Sofia acaba de divorciarse luego de un matrimonio tranquilo en el que la falta de comunicación entres ella y su exesposo Erik los llevo al divorcio. En esta etapa de su vida ella decide renacer y hacer todas esas cosas que nunca hizo por lo que primero empieza con un nuevo trabajo.
Alessandro es el nuevo jefe de Sofia, el ayuda a la mujer a mejorar cada día mientras que poco a poco se va acercando a ella con el fin de no dejarla jamás.
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capitulo 14
Entramos al gimnasio y me ayuda a estirar. Otra vez y como ayer la tensión sexual se siente en el aire y es permanentemente el deseo que tengo de volver a verlo como cuando salía de la ducha.
—Listo, ducha, desayuno —enumera.
—¿Y mi masaje? —pregunto.
—Cuando termines tu turno, está por llegar la primera tanda de gente a entrenar y en media hora tengo un cliente.
—Pero si con Diez minutos estamos, mis hombros desean un masaje —lloro y él me sonríe.
—Tu masaje será completo, hermosa —sus palabras suenan a promesas y siento que en vez de perder he ganado esa carrera—. Ahora a las duchas.
—Si señor —gimo y salgo derechito a la ducha.
Realmente necesito esa ducha, sus palabras me han dejado tambaleando, por no decir todo lo que siento cuando me ayuda a estirar.
Cuando termino la ducha ya sé lo que me espera en la cocina, por lo que me sorprende cuando llego y no encuentro nada. Abro la heladera y en un plato con un cartelito con mi nombre esta mi colación. Sonrío como quinceañera en su dia y con el plato me dirijo a mi oficina para comenzar con mi dia.
El almuerzo paso de un soplido ya que mi jefe estaba atrasado en sus consultas. Cuando llega gente sin turno es molesto, pero es grato saber que el atiende a todos igualmente.
Para cuando ya estaba cerca la hora de mi salida recordé aquel estúpido reto y teniendo en cuenta el dia que tubo Alessandro supuse que eso quedaría en el tintero.
—¿Lista para tu masaje? —pregunta desde el rellano de mi puerta dándome un susto de muerte.
—Te voy a poner un cascabel —digo agitada llevando una mano en mi pecho.
—Me gusta la idea de ser un animal —dice con picardía y doy gracia por tener mi mano en mi pecho de lo contrario mi corazón ya estaría saltando hacia el exterior—. ¿Cuál prefieres tu?
—Me gustan los gatos —digo, siguiéndole el juego, pero no con las intenciones pecaminosas que me hace parecer.
—Interesante —dice, sonríe pensativo y luego se vuelve a concentrar en mi—. ¿Y bien estás lista?
—Mmm.. ¿Lista para qué? —me perdí en su sonrisa y ya no recuerdo de lo que hablábamos.
—Para tu masaje —aclara en un tono que me hace pensar con cosas deliciosas.
—¡Oh! el reto, pues si —digo sintiendo que me pongo toda tensa.
—Bien te espero en mi consultorio.
Sin más se marcha dejándome esa sensación de que nos vemos para algo más que un masaje. Termino de serrar todo en mi escritorio y con unos nervios a flor de piel me dirijo a su consulta. Toma una bocanada de aire y me recuerdo que solo se trata de un reto, que solo es un masaje y me hago a la idea de que es todo un profesional y que no tengo que pensar en cosas chanchas cuando solo es un masaje.
Ya más tranquila entro a la consulta y cuando me ve entrar me señala el baño privado de su consulta.
—Quítate la ropa, solo déjate la interior y ponte la bata que he dejado para ti —dice con ese tono profesional y autoritario que me hace querer hincarme ante el decirle “si señor”.
—Bien —atino a balbucear. Dejo mi bolso en una silla cerca de la puerta de entrada y me dirijo al baño con el corazón latiendo a mil por hora.
En el baño, rápidamente me quito la ropa. Trato de no pensar en mi ropa interior y lo poco apropiada que es para este reto cuando supuse que sería un masaje en los hombros como cunado mis hijos me hacen uno cariñoso. Al parecer eso de completo se lo tomo muy a pecho porque acá estoy luciendo el conjunto que insistió mi amiga en que usara.
