Álvaro, creyente en la reencarnación, se encuentra atrapado en el cuerpo de Felipe, un ladrón muerto en un tiroteo. Con una nueva identidad, pero con la misma mente astuta y sedienta de justicia, decide vengarse de Catalina y de su amante. Usando sus habilidades empresariales y su inteligencia, se infiltra en su propia casa, ahora ocupada por otros, y empieza a mover las piezas de un plan de venganza que se va tornando cada vez más complejo.
Entre situaciones cómicas y tensiones dramáticas, la novela explora temas de identidad, amor, traición y justicia, mientras Álvaro navega en un mundo que no le pertenece, pero que está dispuesto a dominar. La lucha interna entre el alma de Álvaro y el cuerpo de Felipe crea un conflicto fascinante, mientras él busca vengarse de aquellos que lo destruyeron.
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La revelación
La noche estaba inquietantemente silenciosa en la mansión. Catalina, sentada en el escritorio de su habitación, sostenía una copa de vino mientras sus ojos recorrían las hojas de un documento que acababa de imprimir. Su respiración era lenta, pero cada inhalación parecía cargar con un peso invisible. Había algo que no encajaba. Desde que Felipe había llegado a su vida, había notado pequeños detalles, como si él supiera demasiado, como si sus palabras estuvieran cuidadosamente diseñadas para tocar fibras que nadie más conocía.
Dejó la copa sobre la mesa, levantándose con determinación. Su curiosidad se había transformado en sospecha y, ahora, en necesidad.
—¿Quién eres realmente, Felipe? — murmuró, mientras apagaba la lámpara de su escritorio y bajaba por las escaleras hacia la biblioteca de la casa.
Las primeras piezas del rompecabezas
Catalina había pedido al administrador de la casa un pequeño reporte del personal. Quería comprobar los antecedentes de Felipe, pero no de manera directa. Sin embargo, lo que encontró fue un vacío. No había referencias claras, y los pocos datos disponibles parecían casi fabricados. Esa noche decidió tomar las riendas del asunto.
Sentada frente a su computadora, buscó el nombre de Felipe en una base de datos pública. No encontró nada relevante, pero algo llamó su atención: un nombre asociado a una dirección que le resultaba familiar. Era un barrio humilde de las afueras, un lugar que no parecía coincidir con la inteligencia y el carisma que Felipe proyectaba.
—Esto no tiene sentido... — susurró.
A medida que las horas pasaban, Catalina se sumergía más en la investigación. Finalmente, encontró un dato clave: un archivo judicial relacionado con un robo hace algunos años. Entre los nombres mencionados, aparecía Felipe Andrade, un ladrón conocido en su juventud que había estado vinculado a un escándalo por usurpación de identidad.
—¿Robo...? Usurpación... — Catalina frunció el ceño, su mente trabajando a toda velocidad. Todo comenzaba a encajar, pero al mismo tiempo, levantaba nuevas preguntas.
El enfrentamiento indirecto
La mañana siguiente, Catalina bajó al comedor, donde Felipe estaba organizando los desayunos. Sus movimientos eran precisos, como siempre, pero hoy sus ojos estaban cargados de un brillo peculiar, como si él también supiera que algo había cambiado.
—Buenos días, señora Catalina, — dijo con una sonrisa profesional.
Catalina lo miró fijamente. —Buenos días, Felipe. ¿Dormiste bien?
—Perfectamente, gracias. ¿Y usted?
Catalina inclinó la cabeza, estudiándolo. —Curioso. Parece que siempre duermes bien, a pesar de las largas horas de trabajo. Es como si estuvieras acostumbrado a estar alerta todo el tiempo.
Felipe dejó una taza de café frente a ella, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos. —Es parte del trabajo, señora. Un buen empleado sabe mantenerse preparado para cualquier cosa.
Catalina tomó un sorbo de su café, sus ojos fijos en los de él. —¿Y cómo lo haces, Felipe? ¿Cómo alguien con un pasado tan humilde llega a ser tan... refinado?
La pregunta golpeó a Álvaro como un mazazo. Durante un instante, casi imperceptible, su fachada vaciló. Recuperándose rápidamente, respondió: —La vida me enseñó a adaptarme, señora. Supongo que tuve buenos maestros.
