— Advertencia —
La historia está escrita desde la perspectiva de ambos protagonistas, alternando entre capítulos. Está terminada, así que actualizo diariamente, solo necesito editarla. Muchas senkius 🩷
♡ Sinopsis ♡
El hijo de Lucifer, Azaziel, es un seducor demonio que se obsesiona con una mortal al quedar cautivado con su belleza, pero pretende llevársela y arrastrar su alma hacia el infierno.
Makeline, por su lado, carga con el peso de su pasado y está acostumbrada a la idea del dolor. Pero no está segura de querer aceptar la idea de que sus días estén contados por culpa del capricho de un demonio.
—¿Acaso te invoqué sin saberlo?
—Simplemente fue algo... al azar diría yo.
—¿Al azar?
—Así es. Al azar te elegí a ti.
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Sombras de contrición
...[Nota: Este capítulo puedes saltártelo si deseas, no afecta a la trama principal como tal, solo sirve de base para el desarrollo de la relación entre algunos personajes]...
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Estaba de pie en la entrada de la cafetería esperando a que Regina terminase de hacer su pedido. Me vería obligado a tragar esa comida inmunda por el bien de las apariencias, y eso no me tenía particularmente entusiasmado.
Podría haberle contado la verdad, pero eso solo complicaría las cosas. Seguramente, Regina no lo soportaría, no sabía si esta mente sí se terminaría por quebrantar. Lo más probable era que sí, ella y Makeline eran cosas muy distintas. Aparte eso implicaría interferir con las relaciones personales de Makeline, y quería mantenerme alejado de eso.
Cuando la vi aparecer de regreso con los dos sándwiches, me extendió uno, yo sonreí por pura cortesía y empezamos a caminar. Noté cómo Regina se acercaba innecesariamente mientras seguía mi paso, no le dije nada, tampoco es que me molestara, me complacía recordar que mi sola presencia tenía ese efecto en los mortales.
—¿Te digo una cosa? No tienes mucho acento italiano —comentó.
Era cierto que había mentido con esa tontería al presentarme ante ella. Se me había pasado el detalle de mantenerla. ¿Debería fingir ahora? No, era poco estúpido comenzar a actuar cuando ella se acababa de dar cuenta.
—La verdad es que nunca he sido de quedarme en un solo sitio por mucho tiempo. Viajo mucho, me muevo bastante entre países algunas veces. —Entramos a la biblioteca y tomamos asiento uno frente a otro—. Yo supongo que perdí un poco mi acento con el tiempo.
—Ah, entiendo. Pues manejas muy bien el español —dijo sonriendo. Tomó su libro, buscando las páginas para marcarlas, cuando las encontró, lo dejó extendido sobre la mesa.
Yo observaba sus acciones mientras hablaba— Gracias. El español es solo uno de los tantos idiomas que he tenido que aprender con los años. Realmente no es difícil, solo es cuestión de acostumbrarse.
Y había tenido siglos para acostumbrarme.
—¿Qué? ¿Eres políglota?
Solté una breve risa ante el comentario. Proyecté en mi mente la idea de que en verdad podía hablar cualquier lengua. Por supuesto que no le declararía eso, pero su inocencia se me antojaba tentadora.
—Se podría decir que sí, sí.
—¿Qué idiomas hablas? —preguntó, en tanto terminaba de acomodar sus cosas en la mesa.
—Uhm, pues. Además del italiano y el español, creo que portugués, alemán, inglés y ruso —dije, tratando de capturar la mentira para que no se me volviera a olvidar después.
—¿Cómo lograste aprender tantos?
—No es tan difícil cuando tienes mucho tiempo. Aunque tampoco me consideraría un experto, a decir verdad. Pero también puedo comprender las lenguas muertas.
Confesé. No porque me pareciera una buena idea, sino porque no pude resistir presumir acerca de mis habilidades.
—¿Lenguas muertas? —me miró con fascinación.
Regina no quería admitirlo, pero yo sabía que, aunque se estaba oponiendo internamente a verme de esa forma, le era prácticamente –y literalmente– imposible.
—Lenguas como latín —especialmente esa, dado que era mi lengua materna—, griego antiguo, hebreo y cosas así.
Ella estaba intrigada, ni siquiera se cuestionó si le estaba mintiendo solo para impresionarla.
—Suena a algo que haría un sacerdote, ¿es algo así? —pensó sus palabras— ¿Fuiste parte de una iglesia o una religión?
Evidentemente, me reí.
—No. Por suerte
—¿Por qué lo dices?
—Digamos que... —me mantuve un momento en silencio, pensativo—. Digamos que no me llevo muy bien con Dios.
—Ah, ¿no? —negué con la cabeza—¿Por qué? ¿Hiciste algo malo?
¿Algo malo? Pensé que aquél término no era adecuadamente justo para describir lo era en realidad. Yo no cometía actos crueles. Yo era la personificación de la crueldad. Aunque últimamente me parece haber abandonado ese concepto. Y adoptar esa idea me hizo dar repudio de mí mismo.
