Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

Misha cruzó el pasillo con esa seguridad fría que siempre llevaba como segunda piel. Cada paso suyo comprimía el aire y hacía que la gente apartara la mirada y cuando se plantó frente a Carter el silencio fue total.

Yuri, que estaba cerca tomó nota del gesto y se encargó de lo urgente con un movimiento seco pidió a los presentes que recogieran al hombre que yacía en el suelo y dio la orden de limpiar el desorden. La lección fue instantánea algunos aprendieron de la forma más amarga cuál era su lugar.

Yuri asintió y con la misma eficiencia devolvió a todos a sus tareas, recuperando el ritmo del lugar y el silencio necesario. Misha no apresuró su retirada se quedó y miró a Carter con esa mezcla de curiosidad y hambre, dijo, casi en voz baja

—Siempre es un placer verte, kotik.

Carter miró al omega con una mezcla de cansancio y rabia contenida. La voz le salió áspera.

—Ojalá pudiera decir lo mismo. Intenté hablar contigo varias veces… pero al parecer siempre estas ocupado o tal vez es como si mi presencia fuera una molestia.

Misha sonrió con la comisura de sus labios apenas curvándose y respondió con burla

—Estaba ocupado en cosas importantes. Pero no pienses que me olvido de ti me llegan informes de tus avances a diario y dicen que pronto manejarás armas. Avísame cuando quieras prácticar con cuchillos. Esa es —sonrió con oscuridad— mi especialidad.

—Sí, eso vi —replicó Carter, seco, intentando que la voz no delatara el temblor que le recorría las manos.

La risa que siguió a su réplica fue corta y complaciente. Misha acercó la mano y con un gesto suave que resultó inquietante por lo inesperado, acarició la mejilla de Carter como quien toca un objeto de porcelana.

—No lo entiendes ahora —dijo con un tono que mezclaba ternura y orden—. Necesitas esto porque no vas a recuperar tu vida anterior. Ahora me perteneces por completo y yo soy tuyo. Mira a tu alrededor y acostúmbrate.

Carter sintió que un nudo le cerraba la garganta. Había imaginado ese final muchas veces en pesadillas que lo perseguían cuando cerraba los ojos el perder todo, el apellido, el respeto, la libertad. Sabía que aunque no hubiera participado activamente en los crímenes de Misha la mancha ya lo alcanzaba, la complicidad en el fondo no dejaba espacio para inocencias. Sin embargo —y era eso lo que lo avergonzaba— había algo en su cuerpo que respondía, un hilo antiguo que se tensaba cada vez que Misha se acercaba.

Con un brillo irónico en los ojos le preguntó, como quien ofrece una última resistencia

—Puedes escoger entre muchos alfas… ¿por qué me quieres a mí?

El omega se inclinó hasta rozar la nuca del alfa obligándolo a bajar la cabeza hasta quedar cara a cara. La voz de Misha perdió la ironía por un instante y se volvió afilada e íntima.

—Porque yo te quiero mío. Lo que es mío no se toca. Entiéndelo, alfa, desde que cruzamos nuestras vidas sellamos un pacto del que no vamos a liberarnos… a menos que uno de los dos muera. Carter, siempre serás mi gatito. —La sonrisa que cerró la frase tuvo algo primitivo y definitivo.

Carter salió de ahí como quien intenta huir de un enjambre de recuerdos y no pudo soportarlo más. En su habitación cerró la puerta con algo de violencia para luego quitarse la ropa y se arrojó a la ducha fría como si el agua pudiera lavar lo que le quemaba dentro. La voz de Misha le había llegado dentro de los huesos ese tono personal, directo y revelador.

Sabía que eran altamente compatibles con un 98% de coincidencia. Eso lo había asustado desde el primer día pues una compatibilidad tan alta no era algo romántico, sino que era una condena mutua. Prácticamente imposible encontrar otra pareja tan ideal como él y eso mismo le resultaba irónico porque para darse esa posibilidad significaba que ambos deberían estar enlazados y tener muchas cosas en común, pero hasta donde él recordaba jamás había sido un bruto psicótico que disfrutara matar gente. Dio un suspiro largo y dejó el agua correr por su cuerpo el tono íntimo de la voz del omega le causó una excitación latente y la prominente ereccion lo demostraba.

