En la turbulenta Inglaterra medieval, Lady Isabella de Worthington, una mujer de espíritu indomable y belleza inigualable, descubre la infidelidad de su marido, Lord Geoffrey. En una época donde las mujeres tienen pocas opciones, Isabella toma la valiente decisión de pedir el divorcio, algo prácticamente inaudito en su tiempo. Gracias a la ley de la región que otorga beneficios a la parte agraviada, Isabella logra quedarse con la mayoría de las propiedades y acciones de su exmarido.Liberada de las ataduras de un matrimonio infeliz, Isabella canaliza su energía y recursos en abrir su propia boutique en el corazón de Londres, un lugar donde las mujeres pueden encontrar los más exquisitos vestidos y accesorios. Su tienda rápidamente se convierte en el lugar de moda, atrayendo a la nobleza y a la realeza.
NovelToon tiene autorización de Fachis Reyes para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Planes frustrados
El sol de invierno apenas alcanzaba a calentar el aire frío de la mañana cuando Isabella llegó a su boutique. Las calles estaban tranquilas, con apenas algunos comerciantes colocando sus productos y preparándose para un nuevo día de ventas. Sin embargo, algo en el ambiente no parecía estar en calma. Había una tensión imperceptible que colgaba sobre la ciudad, como si algo oscuro se cerniera sobre ella.
Isabella no era del todo consciente de lo que estaba por suceder, pero su intuición, siempre afilada, la mantenía alerta. Había oído algunos rumores en la corte de que Geoffrey, su exmarido, no había tomado bien su éxito. Después del Baile de Invierno, su tienda había recibido aún más atención, y las mujeres nobles comenzaban a hacer encargos exclusivos, elevando su reputación. Sin embargo, sabía que este ascenso no sería del agrado de Geoffrey, quien la había intentado desacreditar en más de una ocasión.
Al cruzar las puertas de la boutique, la sensación de tranquilidad la invadió momentáneamente. El aroma de telas nuevas y perfumes delicados impregnaba el ambiente, mientras que los maniquíes vestían sus últimas creaciones, listas para ser exhibidas a la nobleza. Sin embargo, esa calma no duraría mucho.
Minutos después de abrir, una de las trabajadoras de la tienda, Claire, se apresuró a acercarse a Isabella, con una expresión de preocupación evidente en su rostro.
—Lady Isabella, ha ocurrido algo extraño esta mañana. —dijo Claire en voz baja, casi temblando—. Cuando llegamos para abrir la tienda, encontramos algunos papeles desparramados en la entrada… notas amenazantes.
Isabella frunció el ceño, su cuerpo se tensó ante la noticia. No era la primera vez que Geoffrey intentaba algo sucio, pero esta vez parecía más decidido que nunca.
—¿Qué decían las notas? —preguntó, con la mente ya comenzando a calcular sus próximos movimientos.
—Estaban llenas de insultos y amenazas. Alguien escribió que deberíamos cerrar la tienda, o... —Claire vaciló antes de continuar—, o enfrentaríamos las consecuencias.
La noticia no la sorprendió tanto como debería. Geoffrey siempre había sido un hombre de acciones impulsivas, y después del éxito del Baile de Invierno, no era extraño que él intentara derribarla de cualquier forma posible. Pero lo que más preocupaba a Isabella no era tanto las palabras escritas en esas notas, sino lo que podría estar planeando Geoffrey más allá de simples advertencias.
—Déjame verlas. —ordenó Isabella, con una calma calculada.
Claire rápidamente le entregó los papeles que habían encontrado. Las notas eran toscas, escritas con una letra descuidada, probablemente de un matón contratado. Pero los mensajes eran claros: Geoffrey quería arruinarla, y no se detendría ante nada para lograrlo.
«Cierra tu tienda o lo lamentarás», «No te metas donde no perteneces», y «Esta es solo una advertencia». Las amenazas eran directas y brutales, sin espacio para malentendidos.