—Supongo que se podría decir que sí —murmuré con un poco de seriedad, sin añadir más detalles.
Se quedó pensativa, ajena al verdadero trasfondo de la respuesta.
—Uhm... Bueno. No soy muy religiosa, pero bajo la lógica, supongo que si en verdad te arrepientes, puedes estar tranquilo, ¿no?
—Sinceramente, no creo que eso vaya a funcionar, de todas formas —hablé más para mí mismo.
Un silencio pesado cayó entre ambos. Mantuve la vista hacia abajo analizando las cosas. Creo que mi semblante ya no lucía tan amable y verdaderamente estaba tratando de moderar mi cordura.
No había pensado en ello antes, pero ahora lo veía claro; dudaba profundamente que se me permitiera arrepentirme, aun si lo intentara. Y al final del día, si alguien debía cargar con la culpa de lo que era, definitivamente no era yo.
—¿Por qué no?
—De entrada, no creo en su existencia. Y de ser así, no creo que Dios vaya a aceptar la penitencia de un demonio —respondí por lo bajo, y me convencí de aquellas palabras.
Regina sintió una inesperada empatía por mí, sin entender del todo por qué. Escuche su lucha interna, no quería adentrarse en los conflictos que no le correspondían –algo que Makeline habría hecho sin dudar, y no pude evitar hacer esa comparación involuntaria–. Sentía compasión por mí y eso no me estaba gustando.
—No creo que hayas hecho algo tan horrible como para pensar en ti mismo como un demonio —dijo con voz suave.
Levanté ligeramente la cabeza después de escuchar en su mente la lástima que le había provocado. Clavé los ojos en los de ella y al darse cuenta, Regina se estremeció sin querer, sintiendo una presión en el ambiente que no había estado allí antes.
—Eres bastante ingenua, niña.
Su piel estaba erizada, pero no dijo nada, solo sentía la tensión. De pronto, el tenerme frente a ella dejó de sentirlo tan agradable como al principio. Se le atravesó un instinto por levantarse y salir de allí, pero una parte de ella la retenía. Era como si hubiese quedado atrapada entre la atracción y el terror.
Observé cada una de sus reacciones; la forma en que sus hombros se congelaban, sus dedos tamborileaban sobre el cuaderno. Cómo toda su persona se incomodaba en su lugar. Suspiré. Por mucho que quisiera seguir disfrutando de esa situación, tenía que parar. Traté de suavizar mis expresiones.
—Te estoy asustando, ¿verdad?
Ella negó con la cabeza, nerviosa, y empezó a jugar con el bolígrafo en sus manos de forma compulsiva, rascaba con fuerza el material acolchonado, dejando la marca de sus uñas. Un eco en su mente todavía le rogaba que se marchara, que no estaba bien quedarse allí, como si se hubiera desatado una alarma de seguridad al escucharme.
Ni siquiera necesitaba leer su mente para saber lo que estaba pasando por su cabeza.
—¿Tú sabes hablar algún otro idioma? —pregunté para apaciguar las cosas.
Ella negó con la cabeza— No. La verdad no se me da tan bien —confesó, más calmada— ¿Y… —inspiró, exhaló— cómo es que aprendiste a hablar latín?
Me recliné hacia atrás, en la silla. Manteniéndome relajado para que ella abandonara las ideas y dejara de sentirse disgustada con su propia mente. Necesitaba devolverle la tranquilidad.
—Así tal cual —dije con tono casual—. Estudiando, practicando —tomé el libro que había dejado extendido y empecé a ojearlo sin mucho interés.
—Ah, claro.
Ella no quería seguir con el tema, le había dado una extraña sensación. Utilizó mi gesto a su favor para desviar la conversación e iniciar con el estudio.
—¿De verdad no te estoy asustando? —repetí con tranquilidad.
—¿Por qué la pregunta? —me miró— ¿Es tu intención?
—No. No lo es —no mentía—. Solo quiero asegurarme de que no estarás inquieta por mí el resto del tiempo. Creo que sería algo incómodo, ¿no crees?
Empezó a sentirse tonta por los pensamientos intrusivos. Pensó que quizá había malinterpretado la situación y había exagerado las cosas, como de costumbre. Se calmó un poco y abrió su libreta— No, no me asustas. Solo estoy algo estresada, nada más.
Regresé mi vista hacia al libro, fingiendo que me interesaba el contenido. Durante el resto del tiempo, evité hacer comentarios acerca de mí o la conversación anterior. Pero seguí estudiándola.
En otro momento, mi reacción habría sido completamente diferente. Antes, no habría dudado en intimidarla, me habría resultado divertido, pero desde hace unos días había comenzado a experimentar un conflicto moral interno, extremadamente desesperante. ¿Por qué ahora dudaba en hacer lo que siempre había hecho sin vacilar? ¿Era Makeline la causante de eso?
Deseché la idea dentro de mí.