Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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13- Retrospectiva: Encerrada Con Dos Depredadores
El amanecer en la manada WinterMoon trajo consigo un silencio que contrastaba con el habitual bullicio matutino. Emma, desde la ventana de su casa, observaba el paisaje cubierto de escarcha. El aire frío apenas conseguía filtrarse a través de las gruesas paredes, pero ella lo sentía en su piel, como si su interior estuviera en sintonía con la helada.
Había pasado más de una semana desde el reencuentro de Kattie con su padre, Roderick. Emma había sido testigo de ese momento cargado de emociones, y aunque no había sido directamente parte de su familia, se había sentido conectada. Por primera vez en mucho tiempo, había experimentado una chispa de alegría al ver a su amiga encontrar algo que ella misma anhelaba: un vínculo perdido, un fragmento de su identidad.
Mientras desayunaba en la mesa de la cocina, su mente vagaba entre pensamientos contradictorios. La charla que había tenido con Kattie cuando llegó a la manada. "Las sombras vienen a mí", había dicho su amiga con un tono tan misterioso que Emma sentía un nudo en el estómago cada vez que recordaba esas palabras. ¿Qué sombras? ¿De qué hablaba exactamente? Había algo en la forma en que lo dijo que hizo que su loba se removiera inquieta.
Emma se recostó en el respaldo de su silla y cerró los ojos, dejando que los recuerdos la invadieran. ¿Podría Kattie ser esa "hermana" que aquel hombre mencionó? Las piezas no encajaban del todo, pero algo en su instinto le decía que las respuestas no estaban lejos. Ivy, la ex Luna, se había escapado, y su destino seguía siendo un misterio. Emma no podía evitar pensar que Ivy intentaría algo. Era cuestión de tiempo. ¿Ese era el peligro que se avecinaba, al que su hermana no podría sobrevivir?
Día tras día, la manada permanecía en alerta. Los cuatrillizos alfa habían cerrado las fronteras, haciendo imposible que alguien entrara o saliera sin su aprobación. Todo estaba pasando rápidamente, pero no lo suficientemente rápido para ella. Añoraba ver a sus padres, reunirse con ellos y volver a su vida de antes. ¿Sería eso posible? Se preguntaba a menudo.
Tomó un sorbo de su café, que ya estaba frío, y suspiro. Justo cuando estaba a punto de levantarse para calentar otra taza, un sonido interrumpió su tranquilidad. Primero fue un motor, ronco y potente, que se detuvo justo frente a su casa. Luego, un golpe firme en la puerta.
Emma se congeló. Su corazón comenzó a latir con fuerza mientras sus sentidos se agudizaban. Pensó que podría ser Lara o quizás su primo, quien recientemente se había instalado en la manada. Pero antes de dar un paso hacia la entrada, su loba reaccionó de manera distinta.
Un rugido interno, primitivo y salvaje, la atravesó, haciendo que sus piernas se tensaran. Había un aroma en el aire, un aroma que reconocía demasiado bien y que la descontrolaba. Eran ellos. Su loba, usualmente tranquila, estaba fuera de control. Un torbellino de emociones y deseo la invadió, haciendo que se aferrara al marco de la mesa para no caer.
—Emma, sabemos que estás ahí. Abre la puerta. —La voz firme y autoritaria de Sebastián resonó, haciendo eco en las paredes de la casa.
El pecho de Emma se apretó. No quería enfrentarlos, pero también sabía que ignorarlos solo empeoraría las cosas. Dio un paso hacia la puerta, pero se detuvo al escuchar la siguiente voz.
—Solo queremos hablar. —La voz de Marcus era más suave, casi apaciguadora, pero eso la puso aún más nerviosa.
Los gemelos nunca habían sido suaves con ella, y lo prefería así. La agresividad la ayudaba a mantenerse a la defensiva, pero la gentileza… eso podía desarmarla.
