Olvidada por su familia, utilizada por el imperio y traicionada por aquellos en quienes más confiaba… así terminó la vida de Liliane, la hija ignorada del duque.
Amada en silencio por un príncipe que nunca llegó a tiempo, y asesinada por el hombre a quien había ayudado a coronar emperador junto a su amante rival, Seraphine.
Pero el destino le ofrece una segunda oportunidad.
Liliane renace en el mismo mundo que la vio caer, conservando los recuerdos de su trágica primera vida. Esta vez, no será una pieza en el tablero… será quien mueva las fichas.
Mientras el segundo príncipe intenta acercarse de nuevo y Seraphine teje sus planes desde las sombras, un inesperado aliado aparece: el primer príncipe, quien oculta un amor y un pasado que podrían cambiarlo todo.
Entre secretos, conspiraciones y promesas rotas, Liliane luchará no solo por su vida, sino por decidir si el amor merece otra oportunidad… o si la venganza es el verdadero camino hacia su libertad.
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Capítulo 14: La emperatriz en jaque Maraton#2
El amanecer sobre el Imperio Vellmont parecía tranquilo, pero entre los muros dorados del palacio se desataba la tormenta silenciosa del poder.
La revelación de Liliane —ahora reconocida públicamente como Lirae de Vellmont— había sacudido los cimientos del trono. El banquete, que debía sellar una noche de alianzas, terminó en un escándalo sin precedentes. Nobles divididos, rumores como cuchillas en los corredores, y una emperatriz herida… pero no vencida.
En sus aposentos, Elenora se quitaba las joyas con manos temblorosas de rabia.
—¿Ella cree que ha ganado con un simple papel? —escupió mientras aplastaba un anillo contra la mesa de mármol, sus ojos encendidos de una furia contenida.
Llamó con un solo gesto a su sirviente más fiel.
—Tráiganme a Aiden. Es hora de que el príncipe leal tome su lugar como espada del Imperio.
Aiden llegó poco después, el rostro endurecido por el veneno del orgullo y la humillación. Se arrodilló ante su madre, aunque sus ojos no ocultaban el conflicto interior.
—Hijo mío… ¿Sabes por qué siempre te he tenido más cerca que a tu hermano?
—Porque nunca he cuestionado sus decisiones. Hasta ahora —respondió él, sin emoción.
Elenora se alzó lentamente, caminando a su alrededor como una pantera.
—Tu hermano eligió una amenaza. Una mujer que, si se alza, podría borrar todo lo que hemos construido. Pero tú… tú puedes protegerlo todo. Y si me ayudas, no solo te garantizaré tu lugar como el heredero legítimo. Harás que Adrian caiga… y ella con él.
Aiden apretó los dientes. En su pecho, el amor por Liliane ardía aún como brasas que se negaban a morir.
—Si la destruyo… ¿me la devolverás?
Elenora sonrió con la crueldad de quien sabe que ha ganado una pieza más.
—Haz lo que tengas que hacer, Aiden. Gánatela o rómpela. Pero que no se levante más.
Mientras tanto, Liliane habitaba su nuevo santuario: una villa reservada en el ala oeste del palacio, otorgada por nobles que ahora la reconocían como parte legítima del linaje imperial. Allí, junto a Adrian, comenzaban a trazar su siguiente jugada.
Documentos hallados en la Torre del Bastión, ocultos entre archivos olvidados, confirmaban lo que ya sabía su corazón: no solo era hija legítima del trono, sino que su nacimiento había sido protegido por quienes aún conservaban honor.
Adrian desplegó uno de los pergaminos frente a ella.
—Este decreto fue sellado por el príncipe consorte. Confirma tu nacimiento y tu derecho. Elenora lo ocultó… y ordenó falsificar otro para declarar tu muerte.
Liliane acarició la tinta ya desgastada. Su voz era apenas un susurro:
—Si esto sale a la luz… no solo recuperaré mi nombre. Ella podría ser juzgada por traición al linaje imperial.
Pero cuando parecía que por fin tomaban ventaja, una carta anónima llegó sin sello ni firma. Una sola línea atravesaba el pergamino:
“El lobo ha sido soltado. Cuida tu corazón. Cuida tu espalda.”
El siguiente consejo real fue convocado con premura. Todos esperaban que Elenora atacara directamente a Liliane. Pero no lo hizo. La emperatriz madre jugó una carta más peligrosa: la paciencia.
—En tiempos de incertidumbre —anunció ante la corte reunida— el Imperio necesita firmeza. Por eso, nombro al príncipe Aiden como nuevo jefe del Consejo de Seguridad Imperial.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Adrian se tensó. Liliane lo miró con incredulidad.
—Esto no es solo un nombramiento —dijo Adrian en voz baja—. Es una declaración de guerra.
Aiden avanzó con paso firme hasta tomar su lugar junto al trono. No miró a su madre. No miró a su hermano. Solo a Liliane.
Y en esos ojos oscuros, ella no vio solo ambición… sino reproche, deseo y algo más oscuro: renuncia.
Esa misma noche, cuando Liliane regresó a su villa, lo encontró allí.
Aiden. Solo. De pie junto a la ventana, con el rostro medio cubierto por la sombra.
—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, tensa.
—Quería mirarte una vez más —dijo él, cerrando la puerta tras de sí—. Antes de que todo estalle.
—¿Vienes a advertirme… o a destruirme?
Él dio un paso hacia ella, el rostro marcado por la guerra interna que lo devoraba.
—No lo sé. A veces quiero besarte hasta que olvides su nombre. Otras… arrastrarte de vuelta a la oscuridad que compartimos. Porque yo fui tu refugio, Lirae. No él.
Liliane retrocedió, pero no desvió la mirada. Él alargó la mano, tocando apenas su mejilla con los dedos.
—¿Nunca te preguntaste por qué llegué hasta esa torre? —susurró— Porque siempre te seguiré… aunque sea para ver cómo te alejas de mí otra vez.
Ella cerró los ojos un instante. Pero cuando los abrió, fue con una fuerza que no temblaba.
—Entonces mírame bien, Aiden. Porque esta vez no me quebraré. Ni por ti. Ni por nadie.
Él la observó unos segundos más. Luego, sin palabra, se dio la vuelta y desapareció entre las sombras.
Los días siguientes fueron una prueba de resistencia.
Liliane comenzó a recibir amenazas veladas, presiones políticas, la revocación de su escolta oficial. Pero también comenzaron a llegar cartas selladas con escudos nobles: mensajes de apoyo de duques y marqueses leales al antiguo consorte. Aquellos que habían callado durante años ahora levantaban sus voces.
La guerra ya no era una posibilidad.
Era un hecho.
Al final del capítulo, Liliane caminó sola por los jardines del ala oeste. Una rosa negra se abría entre sus dedos, tan perfecta como letal.
Mírame, madre, pensó. Has soltado a tu arma… pero olvidaste que las rosas también tienen espinas.
—No basta con saber quién soy. Debo demostrarlo. No con palabras… sino con poder.
Y mientras los truenos se alzaban a lo lejos, anunciando la tormenta por venir, la emperatriz jugaba su última carta:
Aiden… contra su propio corazón.