No nada de encaje, es uno deportivo y muy cómodo, pero de cierta forma me siento sexi con él. Tomo la bata que dispuso para mí y salgo del baño. El me recorre con la mirada y luego me indica la camilla.
Me ayuda a subirme a ella y costándome sobre mi barriga, hago todo lo posible por que mis pechos no me asfixien.
—Voy a empezar por tus hombros y luego iré bajando, presiento que será un camino cargado de nudos —afirma y se pone manos a la obra.
Siento el aroma de la vainilla y luego sus fuertes manos en mis hombros. Reprimo las ganas de gemir de placer mientras lentamente y con ímpetu va desasiéndose de años de atascos en mis hombros y cuello.
Para mi completo desconsiento me quita la bata de tal manera que ni cuenta me doy, pero estoy tan relajada por los aceites que esparce en mi piel y el contacto de sus manos que no me importaría estar completamente desnuda a su merced, sé que puedo confiar en él.
Sus manos recorren mi espalda y con cada nuevo toque un nuevo gemido llega, estoy en la cumbre del placer gracias a sus preciados dedos que me lleva a pensar cómo se sentirían en otro lado.
Vuelve a mis hombros y casi lloro cuando encuentra un nuevo nudo que desatar.
—Relájate, toma aire —dice con esa voz tranquilizadora—. Tienes uno muy grande aquí y sé que dolerá un momento, resiste.
—¡Dios! —lloro sintiendo la presión de sus dedos, pero como predijo lentamente se deshace de él y pronto me encuentro en un mar de relajación extrema—. Que rico —balbuceo.
—Seguiré por tus piernas —anuncia con un gruñido ronco y luego de untar mis piernas con más aceites aromáticos, sus dedos comienzan a recorrerme de forma decadente, masajeando y relajando todo mi cuerpo de una forma que nadie ha logrado antes.
Si hubiera sabido que esto era así, hubiera encontrado la forma de pasarme una hora semanal por un masajista.
—¿Puedo sacar turno para esto una vez a la semana? —pregunto sintiendo que mis ojos se sierran.
—Para ti, siempre que lo necesites —promete y sonrío como tonta.
—Puede que me guste la idea y me abuse de ella —admito suspirando.
Sus manos presionan levemente mis tobillos y luego suben lentamente, presionando cada vez. Siento que me derrito a la vez que me tenso cuando llega a mis muslos y no se detiene, sigue subiendo. Llega a mis nalgas y se detiene, pero me masajea de una forma que roza. Para mi vergüenza gimo.
—Puede que lo espere encantado —su voz ronca me llega desde muy cerca, su aliento choca con mi oreja y la necesidad de que llegue más profundo con sus dedos me vuelven codiciosa.
—¡Oh! —jadeo soltando el aire cuando sus dedos se alejan de mí y vuelven a mis tobillos.
Prácticamente mi piel late de deseo, es como si estuviera en constante ebullición sin llegar a la meta. Pasa un momento y siento la falta de contacto y cuando me incorporo levemente me percato que me encuentro sola.
Al parecer se terminó el masaje.
No sé porque, pero es como sí la pena me cubriera y de pronto tengo la necesidad de llorar.
¿Soy solo yo la que siente el deseo y la necesidad visceral de que su tacto sea más que profesional? Porque debo admitir que a esta altura lo único que quiero es que cruce la línea y me dé una buena sacudida, como diría Paola.
Me incorporo, bajo y tomo la bata que sinceramente no tengo la menor idea de cómo me la quito. Definitivamente todo un profesional. Me envuelvo con ella y me dirijo nuevamente al baño.
Un gruñido desde el otro lado me detiene en seco y me quedo mirando la puerta atónita. Se muy bien quien está dentro, pero el dilema es... ¿Porque gruñe como si fuera un animal?
Está muy lejos de ser ese dulce gatito que imagine.