Sabina, una conocida mafiosa, se ve obligada a criar a los hijo de su hermana luego de que está muere en un trágico accidente. Busca hallar respuestas para sabre toda esa situación y saber quien se atrevió a matar a su gemela.
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capítulo 23
La puerta del sótano se cerró tras Sabina con un susurro metálico. El aire afuera era más frío, más denso, como si el mundo se negara a soltar lo que acababa de ocurrir.
Caminó en silencio por el pasillo, sin necesidad de decirle a Patrick que no la siguiera. Él ya entendía cuándo debía hacerse a un lado. La mente de Sabina estaba en otra parte: reviviendo cada palabra, cada gesto, cada grieta en la máscara de Diana Ferreira.
Subió las escaleras, atravesó el largo pasillo de mármol y empujó la puerta de su despacho. Allí, como si lo hubiera presentido, estaba Diego. Sentado en el sofá de cuero, con los codos apoyados en las rodillas y el ceño fruncido, aguardaba en silencio.
Cuando ella entró, alzó la vista. Su mirada era pura pregunta. Pero no habló.
Sabina cerró la puerta con suavidad, como si el ruido pudiera romper algo frágil entre ellos. Avanzó lentamente y se dejó caer a su lado. Solo entonces, sin necesidad de invitación, Diego le tomó la mano.
—¿Qué dijo? —preguntó con voz baja, casi un susurro.
Ella no respondió enseguida. Sus dedos se apretaron a los de él, buscando un ancla antes de desenterrar los recuerdos.
—Le confesé que no era Ámbar —dijo finalmente.
Diego no dijo nada, solo esperó.
—Le hablé directo. Sin rodeos. Le pregunté por qué. Por qué hizo todo esto. Y... empezó a soltarlo. Era como si hubiera estado esperando ese momento. Para culpar a alguien. Para justificarse.
Su voz se quebró un poco, apenas perceptible.
—Dijo que estuvo comprometida con Daniel. Que iban a casarse. Pero Ámbar apareció... y todo cambió. Él se enamoró de ella y canceló la boda. Diana no lo soportó. Primero lo persiguió. Luego intentó matarlo.
—¿Qué? —murmuró Diego, incrédulo.
Sabina asintió.
—Un accidente. Ella lo provocó. Pero Daniel sobrevivió... aunque perdió la memoria.
Diego apretó la mandíbula, furioso.
—Y lo usó... lo manipuló mientras él no recordaba nada.
—Sí —dijo ella, con amargura—. Se aprovechó del vacío. Volvió a acercarse. Le mintió, le dijo que estaba embarazada para asegurarse de tenerlo de nuevo. Y cuando Ámbar volvió... todo se desmoronó para ella.
Diego apretó su mano, con fuerza, pero sin violencia. Quería contenerla. Quería protegerla de todo eso, aunque ya fuera tarde.
—Siguió obsesionada. La vigilaba, la amenazaba, y luego... cuando se dio cuenta de que Ámbar estaba realmente embarazada, que esa mentira que usó no bastaba, decidió hacer algo peor.
Sabina bajó la vista. Su mandíbula se tensó, pero se obligó a seguir.
—Habló con su padre. Fingieron su desaparición. Planeaban encerrarla hasta que diera a luz... y luego quedarse con el bebé. Criarlo como si fuera suyo. Para retener a Daniel.
Diego cerró los ojos un instante. No podía creer lo que escuchaba.
—Pero Ámbar escapó. Nadie sabe cómo. Hubo un forcejeo. Diana solo recuerda gritos, sangre, desesperación... y luego el ruido de ruedas chillando en el asfalto. Envio a sus hombres a capturarla nuevamente pero ellos procaron el accidente que a ella la dejo al borde de la muerte. Diana... nunca supo si sobrevivió.
El silencio se alargó. Solo se oía el débil zumbido del aire acondicionado y el tictac del reloj de pared.
—Yo no sabía nada —dijo ella, con voz apagada—. Solo vine a buscar justicia para mi hermana. Pero ahora sé que lo que le hicieron fue monstruoso. La aislaron. Le robaron todo. Y la mataron por querer vivir su vida. Por amar a alguien.
Diego se giró hacia ella. Su mirada era cálida, intensa, dolorosa.
—Tú has hecho más que justicia, Sabina. Le diste un nombre, una historia. Le diste voz.
—No es suficiente —susurró ella—. No le devolví la vida. No a ella... Sus hijos crecerán sin su verdadera madre y es por eso que ella debe pagar.
Diego deslizó sus dedos por la mejilla de Sabina, con ternura. La hizo mirarlo.
—Tu les diste un hogar...
Ella se dejó abrazar. Por primera vez desde que todo comenzó, permitió que alguien la sostuviera sin resistencia. Apoyó la frente en su pecho y cerró los ojos. No lloró, pero estuvo cerca.
—A veces me pregunto si hice lo correcto al tomar su lugar —confesó en voz baja—. Si me equivoqué al asumir su nombre, su vida, solo para poder entender qué ocurrió. Tal vez fue egoísmo.
—No —le dijo Diego, con firmeza—. Fue amor.
El silencio se tornó más suave.
—¿Y ahora qué vas a hacer con Diana? —preguntó después de un rato.
—Sabes lo que haré... quiero que sienta lo que sintió mi hermana. La impotencia. El encierro. El miedo. Voy hacerla desear la muerte.
—¿Y la justicia?— preguntó con media sonrisa ya que ella había dicho que si la culpable era ella la haría pagar con cárcel por lo que haya hecho.
—A veces, Diego... la justicia no es suficiente.
Él la abrazó con más fuerza, sin intentar convencerla de lo contrario.
—Estaré contigo. Elijas lo que elijas.
Sabina alzó la mirada. No era la jefa. No era la hermana vengadora. No era la mujer dura y estratégica. Era solo una mujer que había perdido a alguien, y que ahora, por fin, se permitía sentirlo.
—Gracias por quedarte —dijo, apenas audible.
—No pienso irme —respondió él, y en ese instante, lo supo.
Ella no estaba sola. Y no lo estaría nunca más.
Al ver el brillo intenso en los ojos de Diego, levantó un poco el rostro y lo besó. No era un beso impulsivo... era uno tierno, uno que le confirmaba a Diego que ella estaba dispuesta a dejarlo entrar y él no lo iba desaprovechar. Sin más la atrajo más a sus brazos y apretándolo contra su pecho intensificó ese beso, demostrándole lo mucho que lo había deseado.
Daniel le hace falta agallas
por fin van a poder ser felices