buena noticia sin espantarla. Luego le pidió permiso y puso la mano sobre su vientre.
—Estás hermosa. Esa barriguita ya se empieza a notar, ¿eh?
—Sí… todavía es pequeñita, pero… ya la siento como un mundo entero.
Esa tarde, cuando llegó a su casa, se quedó mirando el espejo largo del pasillo. Se quitó la blusa con cuidado, sin ningún apuro. Se colocó de lado, observando el abultamiento suave y redondo. Se sonrió. Tomó su celular, lo puso sobre la cómoda y puso el temporizador. Posó con las manos sobre su pancita. Primera foto. Quería hacer una por cada mes. Quería que su hijo o hija —todavía no sabía— pudiera ver que, desde el principio, fue amado.
Esa noche, en uno de los balconed de su casa, se sentó a escribir en su diario. Lo hacía desde que supo que estaba embarazada.
> Hoy me desperté tocándome el vientre. Ya es una costumbre. A veces ni pienso, solo dejo que mis manos se deslicen hasta ahí. Me siento tan viva… como si dentro de mí hubiera una canción que apenas empieza. Hoy sentí algo extraño, no sé si fue una burbuja o mi imaginación, pero juro que algo se movió.
Su mamá quién estaba de visita, por que debía ver el progreso de su primer nieto, salió y se quedó en la puerta.
—¿Otra vez hablándole?
—Es que no quiero que se sienta solo ni un segundo, mami.
La mujer sonrió, con lágrimas suaves.
—No va a estar solo nunca. Porque te tiene a ti y a mí y a nuestra familia.
Briagni asintió. Lo sabía. Por eso había tomado la decisión, por eso había buscado esa raíz de felicidad. Sabía que no era lo correcto, lo perfecto, lo “aprobado por el mundo”, pero también sabía que dentro de su vientre crecía algo más que una vida: crecía el amor más puro que había sentido jamás.
Cuando se fue a dormir, sintió una pequeña presión al lado izquierdo del abdomen. Se asustó un poco. Pero luego se acomodó de lado, puso la mano y, por primera vez, sintió una vibración, casi como un aleteo.
—¿Fuiste tú? —preguntó emocionada—. Si fuiste tú, gracias. Gracias por hacerme sentir que estás ahí.
Se quedó dormida acariciando su vientre, con una sonrisa que no se borraría en toda la noche. Ya no solo era una mujer. Era una madre. Y su mundo había comenzado a latir desde su interior.