Raíces Cruzadas (LGBT)

León había comenzado a formar parte de la dinámica cotidiana de la familia de Clara de manera casi imperceptible pero constante. Cada vez que salía de la facultad, su parada habitual era la casa de su novia. Llegaba sin anunciarse, sabiendo que siempre encontraría la puerta abierta y una cálida bienvenida, especialmente de Florencia, la madre de Clara. Ya no necesitaba que le indicaran nada: iba directo a la cocina, bajaba un vaso y servía agua, como si estuviera en su propia casa. Este gesto, aunque sencillo, reflejaba la naturalidad con la que se había integrado en el hogar.

En la cocina, solía entablar conversaciones con Florencia mientras ella preparaba la cena. Entre risas y comentarios casuales, León escuchaba con atención los detalles de la vida cotidiana de la familia. Aunque no intervenía directamente en sus asuntos, León era un buen observador y lograba entender las complejidades de aquella casa: los silencios de Florencia al hablar de ciertos temas, las bromas del suegro que siempre escondían una verdad más profunda, y los pequeños roces entre los hermanos de Clara que revelaban aspectos que la familia trataba de ocultar.

El padre de Clara, siempre con su carácter jovial, disfrutaba charlar con León sobre temas triviales como el fútbol o el clima. Pero a veces, entre comentario y comentario, dejaba caer frases que incomodaban ligeramente a León.

—Tu viejo parece un buen hombre —dijo una tarde, mientras acomodaba la silla para ver el noticiero—. ¿Sabés? Creo que sería lindo que tus padres volvieran a estar juntos. Siempre es mejor para los hijos.

León sintió un nudo en el estómago, pero logró disimular. Ocultó su incomodidad tras una sonrisa diplomática y un sorbo de su vaso de agua.

León siempre llegaba con algo para compartir: una botella de Coca-Cola, porque sabía que era la favorita de Clara, y helados para todos, algo que ya se había convertido en una pequeña tradición. Al terminar la comida, sin esperar a que nadie se lo pidiera, se levantaba para lavar los platos. Era un gesto que al principio había avergonzado a Florencia, pero al que finalmente se había acostumbrado, aceptándolo como una muestra del respeto que León tenía por la familia.

—De verdad, León, no tenés que hacerlo —decía Florencia con una mezcla de aprecio y vergüenza.

—Me gusta ayudar —respondía él con sinceridad mientras se arremangaba.

Una tarde, mientras Clara estaba en su habitación estudiando y los hermanos veían televisión, Florencia y León se quedaron solos en la cocina. Florencia, en un intento de llenar el silencio, mencionó algo sobre su prima Rosa.

—Mi prima tiene un hijo gay —dijo con un tono neutral, aunque sus ojos buscaban alguna reacción en León—. Fue un golpe muy duro para ella. Imaginate, ella siempre fue muy católica.. Pero, al final, lo aceptó. Creo que más por miedo a perderlo que porque lo aceptara realmente.

León, aunque incómodo, respondió con un tono melancólico:

—Es bueno que el hijo de tu prima tuviera la confianza de contarlo. Tal vez, si mi abuela hubiera sido más abierta de mente, se habría evitado el terremoto que se desató en mi familia.

Florencia lo miró con interés. Era la primera vez que León mencionaba algo tan personal. Él continuó:

—No solo afectó a mi papá. Se trasladó a mí, aunque soy heterosexual. A veces parecía que veían a mi padre reflejado en mí, como si esperaran que yo repitiera su historia. Pero mi mamá peleó como una leona para que yo tuviera una infancia feliz.

Aunque entendía las dificultades de León, en su mente lo que ocurría en la familia de su novio seguía siendo algo externo. No se sentía lista para mencionar temas que consideraba más cercanos, como la relación de Clara con su amiga Mariana, un asunto que aún evitaba abordar abiertamente.

En ese momento, el hermano menor de Clara irrumpió en la cocina con su típica actitud despreocupada:

—Che, mamá, ¿dónde pusiste las galletitas? Tengo hambre y todavía no me serviste nada.

Florencia, que ya estaba cansada de las constantes exigencias de sus hijos, respondió con firmeza:

—Hijo, buscá las cosas que manos no te faltan. A partir de ahora las cosas van a cambiar en esta casa.

León no pudo evitar sonreír al ver cómo Florencia imponía nuevas reglas. Aquella casa, aunque caótica a veces, tenía una calidez que él valoraba profundamente.

