ZADDY "RECUPERANDO A MI ESPOSA

POV. Gerónimo.

Las camionetas rugen al arrancar, y la tensión se siente en cada uno de nosotros.

Los drones transmiten en tiempo real, respaldados por un satélite que refuerza la vigilancia.

Oficiales camuflados los siguen de cerca, rotando en cada intercepción para no levantar sospechas.

Desde el cielo, un helicóptero sobrevuela la zona, anticipando cada posible ruta de escape.

Los sistemas de reconocimiento facial han identificado a los delincuentes: una de las bandas texanas más temidas, con redes de trata de personas y narcotráfico que se extienden por todo el mundo. Sus rostros ahora están expuestos, y la cacería ha comenzado.

Brian, junto con Paul y los hombres del equipo secreto de la policía, trabaja en la búsqueda de la conexión entre esos maleantes y Brenda.

—Señor, el exministro Arnold está aquí.

Respiro hondo; sé que este momento será demasiado duro para él.

Hemos instalado la base de inteligencia en el último piso de la sede, aprovechando la entrada y salida de miembros de la policía por la muerte de Marcos, un senador importante.

Así no levantaremos sospechas. Todo el personal seleccionado para la investigación pertenece al servicio secreto; no podemos arriesgarnos a una fuga de información.

—Por favor, llévalo a la oficina de al lado —ordeno.

El hombre asiente y se retira.

Marla me observa y aprieta mi mano.

—¿Te acompaño?

—Sabes que te necesito, esta situación no es fácil para mí.

Ella asiente y me toma de la mano. Salimos sin interrumpir. Roqui, Joniel y mis hombres quedan a cargo.

Nos dirigimos a la oficina de al lado.

Envuelvo a Marla entre mis brazos y me hundo en sus labios.

En ellos encuentro refugio.

En ellos recobro mi fuerza.

—Gracias, amor… por estar aquí —susurro, dejando que un suspiro se mezcle con mis palabras.

—Siempre… estaré a tu lado.

Escuchar esas palabras me reconforta más de lo que podría admitir.

La puerta se abre.

El Arnold prepotente y arrogante de hace un mes ya no es ni la sombra de lo que fue. Su espalda encorvada y su mirada apagada revelan una batalla interna que lo ha consumido.

Su agotamiento es evidente. Bolsas oscuras bajo sus ojos delatan noches de insomnio. Su caminar ya no es firme; ahora parece llevar el peso del mundo sobre sus hombros.

—Gerónimo, Marla —extiende la mano para saludarnos. La estrechamos sin decir palabra.

—Bienvenido, toma asiento —le indico la silla frente a mi escritorio.

Nos observa en silencio. Sus ojos reflejan una tristeza infinita, como si en ellos se ocultara el peso de todas sus decisiones.

—Me alegra verlos juntos… aunque no lo crean. Estos últimos días he estado pensando en todo lo que ha pasado, y me siento muy... perdido.

Su voz es sincera, cargada de nostalgia.

—¿Te apetece un whisky? —pregunta Marla con voz suave.

Arnold asiente. A mí no tiene que preguntármelo. Me conoce demasiado bien. Sabe que lo necesito.

Ella sirve las bebidas con calma, dejando que el sonido del líquido llenando los vasos rompa el silencio. El hielo tintinea suavemente al chocar contra el cristal. Nos entrega las copas y se sienta a mi lado.

Arnold toma un sorbo, exhala despacio y deja el vaso sobre la mesa.

Levanta la mirada. Su voz es grave, pausada.

—Dime, Gerónimo… ¿para qué me necesitas?

Bebo un trago largo de mi whisky, sintiendo cómo quema mi garganta.

Marla me observa, su mirada es un ancla que me mantiene firme. En silencio, me pasa las carpetas con la investigación sobre Brenda.

Respiro hondo antes de hablar.

—Esto no es fácil para mí —digo, cerrando con fuerza las manos alrededor de los documentos—. Será mucho más difícil para ti.

