Mi Amor Arrogante

Sofía Bennet.

Que la tierra me trague es pedir poco.

Me encuentro en una situación embarazosa, cortesía de mi querida Tania, quien no puede mantener las manos lejos de las pertenencias de su hermana.

Ahora tengo frente a mí a un hombre que no conozco, que me observa de una manera que no sé cómo interpretar.

Es alto, de piel blanca, cabello negro azabache, ojos azules tan claros y hermosos que es como contemplar el cielo en su mirada, y su rostro es atractivo, sin imperfecciones.

Parece todo un modelo y su aura irradia mucha seguridad, pero es muy arrogante; se nota que tiene dinero.

Por eso, cuando dejó de ocupar mis pensamientos, intento disculparme por lo que sucedió.

Además de liberarme de su agarre en mi muñeca, que no sé por qué motivo me hizo estremecer, pero no precisamente por miedo.

— Lo siento de verdad, señor. No soy una persona a la que le sucedan este tipo de cosas, estaba tan perdida en mis pensamientos que no me di cuenta. Le pido disculpas, por favor — dije en voz baja, creí que no me había escuchado, pero sí lo hizo.

Y cuánto desearía que no hubiera dicho ni una palabra, pero no fue así.

Él se ajustó el traje negro, que ahora tenía una mancha de café en el lado izquierdo del saco; apenas se notaba, pero no podría decir lo mismo de su camisa blanca.

Su mirada, que solía ser expresiva, cambió de manera repentina, igual que su actitud, que se tornó más cerrada y hostil.

— No tiene sentido que pida disculpas; el daño ya está hecho y usted no puede hacer nada para solucionarlo.

Su voz es ronca, con un marcado acento español que le da un toque de carácter, le queda muy bien, aunque eso no justifica su actitud grosera.

— ¡Oiga! No tiene por qué tratarme así, intenté ayudarlo, pero usted no se dejó, además pedir disculpas no es nada malo, ya que reconozco que hice mal.

Me observa con incredulidad cuando le doy un poco de su propia medicina.

¡Ja! ¿Qué pensaba? ¿Que me quedaría en silencio?

Pues no, eso no es lo mío.

— ¿Por qué no tiene más cuidado al caminar? — le dice con su voz fría e inexpresiva.

— Lo mismo debería decir de la persona que tengo enfrente, pero parece que es ciego para ver que no fui solo yo la culpable — murmura ella.

— ¿Tiene el atrevimiento de decir que es mi culpa? — le recrimina.

— Ah, no ¿y entonces qué quiere que haga? ¿Que le monte un altar y me ponga a rezar? — respondí irónica. Él me fulmina con la mirada, pero no le doy importancia — Por supuesto que tiene parte de la culpa en esto; si no hubiera estado tan distraído, no lo habría empujado y así... — la interrumpe.

— ¿Sabe una cosa? No voy a perder mi tiempo hablando con alguien tan despistada e insolente como usted — dice, indiferente, y pasa por mi lado para irse.

Lo miro con una mezcla de asombro y confusión.

¿Cómo se atreve a hablarme de esa manera?

La indignación comienza a burbujear dentro de mí.

Siento que la rabia me invade, y sin poder contenerme, le grito con voz llena de molestia.

— ¡Tu serás el despistado e insolente, idiota!

Él escucha todo y se da la vuelta para acercarse de nuevo, y debo decir que parece enojado.

— Repite lo que acabas de decir — exigió, con la mirada oscurecida por la rabia.

Su mirada es tan intensa que me genera un poco de temor y comienzo a temblar, pero no permitiré que un arrogante como él me intimide.

Así que respiro hondo y, justo cuando estoy a punto de responderle, aparece otra persona en el momento preciso.

— Leandro, ¿qué ocurre? — preguntó un hombre.

Casi me voy de bruces al verlo.

¿Que le dan de comer a estos hombres para que sean tan bellos?

— No es asunto tuyo, Federico. Esta señorita y yo estamos atendiendo un incidente que surgió por tu distracción, así que ve con Luciano y no te metas — dice entre dientes, sin apartar de mí su mirada intimidante.

El tal Federico alza una ceja y me observa.

— ¿Qué le hiciste a mi hermano para que te quiera matar con la mirada? — preguntó con una sonrisa burlona.

— No he hecho nada malo, pero su hermano es el tipo de persona que se ahoga en un vaso de agua y no acepta una simple disculpa — dije, en mi defensa, cruzando los brazos.

— Ya basta. Como dije antes, no voy a seguir perdiendo mi tiempo con alguien que claramente no es educado y tampoco parece tener los pies en la tierra. Solo quiero que se retracte de lo que dijo hace un momento y así se resuelve el problema.

Intento recordar esas palabras hasta que finalmente lo logro.

— Ya me acordé, pero no lo haré, porque solo me estaba defendiendo de su forma tan grosera de hablar. Si eso le molestó, déjeme decirle que no es mi problema, usted solito se lo buscó. Puede que sea bello, pero es un maldito arrogante que no sabe respetar a los demás.

» Le pedí disculpas por lo que pasó, pero su orgullo no lo deja aceptarlas, y si le gusta ser el centro de atención, eso conmigo no funciona, así que cumplo con decirle sus verdades y me despido; yo sí tengo cosas que hacer.

Él permanece en silencio, con una mirada furiosa, pero no pronuncia palabra.

Su hermano me observa boquiabierto, pero no me interesa, así que con la cabeza en alto me alejo con mi actitud de diva empoderada.

Sigo caminando cuando lo oigo decir:

— Nos volveremos a encontrar, y te haré pagar por lo que has hecho. No sé cuándo, pero lo haré; tenlo por seguro — prometió, y un escalofrío recorre mi cuerpo.

No estoy segura, pero sus palabras me afectan profundamente y me generan temor.

¡Ay, Dios mío! ¿En qué he terminado involucrándome?

Tania, por tu culpa esto tendrá consecuencias, sería mejor que te cuides, porque te la voy a cobrar.