La autora de esta historia se queda dormida frente a la computadora y, mágicamente, la protagonista de su propia novela la obliga a tomar su lugar, ya que le pareció muy injusta la forma en que la autora trató a su familia.
¿Podrá nuestra autora sobrevivir a su propia trama...?
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capítulo 13
Los días siguientes a la llegada del príncipe fueron un completo desastre. El palacio entero vibraba con rumores, miradas esquivas y un miedo latente que recorría cada pasillo. Algunos sirvientes murmuraban entre ellos, preguntándose en voz baja si realmente se había intentado asesinar al príncipe o si todo formaba parte de una farsa. Otros, más oscuros en sus intenciones, aguardaban instrucciones secretas, aún dispuestos a cumplir con el objetivo original: acabar con la vida del heredero del Imperio.
En medio de ese caos, Lara despertó con el primer rayo de luz colándose por las cortinas. Al abrir los ojos y no encontrar a nadie a su lado, se incorporó con una mueca de molestia. No era sorpresa. Dirigió su mirada hacia el rincón donde había dejado el cuerpo del asesino la noche anterior, pero el espacio ahora estaba vacío. Ni un rastro de sangre, ni un indicio de lucha. Solo el aire denso de lo que había ocurrido.
—Malik… —susurró para sí misma.
Sabía que él se lo había llevado. Probablemente se había ocupado de ocultar todo antes de que amaneciera. Ese tipo de tareas, sombrías y necesarias, eran su especialidad.
Sin perder más tiempo, se puso de pie y se dirigió a su ropero. Su traje de maga colgaba impecable, con los bordados dorados aún brillando como si acabara de salir del telar. Se lo colocó con movimientos calculados y se recogió el cabello en una trenza suelta antes de abandonar la habitación.
El aire matutino era fresco y crujiente. Caminó por los jardines interiores del palacio hasta llegar al patio de entrenamiento, donde lo encontró. Santiago. El príncipe.
Estaba sin camisa, con el pecho cubierto de moretones que aún no habían terminado de sanar. Su respiración era agitada, y sus músculos tensos se contraían con cada golpe que intercambiaba con sus hombres. Aun herido, seguía entrenando como si el sudor y el dolor fueran su única forma de mantenerse cuerdo.
Lara se detuvo a observarlo. Había algo casi trágico en su obstinación. En la forma en que se negaba a ceder, como si con cada golpe intentara recuperar el control que le habían arrebatado durante el atentado.
A un lado del patio, varias sirvientas habían dispuesto una mesa sencilla con desayuno. Panes recién horneados, frutas frescas, té caliente. Lara se acercó, se sentó con toda la naturalidad del mundo y dijo:
—Sírvanme té.
La sirvienta que sostenía la jarra se detuvo en seco. La miró con vacilación, sin saber qué hacer. Había oído que la mujer era cercana al príncipe, pero no conocía su rango ni su estatus real en la corte.
Santiago, que había notado la escena, se aproximó, deteniéndose frente a ambas. Tomó la toalla que le ofrecía un asistente y, mientras se colocaba la camisa, habló con voz firme.
—Sírvanle el desayuno a la maga.
El tono con el que lo dijo no dejaba lugar a dudas. Lara era una invitada especial… o algo más.
Los sirvientes se apresuraron a añadir un segundo juego de platos y cubiertos. Una vez que ambos estuvieron sentados, el silencio se instaló entre ellos como una nube cargada de tensión. Lara, sin embargo, fue la primera en hablar.
—Anoche tuve una visita inesperada.
Santiago la miró con atención. Ella tomó un sorbo de té, manteniendo la vista en la taza.
—Malik ya se está haciendo cargo de eso. Pero igualmente, me gustaría salir esta noche. Dar un paseo. ¿Te gustaría acompañarme?
Santiago frunció ligeramente el ceño.
—¿Malik te visitó anoche?
—Sí. Quería asegurarse de que estuviera bien… después de lo ocurrido.
—¿Qué tipo de relación tienen ustedes dos?
La pregunta quedó flotando en el aire, cargada de algo más que simple curiosidad.
—¿Perdón? —preguntó Lara, arqueando una ceja—. ¿A qué viene esa pregunta?
Santiago se revolvió en su asiento, cruzando los brazos.
—Solo es curiosidad. Parecen muy cercanos. No se comportan como un maestro con su discípula.
—Porque no lo es —dijo ella con tono seco, bajando la mirada—. Es más complicado que eso. Es… mi amigo.
—Un amigo que visita tu habitación en la noche —replicó él con una nota de amargura—. Tal vez ahora no le vea lo malo a esa situación, pero cuando —bajó la voz, como si temiera que alguien los escuchara— tomes tu lugar como emperatriz, no será bien visto que el mago de la torre te visite de noche.
Lara giró lentamente el rostro hacia él. Sus ojos centelleaban con una mezcla de desafío y burla.
—Menos les gustaría saber que también se quedó conmigo gran parte de la noche. Pero mientras nadie me vea…
Santiago, que justo en ese momento estaba tomando un sorbo de té, se atragantó. Tosió con fuerza, sorprendiendo a los sirvientes. Lara reprimió una carcajada, pero su sonrisa traviesa no pasó desapercibida.
—Tranquilo, alteza. No debe preocuparse por mis amistades ni por mi reputación. Sé cómo funciona todo esto de la realeza. Aunque haya pasado mucho tiempo alejada de la corte, sé perfectamente lo que se espera de mí. —Se acomodó con elegancia—. Cuando llegue el momento de tomar mi lugar, sabré cómo manejar los escándalos y las apariencias.
Santiago la observó durante unos segundos. Había algo fascinante y peligroso en ella. Una mujer que no pedía permiso, que no se excusaba ni se encogía ante la autoridad. Una mujer que podía destruirlo o salvarlo… dependiendo de cómo la miraras.
Para cambiar de tema, se obligó a retomar lo anterior.
—¿A dónde planeas ir esta noche?
—Quiero conocer a las ratas de este imperio —respondió sin rodeos—. Quiero saber quiénes fueron los traidores que intentaron matarte. ¿Vienes?
Él se quedó en silencio por un momento. Miró sus manos aún marcadas por los entrenamientos, sus brazos aún adoloridos por la lucha. Luego, con un asentimiento breve, aceptó.
—Voy contigo.
Lara asintió, satisfecha. A pesar de sus diferencias, algo los unía: la necesidad de respuestas. Y el deseo de no quedarse más tiempo en la oscuridad.
Esa noche, no serían príncipe y maga. Serían dos cazadores buscando las sombras que casi los habían consumido.