Un joven talentoso pero algo desorganizado consigue empleo como secretario de un empresario frío y perfeccionista. Lo que empieza como choques y malentendidos laborales se convierte en complicidad, amistad y, poco a poco, en un romance inesperado que desafía estereotipos, miedos y las presiones sociales.
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CAPITULO 12
Un plan secreto
El ambiente en la oficina se había tranquilizado tras la confrontación con Cristal. Aunque de vez en cuando llegaban rumores de sus intentos por mantenerse cerca de Alejandro, ya no nos afectaban. Él había sido claro, conmigo y con ella, y esa firmeza me daba una paz que no había sentido en mucho tiempo.
Para mí, Gabriel Torres, las cosas parecían finalmente estables: Alejandro era el jefe serio y distante en la empresa, pero en casa era mi refugio, mi amor, y cada día encontraba nuevas formas de demostrarme cuánto le importaba. Lo que no sabía era que, tras esa fachada tranquila, Alejandro estaba tramando algo mucho más grande.
Alejandro había convocado a Valeria y a Samuel a una reunión “privada” en su despacho un viernes por la tarde. Yo estaba ocupado revisando unos contratos en otra sala, sin sospechar lo que ocurría.
—Gracias por venir —dijo Alejandro, con esa voz firme que usaba tanto para negocios como para situaciones importantes.
Valeria lo miró con picardía, cruzándose de brazos.
—A ver, Alejandro, no me digas que esto es una reunión de trabajo… porque no lo parece.
Samuel sonrió, acomodándose en la silla frente al escritorio.
—Yo también lo dudo. ¿De qué se trata?
Alejandro respiró hondo. Por primera vez en mucho tiempo, se le notaba nervioso.
—Necesito su ayuda. Quiero pedirle matrimonio a Gabriel.
Valeria soltó un grito ahogado de felicidad, llevándose ambas manos a la boca.
—¡No puede ser! ¡Por fin! ¡Alejandro, esto es lo más romántico que podrías haber dicho!
Samuel aplaudió suavemente, riendo.
—Vaya, hermano, no pensé que llegarías a este punto tan pronto. Pero debo admitir que se nota que lo amas.
Alejandro asintió, con una leve sonrisa que solo sus amigos más cercanos conocían.
—Lo amo más de lo que he amado a nadie. Desde que llegó a mi vida, todo cambió. Su torpeza, su nerviosismo, incluso sus errores… todo eso me hizo verlo como alguien único, especial. Quiero pasar mi vida con él.
Valeria se inclinó sobre el escritorio, los ojos brillando de emoción.
—Entonces, ¿qué estás pensando? ¿Un restaurante elegante, una cena romántica, un viaje sorpresa? ¡Dime que tienes un plan!
Alejandro se acomodó en su asiento, cruzando las manos.
—Ahí es donde necesito ayuda. No soy precisamente el más… creativo cuando se trata de este tipo de cosas. Necesito que me ayuden a organizar algo especial, algo que Gabriel nunca olvide.
Samuel soltó una carcajada.
—Eso es cierto. Si fuera por ti, seguro lo pedirías en matrimonio en medio de un informe financiero.
Alejandro lo fulminó con la mirada, aunque no pudo evitar sonreír.
—Justamente por eso los llamé. Quiero hacerlo bien.
Valeria, como siempre, tomó las riendas.
—De acuerdo. Primero, necesitamos un lugar significativo. ¿Hay algún sitio que para ustedes dos sea especial?
Alejandro se quedó pensativo.
—El mirador del hotel en el que tuvimos nuestra primera cena importante. Fue la primera vez que me di cuenta de lo mucho que me hacía sentir.
—Perfecto —dijo Valeria, chasqueando los dedos—. Ese será el escenario. Ahora, necesitamos detalles: decoración, música, algo íntimo pero inolvidable.
Samuel intervino.
—Podríamos hacerlo con velas, luces suaves, quizá un pequeño grupo de cuerdas para darle ambiente. Nada demasiado ostentoso, porque Gabriel es más sencillo, ¿verdad?
Alejandro asintió.
—Exacto. No quiero abrumarlo, quiero que sienta que todo es para él, para nosotros.
Valeria anotaba frenéticamente en su libreta mientras sonreía como si fuera la madrina de la boda.
