Juntando Mis Pedazos

Después de que Xavier y Leicy se besaran sin control sobre aquella cama de hospital entro Henry junto al médico que les dijo lo que ya sabían por boca de la enfermera y mandó a retirar la vía del brazo de la chica que ya podía irse a casa.

Xavier hizo las presentaciones entre su muñequita de porcelana y su padre y esta moría de vergüenza al conocer a su suegro en el mismo momento que se enteraba de que estaba embarazada, pero eso al hombre no le importaba, él solo quería ver a su hijo feliz, y la manera en que el joven  miraba a aquella chica dejaba claro de que ella y el hijo que venía en camino eran su felicidad.

Cuando salieron del hospital fueron los tres directamente al departamento de Leicy, los Hudson querían hablar con los padres de la peliroja y llevarla con ellos, cosa que no les resultó muy fácil aunque al final lo consiguieron, no sin antes el joven recibir una amenaza medio parecida a la de Ernest, pero en esta el padre le advirtió que él conocía el interior de muchas minas y su cuerpo podría perderse en cualquiera de ellas si su niña sufría.

Dos semanas después Leicy, Xavier y Henry viajaban a Las Vegas para asistir a la boda de Gabriel y Mariana que estaban locos de contentos con la noticia de que tendrían otro hijo, pero la buena nueva de ellos la guardaron para cuando su amigo regresara de la luna de miel y la nueva pareja cumpliera el sueño de ella de casarse en una pequeña capilla a las afuera de Londres.

Siete meses después de la boda y casi junto con el segundo de los Patel llegaba a la vida Axel Hudson, el primogénito de Xavier y Leicy, y tres años después llegó a ellos Julianna, una niña que vino a terminar de llenarlos de felicidad.

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Veinte años después de la boda.

Las lágrimas de Xavier Hudson rodaban por su rostro delante de aquellas tres tumbas, un accidente múltiple en la autopista que daba salida al aeropuerto lo había puesto allí cuando un camión perdió el control en medio de la niebla llevándose por delante a cuatro autos de familias que salían de la terminal aérea.

- No puedes seguir aquí Xavier, es tarde, vamos a nuestra casa, Mariana y los chicos están allí esperándonos.

Con una mano en el hombro de su amigo Gabriel intentaba separarlo de aquel lugar pero no parecía tener éxito.

- Veinte años, Dios solo me dejó tenerla veinte años, no es justo.¿Que voy a hacer sin ella?- las lágrimas silenciosas seguían rodando sin detenerse.

- Seguir adelante, te darás cuenta de que la vida no se acaba aquí y que tienes que levantarte aunque te cueste.- Gabriel ajustó su mano derecha en el hombro de su amigo tratando de que comprendiera de que él no estaba solo.

- Cuando Greg murió ¿También sentiste dentro de ti que la vida tenía una deuda contigo que sería impagable, sentiste este odio contra la vida que ahora yo tengo?- su amigo había perdido a su hermano muy joven, y no la pasó muy bien, por eso podría decirle.

- Lo sentí y me llevó a cometer las locuras que tú sabes que cometí y que después me trajeron más lágrimas,  por eso te digo que tienes que dejar esto atrás y no permitir que el rencor con la vida te trague.

- Voy a intentarlo, pero quizás no lo consiga.

- Lo conseguirás, ya verás que sí lo harás.

Xavier se viró de espalda a aquellas tumbas y salió caminando rumbo a los autos que esperaban por ellos dejando a su amigo atrás, la tarde había caído y una fina llovizna comenzaba a rodar por las cabezas de los hombres vestidos de un negro impecable.

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- ¿Y Julianna?- le preguntó Xavier a su hijo Axel después de abrazarlo y llorar con él en medio de la sala de la mansión Patel.

- Está en la terraza, quise que entrara cuando empezó la lluvia pero me pidió que la dejara en paz.

Xavier volvió a apretar contra él a su hijo de diecinueve años, ellos dos eran tan parecidos físicamente,  en cambio Julianna era el vivo retrato de su madre, no sabía como iba a hacer a partir de ahora para mirarla y no llorar.

El hombre caminó hasta la puerta trasera de la casa y la vio debajo de la lluvia sentada en el suelo con su pelo rojo pegado a la espalda y los recuerdos del día antes llegaron hasta él.

Una oficial de policía parada en la puerta de su casa diciendo que debía identificar los cuerpos de su esposa, sus suegros y el chófer que conducía y él sin comprender de lo que hablaba, su mujer no podía estar muerta, ella había ido al aeropuerto a buscar a sus padres que venían para la celebración de su aniversario número veinte de matrimonio.

Una morgue fría y gente a la que no conocía agachada en los pasillos llorando a sus familiares muertos en el mismo accidente y una persona que levantaba unas sábanas y le hablaba, pero él no escuchaba.

Y ahora allí bajo la lluvia lo golpeaba la triste realidad, ella no estaba y él se había quedado solo junto a sus dos hijos.

- Julianna- le habló a la chica y ella no movió ni un músculo- Vamos adentro pequeña, no deseo que te enfermes.

La chica siguió en silencio, miraba a ningún lado y ya no lloraba, por su rostro solamente rodaba la lluvia, y ya no le importaba si se enfermaba o no, el año anterior había muerto su abuelo Henry y ahora su madre y sus otros dos abuelos de la forma más miserable que existía, sin dejarle tiempo a despedirse.

- Julianna por favor, necesito abrazarte junto a tu hermano y que hablemos, ven a adentro hija mía, ustedes son todo lo que me queda en la vida.

Ella se levantó rígida, como si fuera una estatua y pasó por el lado del hombre rumbo a la casa.

Cuando llegó hasta la puerta de cristal que daba paso a la terraza esta se abrió de golpe y frente a ella apareció Mariana con una toalla en sus manos y la envolvió en ella para juntas llorar por quien fuera su amiga desde que se conocieron.