Balvin, un joven incubus, se encuentra en su última prueba para convertirse en jefe de territorio: absorber la energía sexual de Agustín, un empresario enigmático con secretos oscuros. A medida que su conexión se vuelve irresistible, un poder incontrolable despierta entre ellos, desafiando las reglas de su mundo y sus propios deseos. En un juego de seducción y traición, Balvin debe decidir: ¿sacrificará su deber por un amor prohibido, o perderá todo lo que ha luchado por conseguir? Sumérgete en un mundo de pasión, peligro y decisiones que podrían sellar su destino. ¿Te atreves a entrar?
**Advertencia de contenido:**
Esta historia contiene escenas explícitas de naturaleza sexual, temas de sumisión y dominación, así como situaciones que pueden ser sensibles para algunos lectores. Se recomienda discreción.
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Suplicio Dominante
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Agustín tardó en recomponerse. Por su parte, Balvin se obligó a pensar con más claridad sobre su situación, pero por más que lo intentara, todo estaba de cabeza. Mantenerse calmado ya no era una opción. Intentó ser paciente con Agustín, pero ya no podía serlo, no cuando su existencia y sus metas colgaban de un hilo.
Quizás por eso hizo lo que hizo.
Cuando Agustín se dispuso a incorporarse, Balvin aplaudió, y Agustín se desplomó en el suelo, inconsciente. El íncubo se acercó a él y, de cuclillas, extendió la mano, recordando las palabras del armero: "El vínculo no está completo." Para Agustín, esas palabras quizás no significaron más que una simple frase, pero para Balvin fue un mensaje claro. Tenía que actuar antes de que el vínculo se consolidara por completo.
Un cuchillo gris se materializó en la mano de Balvin. Lo acercó al cuello de Agustín, y las marcas aparecieron en los cuerpos de ambos, resplandeciendo en un rojo intenso. Balvin levantó el cuchillo, apretando los dientes mientras su respiración se aceleraba. “Tengo todo el derecho de hacerlo,” se repetía. Apretó el mango…
Desde que conoció a ese humano, todo había ido de mal en peor, y no solo porque amenazaba su caparazón. Su orden establecido, sus planes, incluso su propio autocontrol, décadas de trabajo… Agustín estaba desarrollando sobre Balvin un poder más allá del vínculo, desestabilizándolo por completo. Tenía que terminar con esto. Los recuerdos comenzaron a atropellar su mente: la disposición de Agustín para ofrecerle su magna, el viaje al Limbo, y el momento en que se lanzó al néctar abismal sin miedo a las represalias.
Balvin apretó los dientes. “Lo hizo para salvarse, para salir del Limbo,” se dijo, luchando contra la insistencia de su conciencia.
Aun así, el brazo de Balvin descendió a una velocidad impresionante. El filo del cuchillo se clavó en el suelo, justo al lado del cuello de Agustín.
—Haa… —exhaló Balvin, uniendo su frente con la de Agustín. Solo cuando su respiración se calmó, levantó el rostro y, mirándolo desde arriba, murmuró—: Ahora estamos a mano.
Se levantó, y la daga desapareció. Balvin salió de la habitación sin mirar atrás.
En la oscuridad de una habitación vacía, las pulsaciones de Agustín resonaban en sus oídos como si fueran las únicas que existieran. Observó a su alrededor, apretó los puños y cerró los ojos. No había nada más que frío y vacío. Abrió la boca, pero no había nadie a quien llamar, justo como siempre. Entonces, unas manos negras surgieron del suelo, ahorcándolo con fuerza, desesperadas por arrancarle la vida. Agustín intentó desprenderse, pero la lucha pronto perdió sentido. Recordó que no quería seguir en esa desolada habitación. Sonrió con desesperación y, agarrando las muñecas que lo estrangulaban, atrajo aquellos brazos hacia sí, hundiéndose en la oscuridad.