—Esto va a ser increíble. Me encargaré de la decoración. Samuel, ¿te ocupas de la música y las reservaciones?
—Por supuesto —respondió él con una sonrisa—. Ya puedo imaginarlo: el cielo nocturno, el brillo de las luces de la ciudad, Gabriel con los ojos llorosos mientras Alejandro se arrodilla.
Alejandro rodó los ojos, aunque un leve rubor le tiñó las mejillas.
—No exageres.
—No estoy exagerando —replicó Samuel—. Te conozco, Alejandro. Eres capaz de hacer que esa noche sea perfecta.
Los tres siguieron afinando detalles durante horas. Alejandro insistía en que todo debía ser discreto y elegante, nada que incomodara a Gabriel. Quería que el momento fuera íntimo, personal, pero lleno de significado.
Valeria planeó cada detalle de la decoración: pétalos de rosas, luces cálidas y una mesa pequeña con una cena pensada solo para dos. Samuel, por su parte, se encargó de conseguir un cuarteto de cuerdas que tocaría suavemente de fondo mientras Alejandro hacía la gran pregunta.
Pero lo que más preocupaba a Alejandro era lo que iba a decir.
—No soy bueno con las palabras… —confesó, con un tono de frustración—. ¿Y si no sé cómo expresarlo?
Valeria le dio un golpecito en el brazo.
—Alejandro, por favor. Has manejado empresas multimillonarias, has enfrentado a Cristal Monteverde y sus dramas, y aun así me dices que no puedes decir lo que sientes. Solo habla desde el corazón. Gabriel no necesita discursos elaborados; él necesita escucharte a ti.
Samuel asintió.
—Exacto. Lo importante es que seas honesto. Créeme, Gabriel ya sabe cuánto lo amas. Solo tienes que decírselo con tus propias palabras.
Alejandro respiró hondo y, por primera vez, permitió que su vulnerabilidad saliera a la superficie.
—Lo único que quiero es que, cuando me mire, sepa que estoy dispuesto a todo por él. Que es mi razón de seguir adelante, mi refugio.
Valeria sonrió ampliamente.
—Eso ya suena perfecto.
Los días siguientes, Alejandro continuó con su rutina como si nada pasara. Para Gabriel, las cosas parecían normales: trabajo, miradas fugaces en la oficina, noches juntos en el departamento. Pero en secreto, Valeria y Samuel coordinaban cada detalle, mientras Alejandro practicaba en silencio cómo pedirle la mano al hombre que había cambiado su vida.
Una noche, mientras estaban en casa viendo una película, Gabriel notó que Alejandro parecía distraído.
—¿Todo bien? —preguntó, apoyando la cabeza en su hombro.
Alejandro lo miró, acariciando suavemente su cabello.
—Todo bien, Gabriel. Solo… pensando en el futuro.
Gabriel sonrió sin sospechar lo que eso significaba.
—El futuro contigo es lo único que me importa.
Alejandro lo abrazó más fuerte, ocultando la emoción que lo invadía.
—Y conmigo tendrás todo, Gabriel. Te lo prometo.
Mientras tanto, Valeria no podía contener su entusiasmo. Cada vez que veía a Gabriel en la oficina, tenía que morderse la lengua para no soltar la sorpresa. Samuel, por su parte, disfrutaba del secreto, observando cómo Alejandro se esforzaba por mantener la calma frente a Gabriel, cuando en realidad estaba contando los días para el gran momento.
El plan estaba casi listo: una noche especial en el mirador, con la ciudad iluminando el cielo, música suave y el anillo de compromiso que Alejandro había mandado a hacer especialmente para Gabriel: sencillo, elegante, con un grabado en el interior que decía: Siempre tú.
La fecha estaba marcada. Alejandro se miró al espejo la noche anterior, practicando mentalmente lo que iba a decir. Su reflejo le devolvía la imagen de un hombre serio, pero sus ojos brillaban con emoción contenida.
—Gabriel Torres —murmuró en voz baja—. Quiero que seas mi esposo.
El corazón le latía con fuerza, y por primera vez en mucho tiempo, Alejandro Monteverde se sintió nervioso de verdad. Pero era un nerviosismo hermoso, porque sabía que todo valía la pena por él.
La propuesta estaba en camino.
CONTINUARA