Después de la cena, León y Clara se retiraron al pequeño patio trasero de la casa. Era un lugar sencillo, con una mesa de madera desgastada y dos sillas de plástico que habían soportado años de reuniones familiares. Clara encendió una pequeña guirnalda de luces que colgaba en la pared, creando un ambiente cálido bajo la tenue luz de la luna.

León tomó su lugar habitual, reclinándose en una de las sillas mientras observaba el cielo despejado. Clara, con su habitual energía tranquila, se sentó frente a él, con una taza de té en las manos.

—Tu mamá hace las mejores milanesas del mundo —comentó León, rompiendo el silencio con una sonrisa.

Clara rió suavemente.

—Sí, aunque ya te estás acostumbrando demasiado a nuestra mesa. Cuidado, o un día te dejo a cargo de la cocina.

León fingió horror.

—Si me haces cocinar, terminaremos comiendo huevos fritos todos los días. Pero… —hizo una pausa, poniéndose serio—, hablando de costumbres… ¿Te molesta que pase tanto tiempo aquí?

Clara lo miró sorprendida.

—¿De dónde viene eso?

León bajó la mirada, jugueteando con sus dedos.

—Tu papá hizo un comentario. Ya sabes, sobre no casarse tan pronto. Y no es que tenga prisa ni nada, pero… no quiero que pienses que me estoy metiendo demasiado en tu vida familiar.

Clara tomó un sorbo de la coca cola antes de responder.

—León, a mi papá le gusta provocar, pero no hables en serio sus bromas. Él te aprecia, aunque no lo diga directamente. Mi mamá, que no es de soltar cumplidos fácilmente, ya te considera de la casa.

León sonrió, sintiendo un alivio cálido.

—Me gusta estar aquí. Me hace sentir… como en familia.

Clara alzó una ceja, divertida.

—Eso es porque tu mamá no está para regañarte por dejar el vaso sin lavar.

León rió. Luego, su expresión se tornó seria otra vez.

—Hablando de familia, lo que dijo tu mamá sobre tu prima y su hijo me hizo pensar. Es curioso cómo cada familia tiene sus cosas, ¿no? Yo… crecí con esta idea de que la aceptación era con condiciones. A veces pienso que, si mi abuela hubiera sido más abierta, muchas cosas habrían sido diferentes para mi papá… y para mí.

Clara lo miró con ternura. Sabía cuánto le costaba a León le dolía hablar de su familia.

—Es cierto, León. Pero también pienso que el cambio comienza contigo. No eres tu abuela ni tu papá. Puedes hacer las cosas a tu manera.

—Lo intento —dijo León, mirando al suelo—, pero a veces siento que me salto pasos. Como si estuviera siempre intentando encajar.

Clara extendió su mano, tomándolo suavemente por la muñeca.

—Tu no eres perfecto, León, le respondió haciendo la voz de un argentino ( referencia a coraje el perro cobarde), una broma interna que les causaba mucha risa.

Se quedaron en silencio un momento, escuchando el murmullo de las hojas con el viento.

—¿Sabes? —dijo Clara, rompiendo el momento—. Tu comentario me recordó algo. Mariana siempre decía que las familias son como un rompecabezas mal armado. Cada pieza intenta encajar a su manera.

León alzó la mirada, intrigado.

—¿Mariana?

Clara asintió, con un tono despreocupado, aunque había algo de tensión en sus ojos.

—Sí, mi amiga de la secundaria. Te conté de ella, ¿no?

León recordó vagamente alguna mención anterior.

—Creo que sí.

—Era muy buena observando a las personas. A veces decía cosas que me hacían pensar que me conocía más que yo misma. Pero bueno, no me quiero poner nostálgica ahora.

León captó el cambio de tema, pero decidió no insistir.

—¿Siguen en contacto?

Clara negó con la cabeza, con una sonrisa triste.

—No, las personas entran y salen de la vida, pero nos dejan enseñanzas, hay que apreciar esos momentos que luego nos ayudan a recorrer el camino que nos toca andar.

El silencio se instaló de nuevo, pero esta vez no era incómodo. León tomó aire, sintiendo el peso de lo no dicho en el aire.

—Clara, no sé qué depara el futuro, pero quiero que sepas algo. Estoy aquí, contigo. Pase lo que pase.

Clara le devolvió la sonrisa, apretando suavemente su mano.

—Yo también estoy contigo, León.

Ambos se quedaron bajo las luces y la luna,espalda a espalda, en paz sintiendo la cercanía del otro, contemplando cada uno el infinito.