Embarazo Después Del Adiós.

Esa noche, cuando el silencio volvió a reinar en la casa y los gemelos dormían plácidamente, Daniela se recostó sobre su cama sin encender las luces.

Miró el techo con los brazos cruzados bajo la cabeza, aún sintiendo el roce del beso en los labios, como si el tiempo no hubiese pasado desde la última vez que se permitieron amarse sin miedo.

No era ingenua. Sabía que un beso no solucionaba todo. Había heridas profundas, decepciones que dolían incluso en el recuerdo. Pero también había verdad en ese gesto, en cómo él la miraba, en cómo no quiso quedarse para no apresurar lo que debía ser lento, consciente.

Y eso le dio paz.

Pensó en Roma, en la colección que tanto había soñado, en Dimitri y su paciencia, en el futuro que no quería dejar en pausa. Pero también pensó en sus hijos, en su familia, en esa parte de ella que aún pertenecía a ese mundo donde había nacido y crecido… donde Erick también seguía perteneciendo, de alguna manera.

¿Podrían reconstruirse?

¿Estaba dispuesta a intentarlo de nuevo?

Sí.

Por primera vez no lo dijo con dudas ni con miedo. Lo sintió. Lo supo.

Sí.

Porque aunque su vida se hubiera quebrado en pedazos, ahora no estaba sola para recogerlos. Y si él también estaba dispuesto a agacharse junto a ella y recoger uno por uno… entonces tal vez valía la pena intentarlo.

A la mañana siguiente, el sol entraba tibio por las ventanas del comedor. Los Montero ya estaban reunidos alrededor de la mesa para el desayuno.

Dylan fue el primero en alzar la vista cuando la vio entrar, despeinada pero con un brillo distinto en los ojos.

—¿Y ese milagro? —bromeó mientras le servía una taza de café—. ¿Dormiste bien o Erick te dejó una carta de amor escondida bajo la almohada?

Daniela soltó una risa ahogada, pero no dijo nada. Solo tomó el café y se sentó con una serenidad que no pasaba desapercibida.

—¿Qué pasa? —preguntó Diego con una ceja arqueada—. Tienes cara de haber tomado una gran decisión.

Ella los miró a todos: a Dylan, a Diego, a Sebastián que acababa de entrar con uno de los bebés en brazos, y a su padre, que hojeaba el periódico en silencio.

—Voy a ir a Roma —anunció finalmente—. Y... estoy considerando darle una oportunidad a Erick. No por lo que fue, sino por lo que podríamos construir ahora, desde cero.

Hubo un instante de silencio.

Sebastián la observó con cuidado, luego pasó la vista a los gemelos.

—¿Él lo sabe?

—Sí. Se lo dije anoche.

Diego suspiró, echándose hacia atrás con la taza en la mano.

—¿Y si vuelve a hacerte daño?

—No se trata de olvidar, sino de ver si podemos sanar. No tengo todas las respuestas… pero quiero intentar. Por mí. Por mis hijos.

Francisco dejó el periódico a un lado. Todos lo miraron.

—¿Y él está dispuesto a ganarse ese lugar, o solo quiere recuperarlo como si fuera suyo por derecho?

—Está dispuesto a hacerlo bien esta vez. Lo vi. Lo sentí. Y lo voy a vigilar de cerca —dijo Daniela con firmeza, lo que sacó una leve sonrisa en su padre.

Dylan alzó su taza.

—Entonces por eso —dijo, alzando el café en señal de brindis—. Por no tener miedo de volver a elegir.

Uno a uno lo siguieron. Incluso Diego, que no pudo evitar resoplar antes de ceder.

—Pero si llega a meter la pata... le hacemos olvidar dónde vive.

Daniela rió. Y por primera vez en mucho tiempo, se sintió realmente en casa.