Había pasado mucho tiempo desde que había tenido sexo y aunque constantemente pretendía rechazar al omega, era el omega quién forzaba las situaciones, pero no podía negar que con el tiempo aquello le causaba una excitación cuando era Misha quien tomaba el control de todo. De pronto todas esas imágenes sensuales se cruzaron en su cabeza y no tardó mucho acabar entre sus dedos con un gemido ronco, aquel líquido viscoso le hizo entender que aunque lo negara, su cuerpo le pertenecía al omega lo tenía tan dominado que respondía fácilmente a sus estímulos.

Mientras Carter luchaba contra sus propias reacciones, Misha volvía del campo de tiro. El crepitar de la chimenea de su habitación le dio la bienvenida era un cuarto sencillo, sin lujo ostentoso con una cama ancha y paredes que habían visto más estrategia que descanso. Se miró en el espejo las cicatrices eran mapas de su historia, marcas que no estaban ahí para avergonzarlo sino para recordarle su resistencia. Se pasó la mano por la cadera, sintiendo la firmeza de su cuerpo, el músculo bajo la piel su cabello castaño recogido en una coleta improvisada. Había aprendido a convertir el propio cuerpo en un arma.

Pensó con desprecio en Andrei Petrov y en todas las veces que lo había sido utilizado como moneda de cambio con otros alfas, en la humillación y el dolor. Durante años sintió asco al ver su cuerpo, se había convertido en un animal herido y carente de deseo real.

Luego pensó en Carter y en su torpeza en el orgullo, en esa fragilidad que ante Misha parecía doblegarse. Sabía que el alfa lo deseaba y aunque lo negase, había deseo en esa entrega mutua.

—Tal vez no sea para mí el amor —murmuró, sin apartar los ojos del espejo—

Tal vez su destino no era sentirse amado por nadie porque hasta él mismo dudaba de quererse a sí mismo, solamente sabía de sobrevivir y de tener que batallar para llegar al siguiente día, si tenía que destruir todo para seguir respirando lo haría, pero no podía negar que ese alfa mimado y muchas veces detestable despertaba algo en él, algo que nacía desde su vientre hasta llegar a su corazón.

Después de pensarlo un buen rato, llamó a Haya quién entró con sigilo y la voz temblándole un poco.

—¿Necesita ayuda, señor?

—Prepara mi ropa de cambio —ordenó Misha sin mirarla—. Y trae a Carter, esta noche dormirá aquí conmigo.

La beta parpadeó sorprendida por la orden y por la brusquedad. —Señor… ambos están en recuperación, quizás no sea lo más—

Misha la miró y no hizo falta más. La mirada filosa fue fría y corta. Haya tragó saliva sonrió torpemente y salió disparada a cumplir la orden.

Cuando se quedó solo, Misha observó las llamas hasta que los fragmentos de sombra le devolvieron el rostro de Carter como una presencia inevitable. Había algo de ternura en esa posesión suya algo que guardaba y protegía con la misma mano que debía castigar.

Se dejó caer sobre la cama y dejó que la noche hiciera su trabajo. Cerró los ojos y permitió que un pensamiento suave se pegara a la costa de su conciencia si debía destruirlo todo para seguir respirando, así sería. Pero no a costa de Carter. Carter era suyo.

En otra habitación, Carter terminó la ducha y se envolvió en una toalla. No quiso pensar en lo que habría de venir esa noche, no quiso imaginar la cordura siendo arrastrada por el deseo definitivo que Misha reclamaba. Pero mientras se miraba en su propio espejo, reconoció algo que le resultó aterrador la posibilidad de que, después de todo, no quisiera escapar.

Esa noche las llamas crepitaban, el viento golpeaba los cristales y en la oscuridad que separaba las camas, dos cuerpos pensaban la misma palabra con matices distintos, posesión. Una noche más en aquel lugar respiró al ritmo de un vínculo que era peligro y refugio, herida y cura. Misha sonrió en la penumbra y como una promesa y una amenaza, susurró para sí

—Esta noche volveremos a ser solo tú y yo, gatito.