Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 13
La noche era tibia y silenciosa, y el cielo despejado dejaba ver algunas estrellas sobre el jardín. Daniela estaba sentada en el porche trasero, con una manta sobre las piernas y un café entre las manos. Escuchó el portón abrirse con suavidad, y poco después, la silueta de Erick apareció entre las sombras. Había pasado por la casa a dejar algunas cosas para los bebés.
—¿Molesto? —preguntó con voz baja, al verla allí.
—No —dijo ella, haciéndole un gesto para que se acercara—. En realidad, me alegra que estés aquí. Necesitaba hablar contigo.
Erick se sentó a una distancia prudente, pero lo suficientemente cerca como para verla bien. Iba vestido informalmente, como quien ya había planeado volver a su departamento para dormir solo.
—¿Todo bien con los bebés?
—Sí, duermen. Por ahora —respondió con una leve sonrisa—. Pero no es de eso que quería hablarte.
Erick asintió, esperando.
Daniela respiró hondo antes de soltarlo.
—Dimitri me pidió que viaje a Roma en un mes. La colección en la que trabajamos durante tanto tiempo será presentada allá. Es una gran oportunidad... tal vez la más grande de mi carrera hasta ahora.
Erick no dijo nada al principio. Se limitó a mirarla, procesando la información.
—¿Y piensas ir?
—Quiero —admitió—. Pero también estoy asustada. No quiero dejar cabos sueltos aquí. Este viaje no era solo para presentar a los niños. Vine porque necesitaba entender dónde estoy parada… contigo, con mi familia, con todo esto.
Erick bajó la mirada por un segundo, pensativo.
—No quiero ser un obstáculo para tus planes, Daniela. Si tienes que ir, ve. Yo encontraré la manera de estar con los niños mientras tanto.
—No se trata solo de logística —interrumpió ella—. Es más profundo que eso. Quiero saber si hay algo entre nosotros que valga la pena salvar. Porque si lo hay, entonces quiero trabajar en ello. Pero si no… prefiero tenerlo claro antes de tomar decisiones que afecten no solo mi carrera, sino también nuestras vidas.
Erick la miró, directo a los ojos. No con urgencia, sino con esa seriedad que solo sale cuando uno está dispuesto a dejar el orgullo de lado.
—Yo sí creo que hay algo que vale la pena —dijo con honestidad—. No estoy diciendo que debamos volver mañana. Pero cada vez que estamos juntos, siento que aún existe esa posibilidad. Solo que ahora somos otros. Y eso no tiene por qué ser algo malo.
Daniela lo observó un momento largo, dejando que sus palabras calaran.
—A veces me pregunto si lo que queremos salvar es lo que tuvimos… o si estamos dispuestos a construir algo nuevo desde las ruinas.
—Quizá un poco de ambas cosas —dijo él con una sonrisa triste—. Pero esta vez sin mentiras. Sin silencios. Sin decisiones tomadas por separado.
Ella asintió, sintiendo el nudo en el pecho deshacerse lentamente.
—No quiero prometerte nada todavía. Pero si estoy considerando ir a Roma… también estoy considerando lo que podría pasar con nosotros. Solo necesito saber que no estoy sola en esa reflexión.
Erick se levantó despacio, se acercó unos pasos y se agachó a su altura, tomándola suavemente de una mano.
—No estás sola, Daniela. No lo estás desde que volviste… y no lo estarás aunque decidas irte otra vez.
Ella apretó su mano suavemente, sin decir nada más. Tal vez no necesitaba hacerlo. A veces, el primer paso hacia la reconciliación no es una promesa… sino una conversación sincera en una noche tranquila.
Erick apretó su mano con suavidad, como si no quisiera soltarla todavía. El silencio entre ellos se volvió espeso, lleno de todo lo que no habían dicho en meses, de cada noche sin el otro, de cada momento en que quisieron levantar el teléfono y no se atrevieron.
Daniela lo miró con ojos brillantes, vulnerables, pero sin miedo. El muro entre ellos ya no era tan alto como antes. Tal vez quedaban ruinas, escombros... pero también espacio para volver a construir.
—¿Vas a quedarte un rato más? —preguntó ella, su voz apenas un susurro.
Erick negó con una sonrisa suave.
—No. No esta noche —dijo, y aunque sonrió, había algo triste en sus ojos—. Si me quedo ahora, no sé si podré irme después. Y aún hay cosas que debemos sanar... despacio.
Daniela asintió, aunque sus dedos no soltaban del todo los de él.
—Está bien —murmuró.
Erick se inclinó un poco, con un gesto lento, contenido, como si temiera que cualquier movimiento brusco rompiera la calma que habían logrado construir. Daniela no se apartó. Al contrario, se inclinó también, acercando su frente a la de él, hasta que sus respiraciones se mezclaron en ese pequeño espacio entre sus rostros.
—Te he extrañado más de lo que soy capaz de admitir —susurró él, apenas rozando sus labios.
—Y yo a ti —respondió ella, cerrando los ojos.
Entonces, sin más palabras, se besaron.
No fue un beso impulsivo ni desesperado. Fue lento, profundo, cargado de todo lo que habían callado. Un beso que sabía a reencuentro, a perdón, a promesa. Se tomaron su tiempo. No había prisa. Solo la certeza de que aún había amor ahí... entre los restos de una historia interrumpida.
Cuando se separaron, Erick le acarició la mejilla con ternura, como si aún no pudiera creer que la tenía tan cerca.
—Buenas noches, Dani.
—Buenas noches, Erick.
Él se fue caminando despacio hacia el portón, sin mirar atrás. Pero ella lo siguió con la mirada hasta que la silueta desapareció por completo en la noche.
Y por primera vez en mucho tiempo, Daniela no sintió que estaba perdiendo algo… sino recuperándolo.