Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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El brindis esperado
Luego de la sutil interacción entre Damián y Selene, este se alejó, su lobo seguía inquieto, y él temía que podría salirse de sus límites y eso no sería para nada bueno.
Mientras tanto la fiesta continuaba, cada vez faltaba menos para el momento más importante de la noche, para los humanos el brindis de celebración, para los lobos el momento en que la Luna se cernía en lo alto y la Diosa se manifestaba a través del vínculo de pareja.
Damián permanecía quieto, observando a Selene en medio de la multitud, los meseros estaban entregando a los presentes las copas para el gran brindis, pero sus ojos seguían cada movimiento de la muchacha como si fuera la única persona en el salón, aunque se esforzaba por parecer indiferente, por mantener su distancia emocional. No podía ignorar la tensión creciente que lo envolvía. Su lobo, siempre atento, latía furioso dentro de él, con una fuerza que Damián trataba de acallar con su férreo autocontrol.
"Es humana" —pensaba, tratando de repetírselo a sí mismo. "No es para mí. No puedo..."
Pero en ese preciso momento, su lobo rugió, furioso, como si intentara hacerlo cambiar de opinión.
*Es mía* –había susurrado esa voz interna más de una vez —Es nuestra*
Y Damián no podía acallarla.
La tensión en su pecho se hizo insoportable, hasta que un fuerte golpe en el hombro lo hizo girar hacia Marcus, su mejor amigo, que lo observaba con una sonrisa divertida pero también con una mirada crítica y preocupada.
—Tienes cara de pocos amigos —comentó Marcus, con su tono característico, pero sin dejar de ser perceptivo— No te pongas tan tenso, hermano. No es la primera vez que ves a una mujer bonita.
Damián solo resopló, pero sus ojos siguieron a Selene de manera involuntaria.
—No es eso —respondió en voz baja, más para sí mismo que para Marcus— Es otra cosa, es algo... diferente. Algo que no entiendo. Y que de verdad me preocupa.
Marcus frunció el ceño, pero no insistió más en el tema de Selene. En lugar de eso, cambió de táctica.
—Vas a necesitar todo tu autocontrol, porque está a punto de llegar la hora del brindis —Marcus hizo una pausa, observando la reacción de Damián— En menos de diez minutos, la diosa de la luna nos bendecirá. Los afortunados sabrán quién es su pareja predestinada.
Damián lo miró como si no entendiera, pero algo en las palabras de Marcus lo despertó del trance en el que se encontraba.
—¿El brindis? —preguntó, como si de repente se hubiera dado cuenta de que algo más grande estaba por ocurrir.
Marcus asintió, con una sonrisa divertida asomándose en sus labios.
—Exactamente, solo faltan minutos. Así que te sugiero que dejes de mirarla como si fuera un pedazo de carne y te prepares para lo que se viene. Porque cuando llegue la hora, todos estaremos aquí, esperando. Y es probable que tu compañera esté aquí, y si estás distraído, podrías perder la oportunidad.
Damián frunció el ceño, finalmente despegando la mirada de Selene. Su amigo tenía razón, aunque no le gustaba admitirlo. Era el momento. Tenía que dejar de pensar en ella y empezar a concentrarse en lo que importaba: la ceremonia que definía las parejas predestinadas.
El brindis no solo era una tradición, sino un momento crucial para los lobos. La diosa de la luna no solo observaba esa noche, sino que estaba dispuesta a bendecir a aquellos cuyos destinos ya estaban escritos. Y Damián sabía que no era el momento para distraerse, de pronto la idea de encontrar a su compañera destinada le trajo alivió, si esa noche la Diosa lo bendecía, él ya no se sentiría atraído por Selene, ya que una vez que los lobos se emparejaban solo tenían ojos para su pareja. Y eso hizo que él sintiera una necesidad casi urgente de saber qué sucedería.
—¿Crees que pueda encontrar esta noche a mi compañera...? —comenzó Damián, con una leve duda en la voz.
Marcus le respondió, observándose de una manera más seria de lo habitual.
—Lo que sea que pase, ya no puedes seguir escapando. Tienes que estar listo, Damián. Probablemente, hoy sí, amigo.
Con esa última frase, Marcus se alejó hacia el centro del salón, donde los otros alfas y lobos de ambos sexos se reunían, ansiosos, esperando el momento de la posible revelación.
Damián se quedó allí unos segundos más, con la vista fija en la copa de vino que le ofreció un camarero. Cerró los ojos, respiró profundo y, por fin, se obligó a centrarse en el aquí y el ahora. No podía dejar que el deseo lo controlara. No esta noche.
—Ella es humana. —se dijo —Pero es probable que mi compañera esté aquí.
Y aunque la expectativa lo hacia poner nervioso, en lo más profundo de su ser, sabía que algo estaba a punto de cambiar.
La sala estaba iluminada por miles de luces suaves que brillaban con la elegancia de una noche especial. La música se había apagado para dar paso al brindis, y todos los ojos se dirigieron hacia el escenario improvisado, donde Damián, Marcus y otros altos ejecutivos de Blackwood Enterprises se encontraban. En sus manos sostenían copas de vino esperando el momento exacto.
Para los humanos, era simplemente un brindis por el aniversario de la empresa, una oportunidad para celebrar los logros del último año. Pero para los lobos, este brindis era mucho más: el inicio de un momento esperado, donde la diosa de la luna se manifestaba para bendecir a aquellos afortunados que estaban destinados a encontrar a su pareja.
Damián se sentía extraño al pensar en la posibilidad de hallar a su compañera, no era algo que lo tuviese preocupado antes, pero ahora, hallarla de pronto sonaba perfecto.
Y así tras unas breves palabras por parte de Damián todos levantaron sus copas al unísono, con una sonrisa que ocultaba la tensión que se acumulaba en el aire.
—¡ Por el futuro y los lazos que unen! —dijo Damián, alzando la copa.
—¡Por la luna que guía nuestros destinos! —susurró Marcus a su amigo, como presagiando lo que estaba por suceder.
Al chocar las copas, un instante de silencio descendió sobre la sala. Los lobos mantenían sus miradas fijas en los demás, en una especie de juego silencioso, un juego que era mucho más profundo de lo que los humanos podían comprender.
Fue entonces cuando algo cambió.
La mirada de Marcus se desvió hacia un lado, como si algo lo hubiera llamado. Sus ojos recorrieron la multitud, pero pronto se fijaron en una mujer en particular, una que no había notado tan intensamente antes. Carla, la amiga de Selene. Una loba que, a simple vista, parecía tranquila y completamente humana, pero algo en ella le susurraba a su instinto, algo que su lobo reconoció al instante.
La sensación fue suave, como una caricia en su alma. El lobo dentro de él, usualmente feroz y dominante, se suavizó, casi como si se rindiera a la verdad de lo que estaba viendo.
*Compañera* —pronunció la voz del lobo dentro de su cabeza, con un tono tan claro y seguro que hizo que Marcus dejara de respirar por un segundo. La conexión era tan instantánea como innegable.
Se acercó lentamente, sus pasos decididos pero sin prisa, como si cada segundo estuviera cargado de significado. Carla, al notar la aproximación, levantó la vista, sus ojos se encontraron con los de él y una chispa de reconocimiento pasó entre ambos.
—Compañero —dijo Carla con una ligera sonrisa, un tono de sorpresa y algo más en su voz.
El hecho de que ella lo reconociera con esa simple palabra, fue prueba suficiente para Marcus de que ella lo aceptaba. Su lobo estaba en calma, como si por fin hubiera encontrado lo que tanto tiempo había esperado.
—Compañera —respondió él, con una leve sonrisa, y esa palabra tenían un peso que solo ella podía entender.
El ambiente en la sala de pronto se tornó más cálido, como si la presencia de ambos hubiera creado un espacio diferente, una burbuja de comprensión mutua, aunque todo parecía seguir su curso normal. Los murmullos de los demás invitados continuaron, pero en esa pequeña burbuja, Marcus y Carla compartían un instante que marcaba el inicio de algo mucho más grande. Una vida juntos.
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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