Amar a uno la sostiene. Amar al otro la consume.
Penélope deberá enfrentar el precio de sus decisiones cuando el amor y el deseo se crucen en un juego donde lo que está en riesgo no es solo su corazón, sino su familia y su futuro.
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Capitulo 13.
El día siguiente comenzó con la luz filtrándose por la ventana. Kylian se despertó primero, sus ojos recorriendo la habitación hasta encontrar a Penélope aún dormida. Su respiración tranquila lo hizo dudar: quería acercarse, tocarla, pero el recuerdo de la discusión lo detuvo. Se quedó un momento observándola antes de levantarse con cuidado.
Bajó las escaleras y encontró a Jack, que con cuidado trataba de entretener a Max mientras jugaban en la sala.
—Hola, campeón —dijo Kylian con voz baja.
—Papá, Max estaba un poco inquieto —respondió Jack, preocupado—. Pero creo que lo tengo bajo control.
Kylian sonrió, admirando la madurez de su hijo. Se acercó, ayudando a que Max se pusiera cómodo mientras Jack desaparecía hacia el baño para ducharse. Preparó un café rápido y comenzó a organizar el desayuno.
En ese momento, escuchó pasos titubeantes bajando las escaleras. Penélope aparecía con su tobillo vendado, sujetándose de la baranda.
—No te preocupes, puedo manejarlo —dijo ella, negando cualquier ayuda.
—Déjame al menos sostener la bandeja del desayuno —intentó Kylian.
—No hace falta —replicó con firmeza, aunque su mirada se suavizó al notar su cercanía.
Se sentaron a desayunar en silencio, intercambiando pequeñas miradas cargadas de tensión. Cada gesto era una conversación no dicha: él la observaba con cuidado, ella desviaba la mirada, pero sentía su presencia como un calor cercano.
—Papá, ¿qué pasa? —preguntó Jack de repente, interrumpiendo el silencio, con la curiosidad reflejada en sus ojos.
—Nada, hijo, solo estamos un poco cansados —contestó Kylian, con una sonrisa forzada.
—Sí, todo bien —añadió Penélope, también intentando tranquilizar a su hijo.
Tras el desayuno, recogieron sus pertenencias. Kylian trató de rozar los labios de Penélope con un rápido beso de despedida, pero ella se apartó sutilmente, firme en mantener las distancias por el momento.
—Nos vemos más tarde —susurró, dejando un hilo de tensión en el aire.
Kylian se llevó a Jack, prometiéndole un día divertido, mientras Max permanecía con Penélope, la cual aprovechó el momento de tranquilidad para reorganizar algunas cosas de la casa. Cada acción era meticulosa, como un intento de mantener la normalidad mientras su mente giraba en torno a lo que había ocurrido.
Durante la mañana, Penélope sintió la mezcla de frustración y deseo. Cada pequeño recuerdo de Kylian la hacía estremecerse, pero sabía que debía mantenerse firme. La soledad de la casa, los risas lejanas de Jack y Kylian, y la mirada tranquila de Max la obligaban a concentrarse en la rutina.
Mientras tanto, Kylian manejaba el tráfico y su mente, pensando en Penn, en lo que había pasado, y en cómo cada roce, cada gesto, era un recordatorio de lo que deseaban pero no podían permitirse.
Dejé a Jack en el colegio con una sonrisa forzada. Le revolví el cabello, lo vi correr hacia la entrada y fingí normalidad hasta que desapareció detrás de la puerta. Apenas cerré la puerta del auto, esa sonrisa se borró. Sentí el peso en el pecho: la imagen de Penélope esquivando mis labios todavía me perseguía.
El trayecto hasta la empresa fue un borrón. Ni siquiera recuerdo los semáforos que pasé, solo el zumbido constante de mi cabeza repitiéndome que esto no podía seguir así.
Cuando llegué, la recepción estaba casi vacía. Saludé con un gesto rápido, evitando miradas. Mi reflejo en las puertas de vidrio me devolvió un hombre cansado, con el cuello de la camisa mal abotonado y la corbata torcida. No era el Kylian impecable de siempre, sino alguien desordenado por dentro y por fuera.
Y entonces lo vi.
Eric estaba esperándome en el pasillo que llevaba a mi oficina, apoyado en la pared con ese aire relajado que solo él podía tener en medio del caos. Traía en la mano dos cafés y una sonrisa que parecía hecha a medida para mí.
—Llegas tarde —me dijo sin reproche, como si supiera exactamente por qué.
—Mañana complicada —contesté, pasando de largo, pero sentí su mirada siguiéndome, ardiendo en mi nuca.
Dejé el portafolio sobre el escritorio, intentando enfocarme en los papeles que me esperaban. Eric entró detrás de mí sin pedir permiso. Puso uno de los cafés frente a mí y se quedó de pie, demasiado cerca.
—¿Cómo está Penélope? —preguntó, directo, como siempre.
El nombre de ella en su boca me atravesó. Lo miré con los labios apretados, incapaz de responder enseguida. Eric inclinó la cabeza, estudiando cada gesto mío como si pudiera leerme por dentro.
—Igual —dije al fin, seco.
Hubo un silencio cargado. Él dejó el café en mi mano, y cuando sus dedos rozaron los míos sentí la corriente eléctrica que tanto odiaba y necesitaba.
—Kylian… —su voz bajó, apenas un susurro—. No puedes seguir así, partiéndote en dos.
Me levanté de golpe, alejándome, como si la distancia física pudiera protegerme de lo que me provocaba.
—¿Y qué quieres que haga? ¿Que lo suelte todo? ¿Que la destruya?
Eric se acercó, lento, como un cazador que sabe que la presa ya está acorralada.
—Quiero que dejes de huir de ti mismo.
Lo odié por esa frase. Porque en el fondo, sabía que tenía razón.
Él cerró la puerta de la oficina con llave, y el ruido metálico me golpeó como un disparo. Quedamos solos, aislados del mundo, con todo lo que no decíamos ardiendo en el aire.
Sus manos encontraron mi rostro, y aunque mi cuerpo tensó al principio, no pude resistirme. Lo besé como si necesitara oxígeno, como si solo en él pudiera apagar el incendio que Penélope había encendido en mí la noche anterior.
Era distinto al sofá, distinto a la cerveza y al humo del tabaco. Aquí, en mi oficina, era peligroso. Era un abismo al que me arrojaba con los ojos abiertos.
—Me vas a matar, Eric —murmuré contra su boca.
—O salvarte —replicó él, con esa maldita seguridad que me desarma.
Y por un instante, mientras lo sostenía entre mis brazos, olvidé a Penélope, olvidé a mis hijos, olvidé todo. Solo existíamos él y yo, dos hombres atrapados en un secreto que ya no sabíamos si era un refugio o una condena.