Nuestro Destino

Al arribar al ducado, Vitaly Madeleine se adentró en los pasillos, indagando sobre la ubicación de su padre.

—Milady, su padre se encuentra en el despacho junto a su hermano.

—Gracias, Sara.—Madeleine se dirigió al despacho, debatiéndose sobre si debía entrar o no.

—Tranquila, Madeleine, no es momento de rendirse.—Con las palmas presionadas contra su pecho, Madeleine luchaba por apaciguar el frenético latido de su corazón.

—Uno, dos, tres, ¡vamos!—Con una mano aferrada a la manija de la puerta, Madeleine apretó con todas sus fuerzas, sintiendo que el aire se le escapaba. Su padre, un hombre de razón y sensatez, no era propenso a la locura, pero ella conocía la profundidad de su compromiso. ¿Cómo podría mirar a su padre a los ojos y decirle que estaba enamorada, cuando en su corazón la verdad era otra?

Una punzada incómoda se incrustó en su pecho, y el amargo sabor del olvido se adueñó de su paladar.

—Ahora no es el momento adecuado, Madeleine, debes mantener la calma.—A pesar de sus esfuerzos por ahogar esa sensación, un recuerdo intenso la asaltó, dejándola inmóvil en su lugar.

**Recuerdo**

—¿Te sientes plena a mi lado?—indagó el duque Carter, envolviéndola con sus brazos mientras sus manos danzaban suavemente sobre su prominente vientre.

—Tan plena como los campesinos al ver caer la lluvia sobre sus tierras sedientas tras una dura sequía. Si tuviera la oportunidad de renacer o reencarnar, elegiría estar contigo sin importar a dónde tuviéramos que ir—contestó Madeleine, dejando escapar una sonrisa radiante.

— ¿Incluso si no me reconocieras? —preguntó el duque, con una modesta sonrisa en su rostro.

— Aunque mi memoria te fallara, mi amor por ti persistiría; un lazo tan puro jamás se perdería en la bruma del olvido. —La sonrisa de Madeleine iluminaba el lugar, radiante y llena de calidez.

— ¿Y si tus recuerdos de mí se desvanecen? Tal vez ninguno de los dos conserve la memoria de lo que fuimos, y así, nuestras almas vagarían en la distancia en diferentes rumbos. Por eso, en esta existencia, te amaré con toda mi fuerza, para que jamás olvides que siempre serás el amor de mi vida —murmuró el duque, mientras sus labios acariciaban suavemente su cabello.

— Sería un sueño inalcanzable, pero si alguna vez se diera la extraña oportunidad de borrar tu recuerdo y mis emociones se volvieran un misterio, aun asi, en lo más profundo de mi ser, cada instante mágico a tu lado estaría grabado como un tesoro. Estoy convencida de que mi mente, como un fiel guardián, hallaría la manera de susurrarme lo esencial que eres en mi vida y el inmenso amor que siento por ti —respondió Madeleine, acomodándose en su pecho como si buscara refugio en su latido.

— ¿De verdad estás tan convencida, mi amor? — inquirió el Duque, envolviéndola en un abrazo más apretado, embriagándose con la fragancia de su cabello.

— Totalmente convencida, pero ¿qué pasaría si tú fueras el que no me recordara? — preguntó Madeleine, con una chispa traviesa iluminando su rostro.

— Estoy convencido de que tu valentía volvería a encender mi interés, y aunque la memoria me fallara, me enamoraría de ti una y otra vez, en cada una de nuestras vidas. Ese será nuestro destino: amarnos sin reservas a lo largo de la eternidad.

Fin del recuerdo.

El corazón de Madeleine palpitaba con una intensidad desbordante, como si cada latido reclamara la pieza ausente de su historia. Esa sensación de vacío que la había acompañado, era en realidad, el eco de un amor olvidado, un amor que yacía enterrado en las profundidades de su mente. Ella había amado al duque, y en un rincón secreto de sus almas, ambos compartían ese amor.