🔞⚠️ ADVERTENCIA: ES UNA HISTORIA CON CAPITULOS SENSIBLES ⚠️ PARA +18
Edward Safra lo tenía todo: belleza, dinero, poder y un escándalo familiar que casi lo destruye. Ahora dirige su propia empresa y jura no repetir los errores de su padre. Hasta que dos mujeres llegan para ponerlo de rodillas.
Estrella Portugal, sofisticada y prohibida, le enseña lo que es el deseo sin límites. Marcela Molina, audaz y curiosa, lo despierta con una dulzura peligrosa.
Entre encuentros secretos, miradas que queman y una tensión que no da tregua, deberá decidir si ¿someterse a la pasión que lo consume o dejarse llevar por la que podría destruirlo o reconstruirlo?
Una novela cargada de sensualidad, secretos, traiciones y encuentros que nadie debería confesar.
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12. Peligroso ultimátum
...⚠️🔞 Este capítulo contiene escenas exclusivas para público adulto 🔞⚠️...
El calor del sur le pegó como una bofetada húmeda en la cara. Estrella bajó del taxi con pasos firmes, las gafas oscuras, la falda entallada que marcaba el vaivén arrogante de sus caderas. Había pasado la noche con un solo pensamiento quemándole el pecho: volver a sentirlo.
Estrella estaba afuera del departamento de Edward, no estaba en un lugar acomodado de la ciudad, la vida del neurocirujano había cambiado mucho, pero no era la primera vez que prefería la vida sencilla. Él abrió la puerta en jeans, descalzo, el torso cubierto apenas por una camiseta blanca que delineaba sus músculos como si hubiera sido cosida a su piel.
- "¿Qué haces aquí?", preguntó él, sin moverse, estaba desprovisto del escudo del frío tapiz de su oficina en la clínica.
- "Lo sabes", respondió Estrella con los ojos que lo habían enloquecido.
Sus ojos se devoraron. En dos zancadas ella estaba frente a él. Lo besó sin pedir permiso, como una sedienta que por fin encuentra agua. Fue un beso que dolía, que desarmaba, que no dejaba espacio para la negativa.
Edward cerró la puerta sin apartar sus labios de los de ella y la empujó contra la pared del recibidor. Le subió la falda hasta la cintura y se arrodilló de golpe, sin mediar palabra. Le corrió la ropa interior con un tirón brusco y la hundió contra la pared con su lengua.
Estrella soltó un grito, se arqueó. Una de sus piernas le temblaba, la otra se apoyó en su hombro. El placer fue inmediato y glorioso.
- "Maldito…", jadeó Estella, con la cabeza hacia atrás, los dedos enterrados en su cabello. "Me odias, ¿verdad?", preguntó ñm
Él respondió metiendo dos dedos dentro de ella sin suavidad, mientras su lengua seguía danzando en su feminidad. Ella gemía sin pudor, temblando, lamiéndose los labios, perdida en esa humillación deseada.
Edward se levantó, la levantó con fuerza, y con una facilidad brutal la llevó en brazos al sofá. No hubo palabras, solo la necesidad absoluta de dejarse llevar por el deseo.
Se quitó la ropa en dos movimientos torpes. Estrella no podía dejar de mirarlo. Esa masculinidad dura, gruesa, perfecta. Lo deseaba con rabia, con las entrañas. Se subió sobre él sin esperar señal, y se lo apoderó entero con un gemido largo, profundo, desesperado.
- "Mierda…", gruñó él, tomándola de la cintura.
Ella comenzó a moverse sin piedad. Lo montaba con furia. El cabello le caía por la cara. Los pechos saltaban al ritmo frenético. Se inclinaba para besarlo, para morderle el cuello, para gemirle en la boca.
- "¿Me extrañaste así?", le susurró al oído. "¿Soñaste con esto?".
- "Cada maldita noche", respondió él.
Él la sujetó del cuello y la besó como si quisiera romperle la boca. La tumbó bajo él y le levantó las piernas, embistiéndola con fuerza, sin pausa. Estrella gritó. Él le tapó la boca con la mano.
- "Shh…", le murmuró, con los dientes apretados. "O los vecinos van a presentar una queja".
Ella lo miró desafiante. Le mordió la palma, y luego le suplicó con los ojos que no se detuviera.
Lo hicieron en el sofá, contra la pared, en la cocina, sobre la mesa. En la ducha, ella de espaldas, las manos en la pared mojada mientras él se hundía una y otra vez entre sus nalgas, jadeando su nombre. Luego, en la cama, más lentos, más salvajes, como si lo anterior hubiese sido solo el aperitivo.
Horas después, Estrella yacía sobre su pecho, el cuerpo aún vibrando de los orgasmos, la piel marcada por sus dedos y su boca.
- "Esto es lo que somos", susurró Estrella. "Esto es lo que tenemos".
Edward no la abrazó. Le acarició el cabello con una mano, pero su respiración ya era otra. Su cuerpo estaba tibio, pero su voz distante.
- "No me alcanza, Estrella", dijo Edward con voz grave, profunda.
Ella se incorporó, con las sábanas pegadas a la espalda sudada.
- "¿Cómo que no?", preguntó ella.
- "No quiero esconderme. Si vamos a seguir, necesito que lo sepa el mundo. Tus hijos, tus amigas, quien sea. O esto… es solo sexo; y yo ya no quiero juegos", respondió Edward.
- "¿Tú y yo… solo sexo?", cuestionó Estrella.
- "Si no sales conmigo por la puerta, si no tomas mi mano en público, si no dices mi nombre en voz alta sin sentir culpa, entonces sí", manifestó Edward.
Un silencio fue lo que hubo durante un minuto, mientras los ojos azules de Edward se la quedaban viendo, como un cielo hermoso antes de la tormenta.
- "No puedo", dijo finalmente, bajando la mirada.
Edward asintió. Se levantó, desnudo, sin preocuparse por cubrirse.
- "Entonces… ¿para qué viniste?", cuestionó Edward, mientras buscaba que ponerse, y se fue a la sala.
Estrella no supo qué responder; y se vestía con una lentitud dolorosa.
- "En un mes es el cumpleaños de tu sobrina, Elena Belmonte, tienes ese tiempo para pensar si quieres lo nuestro o no. O decimos a todos que somos pareja, o Estrella mejor olvida que alguna vez estuvimos juntos", dijo Edward, mientras abría la puerta.
Estrella salió despacio, aquel peligroso ultimátum, era una decisión que solo podía tomar ella, y ni el más audaz de sus negocios, le había hecho sudar frío, como la mirada azul de Edward mientras se lo daba.
Su impulso juvenil lo impulsó a llevar a Estrella a una encrucijada, y cuándo ella decidió entrar en esa incertidumbre, él resulta que ahora ya no..
Me encanta ese poderío
Que excelente trabajo 👍🏻
Que verdades tan cargadas de realismo y sinceridad les fueron dadas a Edward, quizás para contextualizar la relación