Isabella respiró hondo, sintiendo cómo la ira se acumulaba en su pecho. No permitiría que Geoffrey la intimidara, no ahora, no después de todo lo que había logrado. Su tienda era su vida, su independencia, y no dejaría que nadie, ni siquiera él, la arrebatara.
—Claire, necesito que mantengas la calma. No diremos nada a las demás trabajadoras por ahora. —dijo Isabella con firmeza—. Voy a encargarme de esto. No dejaré que nadie arruine lo que hemos construido.
Sin embargo, justo cuando estaba a punto de darle más instrucciones a Claire, la puerta de la boutique se abrió de golpe, y un grupo de hombres entró con paso agresivo. Vestían de negro, con rostros duros y desprovistos de cualquier emoción. Isabella los reconoció al instante. No eran más que los matones que Geoffrey solía emplear para hacer su trabajo sucio.
—¿Qué significa esto? —preguntó Isabella, con la voz firme y autoritaria. No permitiría que el miedo se apoderara de ella.
El hombre que parecía ser el líder del grupo, un individuo robusto y con una cicatriz en la mejilla, dio un paso al frente.
—Nos han dado instrucciones, Lady Isabella. Esta tienda debe cerrar sus puertas, por su propio bien. —dijo con una sonrisa cínica—. O bien, podríamos empezar a causar algunos problemas.
Isabella no vaciló. Los enfrentó con una determinación inquebrantable.
—Si Geoffrey cree que enviando a un grupo de cobardes va a lograr que cierre mi tienda, está más desesperado de lo que pensaba. —respondió, con sus ojos que lanzaba dagas hacia los hombres—. Les sugiero que se marchen antes de que las cosas se compliquen para ustedes.
Los matones intercambiaron miradas, sorprendidos por la frialdad con la que Isabella los enfrentaba. Pero el líder del grupo no se dejó intimidar fácilmente.
—Con todo respeto, Lady Isabella, esto no es una petición. —respondió el hombre, dando un paso más cerca, con una amenaza velada en su voz—. Y si no cerramos este lugar ahora, podríamos hacer que algo accidental suceda… tal vez una mercancía rota, o peor, un pequeño incendio.
El corazón de Isabella se aceleró, pero su exterior permaneció inmutable. Sabía que estaban tratando de intimidarla, de llevarla al límite. Pero no cedería.
En ese momento, justo cuando las tensiones parecían a punto de estallar, la puerta de la boutique se abrió nuevamente. Esta vez, no era un grupo de matones, sino Alexander quien cruzaba el umbral, su presencia imponente llenaba el espacio. Vestía su capa de invierno, pero lo que más destacaba era la mirada fulminante que dirigió hacia los intrusos.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó con una voz gélida, deteniéndose al lado de Isabella y lanzando una mirada mortal al líder del grupo.
Los matones parecieron encogerse ante la llegada de Alexander. No era cualquier noble. Alexander, Marqués y hombre con influencias en la corte, era un oponente que no podían subestimar.
—Nada que le concierna, mi señor. Solo estamos cumpliendo órdenes. —respondió el líder, aunque ahora su tono era mucho menos amenazante.
—Creo que estás muy equivocado. —Alexander dio un paso al frente, sin apartar la vista del hombre—. Cualquier asunto que involucre a Isabella me concierne. Así que te sugiero que tú y tu grupo se vayan de inmediato antes de que haga un reporte oficial de este "incidente" al rey.
Los matones, claramente inseguros de qué hacer, comenzaron a retroceder. Geoffrey podía ser poderoso, pero enfrentarse a un marqués de la corte no era algo que estuvieran preparados para hacer.
—Nos vamos. —dijo el líder con una voz seca, lanzando una última mirada desafiante antes de que él y sus hombres salieran apresuradamente de la boutique.
Isabella exhaló, sintiendo cómo la tensión en su cuerpo comenzaba a disiparse. Alexander se volvió hacia ella, preocupado.
—¿Estás bien? —preguntó, buscando algún signo de debilidad en su rostro.
—Lo estoy ahora, gracias a ti. —respondió Isabella, mirandolo agradecida.