EL TRONO DE CENIZAS

El salón del Bastión, ennegrecido por el fuego, aún conservaba sus columnas rotas y los tapices calcinados. En el centro, Lyra se alzó sobre los escalones que llevaban al trono quebrado. Detrás de ella, Kael y Theryn guardaban silencio. Al frente, un pequeño grupo de sobrevivientes —guerreros, sanadores, exploradores— la observaba con mezcla de miedo y respeto.

—Sé que no soy quien esperaban —dijo Lyra con voz firme—. Pero soy la última heredera del linaje original de Aeloria. Y no pienso huir.

Nadie se movió. Hasta que un hombre mayor, con el rostro lleno de cicatrices, habló:

—Eres una niña. Y estás marcada por la oscuridad. ¿Por qué deberíamos seguirte?

Lyra bajó los escalones y lo encaró sin dudar.

—Porque la oscuridad no me controla. Yo la contengo. Yo la uso. Y porque si no me siguen… no habrá nadie que los proteja cuando regresen los verdaderos monstruos.

Kael dio un paso adelante.

—Ella salvó nuestras vidas más de una vez. Y luchó contra criaturas que ninguno de ustedes habría sobrevivido. ¿Todavía dudan?

El silencio se rompió con un solo golpe.

El anciano arrodilló una rodilla en el suelo.

—Entonces guíanos, Reina de Fuego.

Uno a uno, los demás lo imitaron. Hasta que Lyra quedó sola de pie, con el rostro endurecido y el corazón latiendo como un tambor de guerra.

Horas después, en la torre más alta, Lyra se reunió con Kael y Theryn alrededor de un mapa antiguo.

—Tenemos que anticiparnos al siguiente ataque —dijo Kael—. Si Valekar busca despertar a los viejos seguidores del Vacío, no lo hará solo.

Theryn asintió.

—Hay un lugar donde podrían reunirse. Las ruinas de Dreval, al norte. Ahí fue donde la Reina Sellada hizo su último pacto de sangre.

—Entonces debemos ir —dijo Lyra.

Kael la miró.

—¿Nosotros tres?

—No —respondió ella—. Kael, tú protegerás el Bastión. Necesito que mantengas a los sobrevivientes con vida.

—¿Y tú?

—Theryn y yo iremos a Dreval. Buscaremos a los antiguos aliados de mi madre. Si queda alguien que la respetara, podríamos traerlos a nuestra causa.

Kael no respondió al instante. Luego, bajó la cabeza y tocó la frente de Lyra.

—No tardes en volver.

Lyra lo miró con intensidad.

—Lo prometo.

Esa noche, bajo la luz de las lunas gemelas, Lyra partió junto a Theryn hacia el norte. El viento era frío, pero el fuego en su interior ardía más que nunca.

Detrás, el Bastión intentaba respirar entre los escombros.

Delante, las ruinas escondían secretos que podrían cambiarlo todo.

Y en las sombras… Valekar no estaba solo.

—Ya va hacia ellos —dijo una voz femenina tras él.

Una silueta emergió junto a él. Tenía los mismos ojos dorados… pero su piel estaba agrietada, como si su alma no encajara del todo en ese cuerpo.

—Pronto despertará del todo. Y cuando lo haga…

Valekar sonrió.

—Volveremos a arrodillarnos ante la verdadera reina.

El viento del norte soplaba con la fuerza de antiguas maldiciones.

Lyra y Theryn cabalgaban por un valle helado, donde los árboles estaban torcidos como si hubiesen intentado huir. A lo lejos, entre la niebla, se alzaban los restos de Dreval: un conjunto de columnas negras, enterradas en tierra maldita, rodeadas de símbolos grabados con sangre seca.

—¿Este era un templo? —preguntó Lyra, bajando del caballo.

—Lo fue —respondió Theryn, observando las paredes—. Aquí se invocó el primer pacto entre la Reina Sellada y los entes del Vacío. Su poder nació aquí… y también su condena.

Cada paso entre las ruinas era como pisar sobre huesos invisibles. El aire estaba cargado de memorias. De dolor.

De gritos antiguos.

Lyra se detuvo frente a un altar derrumbado. Algo en su pecho ardía. Una presión familiar, como cuando el fuego interno amenazaba con romper el sello.

Y entonces lo sintió: la visión.

Todo se oscureció.

El altar brilló con luz roja. Voces en un idioma muerto la llamaron por su nombre verdadero: Ar’Kelya.

Una figura apareció frente a ella: una mujer de ojos ígneos, con una corona de llamas y una sonrisa cruel. Era ella misma… pero no lo era.

Era la Reina Sellada.

—¿Viniste a buscar respuestas, niña? —susurró la figura—. Yo soy tus respuestas. Yo soy tu poder.

Lyra intentó retroceder, pero no podía moverse. Las raíces del suelo la sostenían. La reina extendió la mano, y el fuego envolvió el mundo.

—Si me liberas… si me dejas volver… nadie podrá detenerte. Ni Valekar. Ni Kael. Ni la muerte.

Pero antes de tocarla, una lanza atravesó la visión.

La imagen se rompió como cristal.

Lyra despertó jadeando, con Theryn sujetándola.

—¡Lyra! ¡Reacciona!

Ella lo miró con ojos desorbitados.

—Ella está viva dentro de mí. Está despertando.

—Lo sabemos —dijo una voz detrás de ellos.

Ambos se giraron y vieron tres figuras encapuchadas saliendo de las sombras del templo. Llevaban túnicas antiguas y collares con runas selladas.

—¿Quiénes son? —preguntó Theryn, tensando la mano en su espada.

El mayor de ellos bajó la capucha, revelando un rostro marcado por el tiempo y la magia.

—Somos los últimos guardianes de Dreval. Y no estamos aquí para protegerte… sino para decidir si eres digna de vivir.

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Lyra alzó el mentón, sin miedo.

—Entonces decídanlo. Porque no pienso correr.

Los guardianes intercambiaron miradas. Y el anciano asintió.

—La prueba comenzará al amanecer. Si sobrevives… el ejército olvidado se levantará para ti.

Pero si no…

—El fuego te consumirá por completo.