Suspiro antes de continuar hablando, porque sé que en los próximos minutos recibirá la peor información que un hombre y un padre podría recibir.

—Antes que nada, quiero que sepas que, a pesar de nuestras disputas en los últimos meses, siempre te he considerado mi amigo.

Arnold fija en mí su mirada débil. Su pecho comienza a subir y bajar con rapidez.

—¿Así de grave es lo que tienes que decirme?

Mi mandíbula se tensa.

—Sí —le paso los documentos.

Él se coloca los lentes y comienza a hojearlos. Lo observo atentamente. Su piel palidece. Sus ojos se llenan de lágrimas.

—Por favor… díganme que esto es una mala broma —murmura con la voz entrecortada.

Nos mira, suplicante.

—Mi hija no es un monstruo… —Su voz se quiebra—. Ella es un ser bueno. Ha cometido errores, sí, pero…

Los sollozos le impiden continuar.

Marla se levanta y se apresura a alcanzarle una botella de agua.

—Bebe, por favor, e intenta tranquilizarte. Aún hay algo más que debes saber.

Arnold la mira con los ojos bien abiertos, como si su mente se negara a procesar lo que acaba de escuchaR. Toma sorbos largos, desesperados, casi desocupando el envase en un intento inútil de calmar el nudo en su garganta.

Incrédulo. Atemorizado. Siente cómo su mundo se desmorona frente a él.

Lo primero que hago es colocar la grabación en la computadora.

El sonido llena la habitación.

Arnold se levanta abruptamente de la silla.

—¡Esto es una mentira! —su voz tiembla, pero se mantiene firme—. Mi hija jamás atentaría contra mi mejor amigo y mucho menos contra su madre… ¿De dónde mierdas sacaste esto? ¿Acaso esta es tu venganza por haber sugerido que te casaras con ella?

La furia y la desesperación nublan su juicio. Se abalanza sobre mí. Me pongo de pie de inmediato, pero su puño ya ha golpeado débilmente mi clavícula.

No es un golpe de ira…

Es un golpe de impotencia.

De dolor.

De temor.

De alguien cuyo mundo acaba de romperse en mil pedazos.

Es mi amigo el que ahora sufre.

Sé que está desvastado.

Su mundo acaba de destruirse.

Me acerco y lo abrazo con fuerza.

—Cálmate, por favor… Te juro, por la amistad que hemos compartido, que todo lo que has visto es verdad.

—No… no. Ella es mi hija. La niña de mis ojos… —su voz se apaga en un susurro quebrado—. ¿Cómo pude estar tan ciego?

Se deja caer en la silla y hunde el rostro entre las manos.

Respira hondo.

Cuando al fin levanta la mirada, proyecto la siguiente escena en la computadora.

No hay espacio para las dudas.

Un video de hace diez años aparece en pantalla. Veo cómo sus facciones se tensan. Sé que recuerda cada detalle.

La verdad está ahí. Desgarradora. Innegable.

Entonces jadea.

Lleva una mano al pecho.

Su rostro pierde todo color. Sus dedos tiemblan al intentar aflojarse la corbata.

Me levanto de inmediato.

—¡Arnold! —grito, ayudándole a soltar el nudo y desabrochar un par de botones de su camisa.

Marla le acerca con otra botella de agua, pero él no logra sostenerla. Sus manos tiemblan demasiado.

—Voy a llamar al médico, no me gusta como luce —dice ella, saliendo apresurada.

Él intenta hablar, pero su voz apenas es un susurro.

—Gerónimo… amigo… perdóname… te juro... por Samanta… jamás fue mi... intención... lastimarte…

Lo sujeto por los hombros, tratando de mantenerlo consciente.

—¡Aguanta, amigo! ¡Respira!

Pero Arnold apenas puede sostenerse.

Su mirada vidriosa me aterra.

Los paramédicos ingresan de inmediato…