El secreto del CEO

Mientras Carla se bañaba, Benicio continuaba bebiendo. Al abandonar el baño, en lugar de vestir sus propias ropas que yacían en el armario, optó por una camisa de Benicio, estándose en preparativos para seducirlo justo entonces.

— ¿Qué estás tomando? ¿Puedo unirme? — dijo acercándose a él con intenciones persuasivas.

Carla tomó el vaso de licor que Benicio sostenía, le dio un sorbo y luego comenzó a besarlo. Habiendo pasado tiempo sin cercanía, deseaba sacar partido del instante y evitar que algo entorpeciese ese momento.

En un principio, durante tal beso, pensó en rechazarla otra vez, pero después reconsideró, necesitado de cambiar esos deseos y anhelos que padecía, que siempre había sentido y repudiado. Entre más distanciase a Carla, creía que más se vería invadido por esos sentimientos y no lo quería. No consentía que lo dominase esa anormalidad, como él consideraba a esas emociones.

Benicio correspondió al beso y permitió que ella procediera con lo iniciado. Por lo que notaba, ni siquiera pretendía irse a la habitación, ya que lo dirigía hacia el sofá. Solo esperaba no terminar interrumpiendo la acción a mitad de curso.

Mientras Benicio intentaba avanzar en su acto con Carla, Adrian se encontraba en su casa, apostado en la terraza y contemplando el cielo. Sus pensamientos divagaban entre el ayer y el hoy. Recordaba episodios de su vida, pero también reflexionaba sobre la sonrisa tímida de Benicio, su manera de tocarse el cabello y lo vulnerable que pareció durante aquel desequilibrio que padeció.

— Recobra la compostura, Adrian. Deja de pensar en ese hombre. Es tu jefe, hetero y además comprometido. ¿Qué es lo que buscas? — se reprendió en voz alta.

Adrian ingresó a la morada y cerró la puerta. Mejor se acostaba e intentaba dormir. Al siguiente día, debía levantarse pronto para trabajar. No podía permitirse perder el sueño por ese hombre.

Adrian trataba de dormir, mientras tanto, en otra parte, Benicio parecía inquieto, sentado en el sillón de su cuarto observando a Carla, que yacía dormida en la cama.

Benicio se inquietaba por casi no conseguir finalizar previamente su quehacer con Carla. Contemplando su silueta, reminiscencias con ella le venían a la mente, pero pensaba en Adrian.

Benicio había consumido varios tragos aquella noche. Mientras Carla lo acariciaba y le procuraba placer, imaginó varias veces que era Adrian, sólo así logró culminar la acción. Visualizó cómo sería la expresión de Adrian sintiendo gozo, proporcionándole placer, temiendo haber pronunciado su nombre mientras estaba con ella.

— ¡Esto es una locura! — murmuró al levantarse y abandonar el dormitorio.

En cuanto salió, Carla abrió los ojos y dirigió la mirada hacia la puerta. Su semblante de entones era un enigma. Respiró hondo y se volvió hacia el otro lado, visiblemente pensativa.

En la estancia, Benicio todavía se mostraba nervioso. Prosiguió bebiendo y caminaba de aquí para allá, cavilando sobre lo acaecido. Ya había mencionado que debía ver a su terapeuta, mas no lo había cumplido. Era imprescindible verbalizar con alguien.

Se demoró para regresar al dormitorio. Esa noche apenas concilió el sueño, sólo llegando a descansar cuando amanecía.

A la mañana siguiente, se levantó antes que Carla. Tomó una pastilla rápidamente, aquejado por intensa cefalea. Al salir de la ducha, Carla ya se encontraba sentada en la cama y esbozó una tenue sonrisa al verlo.

— ¡Buenos días! ¿Te encuentras bien? — preguntó al advertir la expresión de Carla.

— Sí, solo desperté con migraña. Voy a ducharme y tomar algo para el dolor.

— Si requieres de algo, pídeselo a la ama de llaves. Yo estoy por marcharme. Tengo asuntos que resolver antes de dirigirme a la empresa — le informó mientras se ajustaba los gemelos.

— Muy bien, me las arreglo. Más tarde, cuando mejore, pasaré por la empresa a verte — comunicó sin inquirir permiso.

Benicio asintió con la cabeza y se fue. Dado su comentario sobre la migraña, no prestó atención a la expresión de ella, sin embargo, ignoraba que aquella faz no se debía a dolor de cabeza alguno, sino a una causa distinta.

— Es imperativo que averigüe si lograron algo contra aquel hombre. No puedo consentirlo cerca ni un segundo más de Benicio. Ya sospechaba que no era de confiar — profirió tras la partida de su prometido.

Benicio envió un mensaje a Adrian en cuanto dejó el hogar. Comunicó que llegaría con demora y que aquel día no necesitaba que le trajeran el café. El mensaje fue breve y al grano. Pretendía evitar cualquier cercanía extra, consciente de que esa mínima intimidad previa lo había abocado al trance en el que acabó sumido.