Catalina sonrió, pero detrás de su expresión había una tormenta de sospechas.
La verdad comienza a salir a la luz
Esa misma tarde, mientras Felipe estaba ocupado en el jardín, Catalina aprovechó para buscar en su habitación. Había algo que debía estar oculto, algo que explicara la desconcertante familiaridad que sentía con él. Después de unos minutos de búsqueda cuidadosa, encontró una pequeña libreta negra escondida bajo una tabla suelta del suelo. La abrió con manos temblorosas.
Las primeras páginas estaban llenas de garabatos sin sentido, pero luego encontró algo que la dejó sin aliento: una lista de fechas y lugares que coincidían con momentos clave de su vida. Había anotaciones sobre su boda, detalles sobre Álvaro que solo alguien cercano a él podría saber, y frases que parecían fragmentos de conversaciones pasadas.
—No puede ser... — susurró Catalina, cerrando la libreta mientras su mente daba vueltas.
En ese momento, escuchó pasos en el pasillo. Guardó rápidamente la libreta y salió de la habitación con la excusa de buscar un libro en la biblioteca. Su corazón latía desbocado, y por primera vez, sintió verdadero miedo.
El enfrentamiento
Esa noche, Catalina decidió enfrentarlo, pero no directamente. Durante la cena, mientras Daniel estaba ausente por negocios, se sentaron en el comedor, solo ellos dos. Catalina había insistido en que Felipe compartiera la cena con ella, una excusa para observarlo más de cerca.
—Felipe, — comenzó, mientras cortaba lentamente un trozo de carne. —Si alguien te ofreciera cambiar tu vida por completo, ¿lo aceptarías?
Felipe, sorprendido por la pregunta, tardó un momento en responder. —Supongo que dependería de lo que tendría que sacrificar, señora. ¿Por qué lo pregunta?
Catalina dejó el cuchillo sobre el plato, sus ojos clavados en él. —Porque a veces, cuando alguien cambia demasiado rápido, termina perdiéndose a sí mismo. ¿No crees?
Felipe sonrió, pero esta vez había una tensión visible en su mandíbula. —Es una forma interesante de verlo. Pero creo que algunos cambios son necesarios para sobrevivir.
La conversación se interrumpió por un ruido afuera. Ambos se levantaron, pero Catalina no podía quitarse la sensación de que Felipe sabía más de lo que estaba dispuesto a admitir.
El descubrimiento final
Esa misma noche, Catalina regresó a la libreta. Ahora estaba decidida a confrontarlo, pero antes necesitaba una última pieza del rompecabezas. Buscando entre sus pertenencias, encontró una llave que parecía no encajar en la mansión. Fue a su despacho privado, donde guardaba una pequeña caja fuerte con documentos confidenciales. La llave encajaba.
Dentro de la caja, encontró algo que la dejó helada: una vieja fotografía de Álvaro y Felipe juntos. Estaban más jóvenes, pero era inconfundible. En el reverso, había una inscripción: "El destino no se equivoca".
Catalina dejó caer la fotografía al suelo, su respiración errática. —¿Qué demonios está pasando aquí...?
En el jardín, Felipe —o Álvaro— estaba sentado bajo un árbol, mirando las estrellas. Su mente estaba dividida entre su plan y el creciente conflicto interno que lo atormentaba. De repente, sintió una presencia detrás de él. Catalina estaba ahí, con la fotografía en la mano, su rostro una mezcla de confusión y furia.
—¿Quién eres realmente? — preguntó, su voz firme pero llena de emoción contenida.
Álvaro la miró, sus ojos oscuros como pozos infinitos. Por un momento, pareció que iba a responder, pero en lugar de eso, simplemente se levantó, caminando hacia ella hasta que quedaron a unos pocos pasos de distancia.
—Catalina, — dijo en un susurro. —Algunas verdades son más peligrosas de lo que puedes imaginar. ¿Estás segura de que quieres saber la respuesta?
La cámara se hubiera detenido en sus miradas cruzadas, llenas de tensión. La pregunta colgaba en el aire, y la respuesta, cualquiera que fuera, cambiaría sus vidas para siempre.