La loba dentro de ella aulló, desesperada, y cuando Emma cerró los ojos para calmarse, los sintió de una manera diferente, casi irreal. Esta vez no era solo el aroma característico y único que la llamaba. Sin abrir la puerta pudo sentirlo, los gemelos brillaban con un aura poderosa.
Cuando se asomó por la mirilla, el aire pareció escapársele del pecho. El impacto fue tan abrumador que por un instante olvidó cómo respirar. Allí estaban Sebastián y Marcus, imponentes, como si hubieran sido moldeados por los dioses mismos. Sus cabellos rubios oscuros caían de forma descuidada pero perfectamente calculada. Sus cuerpos, tallados con precisión casi cruel, exudaban fuerza y autoridad. Cada músculo parecía haber sido cincelado con paciencia infinita, como si alguien hubiera querido esculpir la esencia misma del dominio. Su piel, clara y luminosa, tenía un tono cálido que recordaba al mármol vivo, vibrante y poderoso.
A los ojos de Emma, esta vez, no eran hombres; eran algo más, algo que desafiaba cualquier descripción terrenal. Había algo en la forma en que ocupaban el espacio, una presencia arrolladora que la envolvía, la atraía y, al mismo tiempo, la hacía retroceder instintivamente. Eran dioses persas encarnados: intimidantes, magníficos y completamente fascinantes.
Su loba rugió dentro de ella, luchando por salir. Emma apretó los dedos contra la puerta, tratando de anclarse a algo, cualquier cosa, mientras sus ojos se negaban a apartarse de ellos. Por primera vez, se sintió tan vulnerable como deslumbrada, atrapada entre el impulso de rendirse y el deseo de enfrentarlos. “¿qué me pasa?” se preguntó así misma no entendiendo porque esta vez verlos era tan diferente “No debes ceder Emma, mantente fuerte” se dijo a sí misma, y se obligó a recordar a sus padres.
—Emma, no venimos a pelear. Por favor, abre. No quiero romper la puerta. —Sebastián volvió a hablar, su tono estaba cargado de impaciencia, pero Marcus lo interrumpió antes de que pudiera continuar.
—¡Sebastián! No es así como vinimos a hacer esto. —La reprensión en la voz de Marcus fue clara, y por un breve instante, Emma sintió una ligera tensión entre los dos hermanos.
Respiro hondo, intentando calmar el torbellino de emociones que la invadía. No confiaba en ellos. Nunca lo había hecho. Pero Sebastián, en particular, la descolocaba más que nadie. Había algo en su carácter sádico y burlón, en la forma en que parecía disfrutar ejerciendo control, que encendía todas sus alarmas.
Sin embargo, sabía que no podía quedarse atrás de la puerta para siempre. Respiro profundamente y volvió a levantar todas sus barreras. Con un movimiento decidido, giró la perilla y abrió la puerta. Sebastián fue el primero en intentar hablar, pero Marcus levantó una mano, indicando que se detuviera. Luego, se volvió hacia Emma con una expresión más tranquila.
—Emma, ¿podemos pasar? Queremos hablar contigo. —Marcus la miró directamente a los ojos, su voz era firme pero desprovista de agresividad.
Emma dudó. Su instinto le gritaba que cerrara la puerta en sus caras, pero el recuerdo de la protección prometida por los reyes alfas pesaba más. Finalmente, dio un paso hacia un lado, permitiéndoles la entrada, pero no dijo ni una palabra.
Ambos entraron, Sebastián lanzó una mirada de reproche a Marcus, como si le molestara la calma con la que estaba manejando la situación. Emma cerró la puerta tras ellos, sintiéndose como si estuviera encerrándose con dos depredadores.
La tensión en el aire era palpable. Sin embargo, no podía permitir que vieran su nerviosismo. A pesar del rugido inquieto de su loba, Emma se mantuvo en pie, con la cabeza en alto y la mirada desafiante. Fuera lo que fuera lo que querían decirle, no se los pondría fácil.