Contraataque de la esposa

Isaac, muy resuelto, le dio unos golpes a la mesa con la mano y pidió una botella de vino que salía varios cientos de dólares. Al ver que todo aquello le resultaba tan familiar, le dije:

—Veo que eres cliente asiduo.

—Suelo venir aquí cuando tengo un rato libre. A fin de cuentas, estoy soltero —contestó. Mientras hablábamos, se acercó una mujer de vestido rojo con una copa de vino y se sentó junto a él.

—Tanto tiempo sin vernos, señor Gould.

—Estoy ocupado —respondió Isaac con el ceño fruncido. La mujer me señaló con la copa de vino y preguntó:

—¿Quién es? ¿Tu tía?

Yo no me pude contener; si bien era unos años mayor que él, no parecía su tía. Su descortesía me pareció una provocación.

—¿Y ella quién es? ¿Tu abuela? —le pregunté a Isaac, que se levantó y vino a sentarse a mi lado.

—Vayamos a beber a otro lado —sugirió. Yo me di cuenta de que se sentía incómodo frente a la otra mujer y no quise hacer una escena, además ya no era una adolescente como para ponerme a discutir en público, así que me levanté y lo seguí. La chica del vestido nos cortó el paso.

—Espera, Isaac. No pienses que vas a irte sin decirme quién es ella.

—Paisley, soy una persona libre, no tienes ningún derecho a decirme lo que tengo que hacer. —Le dirigió una mirada fría, me tomó de la mano y la rodeó para dirigirse hacia la puerta dando zancadas. Ella se dispuso a seguirnos, pero algunas personas se levantaron de sus mesas y le cerraron el paso, gracias a lo cual logramos salir de allí.

—¿Hay algo que quieras saber? Puedes preguntarme ahora. —Isaac metió las manos en los bolsillos y caminó junto a mí, mirando hacia adelante con indiferencia.

—No hay nada que preguntar; eres joven y es lógico que tengas algunas relaciones complicadas. De hecho, te envidio un poco. Este bar es de tu amigo, ¿verdad? —le dije sonriendo.

Él levantó los pulgares y respondió:

—Eres muy observadora. Sí, mi amigo lo administra y por eso te traje aquí, por tu seguridad, pero no esperaba que nos encontráramos con Paisley. Un día ella estaba borracha y casi se la llevan contra su voluntad. Yo la ayudé y, desde ese momento, me acosa; dice que quiere estar conmigo, pero ¿tú crees que yo estaría con ella?

Sacudí la cabeza y no quise seguir indagando; si bien lo que me contaba tenía mucho de ficción, él no era mi novio, así que no había necesidad de saber más. Dimos una vuelta y llegamos a un bar al aire libre que tenía un aspecto muy intimidante: en la entrada había una enorme puerta roja de madera con un león tallado en piedra a cada lado. Al entrar, me di cuenta de que se trataba de un bar lujoso.

—Aquí nadie nos va a molestar, tomemos algo bueno.

Isaac volvió a pedir comida y vino, listo para emborracharse, pero a mí se me había ido el deseo de beber.

—Ya fue suficiente alcohol para mí —le dije.

—Relájate, ya estamos aquí. Jesse estará bien con mis padres, no te preocupes —respondió.

Me quedé pensando en eso y no pude tomar más de dos vasos. Cuando terminé el segundo, vi que Isaac había bebido más que yo y más rápido: ya llevaba tres o cuatro vasos en ese ratito.

—¿Qué haces? ¿Estás ebrio? —le pregunté al ver que tenía el rostro enrojecido.

—Nada, estoy feliz; toma conmigo. —Se le notaba el deseo en la mirada cuando me hablaba.

Yo me puse de pie enseguida y le dije, con voz firme:

—Vamos, te llevo a tu casa.

—No. —Levantó un dedo y lo agitó de un lado a otro frente a mis ojos mientras añadía—: No me quiero ir, aún no estoy satisfecho. Quiero una noche de fiesta.