Despertó de golpe al escuchar el rechinido de una silla. Miró a su alrededor y notó que estaba en la cama, cubierto por mantas, trajes y toallas. Se levantó y fue hasta la oficina.
Su cuerpo se sentía más ligero de lo habitual, aunque todo lo demás parecía estar en orden. Aun así, la extrañeza era incómoda. Como supuso, Balvin estaba sentado, girando en la silla como si fuera un carrusel. El escritorio, cubierto de documentos importantes, estaba ahora rayado con garabatos. Agustín frunció el ceño al observar el desorden.
—Sabés, tengo aire acondicionado —se quejó, mirando el montículo de ropa—. Esos trajes cuestan una fortuna.
—¿Más que tu vida? —replicó Balvin con desdén, sin detenerse en su juego.
—¿Qué me pasó? —insistió Agustín, ignorando el comentario.
Balvin frenó el giro de la silla, pero seguía dándole la espalda.
—¿Qué creés que te pasó, humano?
Agustín tomó una hoja del suelo y la examinó.
—Prefiero no hacer conjeturas.
—Nada grave. El cordón astral fue forzado y tu cuerpo no supo asimilarlo. Como te dije... nada grave.
—¿Volverá a pasar?
—No, porque no volverás a pisar el Limbo. Ya no es necesario.
Un peso incómodo se instaló en el pecho de Agustín. Fue un gesto casi imperceptible, pero sus manos se sintieron vacías, y apretó los puños, sorprendido de sí mismo. La habitación oscura de su mente, la que siempre había estado allí, se hacía más grande. Caminó hacia el íncubo, y antes de poder controlarlo, las palabras escaparon de su boca.
—Entonces iremos al infierno.
Balvin suspiró y lo miró de reojo, sin inmutarse.
—¿Qué va a pasar ahora? —preguntó Agustín, su voz más seria.
Balvin se levantó y lo enfrentó, mirándolo directamente a los ojos.
—¿Qué quierés que pase de ahora en adelante? ¿Qué es lo que deseas, Agustín?
La pregunta lo descolocó. Agustín retrocedió, pero Balvin lo siguió de cerca y lo tomó de la nuca, impidiéndole apartar el rostro. Agustín chocó contra el sillón, empujando la mano del íncubo, desorientado.
—Basta —gruñó, agarrando los hombros de Balvin para mantenerlo a distancia, aunque no lo soltó.
—¿Qué deseás? ¿Qué deseás? ¿Qué deseás? ¿Qué deseás? —La repetición constante de Balvin lo desarmaba. Hasta que Agustín, sin poder soportarlo más, cerró los ojos y apretó los dientes. En su mente, la oscuridad infinita lo envolvía. Lanzó una bocanada de aire y, sin pensarlo, tiró de Balvin y besó su cuello con desesperación, aferrándose a él mientras murmuraba:
—Bal…
El íncubo, sorprendido, no pudo apartarse. No era difícil entenderlo. Como íncubo, su existencia se basaba en comprender los deseos humanos. Y ahora, el deseo de Agustín se había vuelto más claro que nunca. Balvin suspiró, pero la mente en trance de Agustín pronto volvió a la realidad.
Agustín se apartó bruscamente, enderezándose y mirando a Balvin con severidad. La sonrisa burlona del íncubo no ayudaba.
—Tienes coraje —murmuró Agustín, sintiendo su pulso acelerado.
Balvin cayó de rodillas, sintiendo el peso del deseo reprimido arder en las marcas visibles de su piel.
—Tss, digo lo mismo —se quejó, aunque en el fondo estaba satisfecho con el descubrimiento.
—Jajaja… supongo que ahora estamos a mano —respondió Agustín, quitándose la camisa.
Balvin apretó los dientes, sintiendo la ironía en la situación. Ambos tenían sus debilidades expuestas, pero ninguno estaba dispuesto a ceder. Agustín usaría el vínculo a su favor, mientras que Balvin, si era necesario, manipularía los miedos del CEO para mantener el control.
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