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Brujas

Brujas

Status: En proceso
Genre:Viaje a un mundo de fantasía / Mundo mágico
Popularitas:126
Nilai: 5
nombre de autor: Ninja Tigre Lobo

Tora Seijaku es una persona bastante peculiar en un mundo donde las brujas son incineradas, para identificar una solo basta que posea mechones de color negro

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Pueblo de Muerte

Tan pronto Tora, Syra y Meli llegaron al pueblo, lo primero que se impuso ante sus ojos fue un gran montón cubierto por sábanas raídas, apiladas unas sobre otras en la plaza central. El aire estaba espeso, inmundo, cargado de un hedor que los obligó a fruncir el ceño.

Syra murmuró con cautela, como si temiera que el montón pudiera responderle:

—¿Y esto es…?

El olor putrefacto se intensificó con cada paso, un aroma penetrante de carne en descomposición mezclado con humedad y hierro oxidado. Instintivamente, Tora llevó una mano a su vestimenta, y en un parpadeo su estilo cambió por completo: la ropa se volvió más sobria, más cerrada, y en su rostro apareció un pañuelo oscuro que cubría su nariz y boca.

El loro, encogido en su hombro, agitó las alas con nerviosismo.

—Amo… lo que sea que haya bajo esas telas, no es algo que debamos ver tan a la ligera…

Tora rasgó parte de su propia túnica con un movimiento seco y, con manos hábiles, improvisó dos pañuelos que entregó a Syra y a Meli para que cubrieran su rostro del hedor que inundaba el aire.

El pueblo estaba rodeado por altas murallas de piedra, gastadas y agrietadas por el paso del tiempo. En lo alto de una de ellas, una silueta blanca se recortaba contra el sol de la tarde: la figura esbelta de una jovencita, vestida con un traje completamente blanco, que descendió flotando suavemente, como si el aire mismo la sostuviera.

Su voz resonó con una claridad extraña, dulce pero firme:

—Aquí no pueden pasar. El sitio está contaminado por el maná rojo.

Meli se estremeció al ver cómo en la mano de aquella muchacha se arremolinaba un viento rojizo, compacto, que parecía absorber la corrupción que se esparcía desde el pueblo. El espectáculo era tan antinatural que el loro, asustado, graznó con fuerza y emprendió el vuelo, alejándose con aleteos torpes.

Tora dio un paso adelante, sin titubear, inclinando ligeramente la cabeza como en una presentación formal.

—Mucho gusto, mi nombre es Tora.

La joven respondió con una sonrisa enigmática.

—El mío es Rebecca.

Sus ojos brillaron como espejos cuando se posaron sobre Meli.

—¿Son brujas?

Tora asintió despacio y apartó parte de su cabello, mostrando las puntas negras en sus mechones. Syra, con un gesto casi mecánico, repitió la acción.

Rebecca soltó una risa breve, burlona.

—Je… pensé que ya tenían vuestra propia ciudad.

Su mirada descendió por el cuerpo de Tora, analizándola con una atención quirúrgica. Finalmente ladeó la cabeza y murmuró:

—Tu flujo de sangre cambió totalmente… como si intentaras imitarme.

Tora entrecerró los ojos, sin ocultar su desconfianza.

—¿Qué eres?

Rebecca abrió los brazos con gracia teatral, y el resplandor del viento rojizo iluminó su piel nívea.

—Soy una vampira de luz.

—Está bien —asintió Tora con un leve movimiento de cabeza.

—¿Podemos pasar? —preguntó con serenidad.

Rebecca, con una media sonrisa, se hizo a un lado y extendió su brazo como quien abre un umbral invisible.

—Adelante. Después de todo, las brujas son inmunes al maná rojo.

El grupo cruzó las murallas, y de inmediato se toparon con la visión desoladora del pueblo. Calles enteras estaban cubiertas de polvo rojizo; los cuerpos de los habitantes se mecían entre la fiebre y la debilidad, muchos tendidos en las afueras de sus casas, mientras que otros apenas resistían cubiertos con trajes improvisados, hechos para no aspirar directamente la corrupción flotante.

Rebecca habló en voz baja, como quien recita un parte médico:

—Aquí todos están infectados por el virus del maná rojizo. Este consume la hidratación del cuerpo, provocando una deshidratación lenta y dolorosa… después fiebre, y más tarde otras enfermedades oportunistas, porque la inmunidad desaparece.

Un portazo resonó a lo lejos, interrumpiéndola. De entre la polvareda surgió una mujer de cabellera azul con las puntas teñidas en negro. Su mirada dura se clavó en Rebecca.

—Rebecca… te dije que no permitieras la entrada de extraños.

Rebecca alzó los hombros con indiferencia.

—Si el oso los dejó pasar es porque algo tienen que hacer aquí, Marina.

Marina se rascó la cabeza, como si sopesara cada detalle, y luego sus ojos se clavaron en Meli.

—Eres una bruja de maná rojo… ¿cierto?

Meli dudó un instante, pero al final asintió.

Los labios de Marina se curvaron en una sonrisa repentina.

—Tú podrías absorber todo el maná rojo de este sitio… sería nuestra salvación.

Rebecca la miró con frialdad.

—¿Estás segura? Ellos solo son amables contigo porque emergiste de la tierra y los ayudaste… pero una vez se recuperen, dudo que quieran seguir contigo.

Marina guardó silencio unos segundos. Luego, con calma resignada, respondió:

—No te preocupes. Aceptaré el destino que me quieran dar.

Dicho esto, se acercó a Meli y, con un gesto inesperadamente suave, le tomó la mano.

—Te llevaré al centro de la ciudad.

Guiada por Marina, Meli se colocó en medio de la plaza. Cerró los ojos y unió sus manos, respirando hondo. En cuestión de segundos, el aire alrededor de ella empezó a girar con violencia, como si la atmósfera entera hubiera sido succionada. El maná rojo que impregnaba las calles comenzó a concentrarse hacia su cuerpo, arrastrado por una fuerza invisible.

Los enfermos miraban atónitos; algunos apenas podían alzar la cabeza.

Meli cerró su puño con fuerza, y con ese simple gesto, la energía rojiza se fragmentó y desapareció como humo tragado por la nada.

El pueblo entero quedó en un silencio pesado, expectante, como si acabara de presenciar un milagro.

El cuerpo de Meli comenzó a temblar. Sus rodillas se doblaron, y su respiración se volvió entrecortada. Una mancha rojiza se extendió por su piel, recorriéndole los brazos y el cuello como venas incandescentes. Sus labios se agrietaron y un hilo de sangre le corrió desde la nariz.

—¡Meli! —exclamó Syra, corriendo hacia ella para sostenerla.

Rebecca frunció el ceño y sus ojos brillaron con un dejo de reconocimiento.

—Absorbió demasiado. El maná rojo no es solo un veneno… es una entidad. Si entra en tu cuerpo, siempre pedirá un precio.

Marina, que aún sostenía la mano de Meli, no la soltó, sino que apretó con fuerza como si intentara transmitirle parte de su energía.

—Aguanta, no dejes que te consuma… —susurró con desesperación.

Meli intentó hablar, pero su voz apenas fue un murmullo.

—Está… ardiendo… dentro de mí.

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Ninja Tigre Lobo
hola
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