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El Rezo Del Cuervo

El Rezo Del Cuervo

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Síndrome de Estocolmo / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Pareja destinada / Familias enemistadas
Popularitas:5.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Laara

La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.

Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.

Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.

NovelToon tiene autorización de Laara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

XII. Salida.

El salón privado parecía sacado de un mundo alterno: más amplio que el recibidor de muchos hoteles, con una alfombra color crema que amortiguaba cada paso, sillones blancos como nubes, y una tarima de espejo rodeada de cortinas beige que caían como cascadas de seda. Al fondo, un espejo gigante de cuerpo entero devolvía cada movimiento con una nitidez brutal. Allí no había dónde esconderse.

Las dos ayudantes, más jóvenes y algo torpes por los nervios de atender a alguien "tan importante", la rodeaban con una mezcla de emoción y miedo mal disimulado. Clara, en cambio, era una profesional del teatro. Sonreía como si cada gesto de Bella fuera una bendición caída del cielo.

—Este modelo, señorita, acaba de llegar de Milán. Es exclusivo, de corte sirena, realza la figura con elegancia... —dijo, mientras abría la funda y dejaba ver el vestido.

Era un diseño de encaje finísimo, ajustado desde el busto hasta las caderas, con una espalda baja y un delicado bordado floral que se extendía hasta los muslos. Las mangas caían en forma de tul semitransparente, dejando los hombros al descubierto. Llevaba perlas cosidas a mano en las costuras, como si el vestido respirara lujo.

Bella no dijo nada mientras se lo colocaban. Solo dejó que la vistieran. Era irónico: jamás se imaginó con un vestido de novia, y ahora estaba rodeada de asistentes que le hablaban como si estuviera a punto de cumplir su mayor sueño… cuando en realidad sentía que se estaba disfrazando para su propio entierro.

Abrieron las cortinas, y las ayudantes la escoltaron con cuidado, atentas a cada pliegue del vestido mientras la guiaban. Cuando Bella emergió con el primer vestido, el silencio en la sala se volvió espeso. Él levantó la mirada despacio desde su asiento, apoyado con languidez aparente, pero sus ojos... sus ojos no tenían nada de tranquilos.

La vio.

Y por un segundo, se quedó inmóvil.

El vestido le abrazaba el cuerpo con una precisión cruel: ceñido desde el busto hasta las caderas, realzando cada curva, cada respiración. La espalda estaba completamente descubierta, y las mangas de tul transparente dejaban ver la piel de sus hombros como si fuera una provocación deliberada. Perlas bordadas brillaban con cada movimiento, como si el vestido estuviera hecho para atraer miradas… todas las miradas.

Él no se movió, pero su mandíbula se tensó.

Bella lo notó. Fue apenas un segundo, pero lo notó.

Aún así, no dijo nada.

Al subir a la tarima y verse en el espejo, su reflejo la golpeó con una fuerza inesperada.

Era hermosa. No podía negarlo. Parecía una de esas novias de revista: piel pálida contra el blanco roto, la silueta marcada con precisión, los ojos tristes dándole una expresión que parecía de melancolía romántica. Pero ella sabía. Sabía que no era tristeza romántica. Era resignación. Dolor contenido. Era la imagen de una mujer que iba a casarse con su verdugo.

Clara se acercó con una sonrisa extasiada.

—Oh, por favor, mírela, señor —dijo Clara, con una voz que vibraba de emoción forzada—. ¿No le parece… perfecta?

Él se había mantenido sentado, con las piernas abiertas y los codos apoyados en sus rodillas, observándola con una intensidad que electrizaba el aire. No hablaba. No sonreía. Solo la miraba como si no pudiera decidir si quería tomarla... o encerrarla bajo llave.

Finalmente se levantó con lentitud, cruzó el espacio que los separaba con paso medido, y se detuvo frente al espejo. