el mundo de los sueños se despliega en toda su gloria: nubes formadas por palabras flotan en un cielo etéreo, un río de luz líquida serpentea hacia un bosque oscuro y ominoso en el horizonte, y formas abstractas se mezclan con paisajes imposibles. La niña parece semitransparente, lo que indica que se encuentra atrapada entre los dos mundos.
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La Sala de los Espejos
Cuando Emma abrió los ojos, no se encontraba en el hospital ni en el puente que acababa de cruzar. En cambio, estaba en una sala gigantesca, donde las paredes, el techo y el suelo estaban hechos de espejos. El reflejo de sí misma se multiplicaba infinitamente, cada uno mostrando una versión diferente de su vida. Algunos eran conocidos, mientras que otros parecían extraños, casi irreales.
Al dar el primer paso, los reflejos comenzaron a moverse, como si cada uno tuviera su propia conciencia. Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero también sabía que esta era una prueba más, un paso necesario para llegar a su despertar.
—¿Quién eres? —preguntó una voz desde uno de los espejos.
Emma se giró rápidamente hacia la fuente del sonido. En el espejo frente a ella estaba su versión más joven, con no más de ocho años. La pequeña Emma llevaba un vestido amarillo y abrazaba un peluche desgastado. Sus ojos eran grandes y llenos de curiosidad, pero también había una tristeza palpable en ellos.
—Soy tú —respondió Emma, acercándose al espejo. —Soy quien creciste para ser.
La pequeña Emma la miró con escepticismo.
—No pareces muy feliz. ¿Por qué?
La pregunta la golpeó como un balde de agua fría. ¿Era feliz? Durante tanto tiempo, había perseguido logros, aceptación y la ilusión de una vida perfecta, pero ahora que estaba atrapada en este estado, se daba cuenta de lo vacíos que eran muchos de esos esfuerzos.
—Creo que olvidé lo que realmente importa —admitió Emma, su voz temblando. —Olvidé cómo disfrutar las pequeñas cosas, cómo ser amable conmigo misma.
La niña asintió, como si ya lo supiera. Luego señaló otro espejo, donde una versión adolescente de Emma se reflejaba. Esta Emma tenía un rostro endurecido, marcado por la rebeldía y la frustración.
—¿Por qué siempre trataste de encajar? —preguntó la Emma adolescente desde el espejo. —Nunca te importó lo que realmente querías.
Emma sintió el calor subir a su rostro. Recordaba esa etapa de su vida, cuando había hecho todo lo posible por ser aceptada por sus compañeros, adaptándose a sus gustos y comportamientos, incluso cuando no coincidían con los suyos.
—Tenía miedo de estar sola —respondió, mirando directamente a su reflejo adolescente. —Pensé que, si no me adaptaba, nadie querría estar conmigo.
La adolescente frunció el ceño, pero luego asintió, como si aceptara la respuesta.
Los espejos comenzaron a cambiar nuevamente, mostrando más versiones de Emma a lo largo de los años. Había una Emma universitaria, agobiada por las expectativas; una Emma joven y llena de esperanzas, emocionada por su primer trabajo; e incluso una Emma más reciente, mirando con nostalgia una foto de su familia. Cada reflejo le mostraba un aspecto diferente de sí misma, partes que había ignorado o reprimido.
De repente, un espejo al fondo de la sala comenzó a brillar con una luz intensa. Emma sintió una atracción hacia él, como si ese espejo fuera la clave para avanzar. Caminó con cautela hacia la luz, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, se dio cuenta de que no reflejaba ninguna versión de ella misma. En su lugar, mostraba una figura borrosa, como una sombra.
—¿Quién eres tú? —preguntó Emma, sintiendo un nudo en la garganta.
La figura no respondió, pero Emma supo inmediatamente quién era. Era su miedo, su inseguridad, el peso invisible que había cargado durante toda su vida. La sombra extendió una mano hacia ella, invitándola a acercarse.
Emma dudó. Durante años, había evitado enfrentarse a ese lado de sí misma, temiendo lo que encontraría. Pero ahora sabía que no podía despertar completamente si no aceptaba todas las partes de su ser, incluso las que le resultaban más difíciles de mirar.
—No te tengo miedo —dijo con firmeza, dando un paso hacia el espejo.
La sombra comenzó a cambiar, sus contornos volviéndose más definidos. Ya no era una figura borrosa, sino un reflejo claro de Emma, con los mismos ojos, la misma expresión. Pero esta versión de Emma tenía una mirada compasiva, como si entendiera todo lo que había pasado.
—No soy tu enemiga —dijo la sombra, su voz suave pero firme. —Soy una parte de ti. Una que siempre has intentado ignorar.
Emma sintió que las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. Había pasado tanto tiempo luchando contra sí misma, tratando de ser algo que no era, que había olvidado cómo aceptarse tal como era.
—Lo siento —susurró, mirando directamente a su reflejo. —Lamento haber intentado ocultarte. Lamento no haberte escuchado.
El reflejo sonrió, y en ese momento, el espejo se rompió en mil pedazos, pero en lugar de sentirse asustada, Emma sintió una liberación profunda. Los fragmentos de vidrio se disolvieron en el aire, dejando solo un camino claro frente a ella.
La sala de los espejos comenzó a desvanecerse, y Emma se encontró de vuelta en el hospital, sintiendo que algo fundamental había cambiado. Había aceptado su miedo, sus inseguridades, y con esa aceptación había ganado una fuerza que nunca había sentido antes.
Sabía que aún quedaban desafíos por enfrentar, pero también sabía que estaba más cerca que nunca de despertar.
Desafío: Enfrentar sus propias inseguridades y aceptarlas fue un acto de valentía que le permitió a Emma avanzar hacia su despertar. Al reconciliarse con todas las partes de sí misma, encontró una paz interna que nunca antes había conocido.
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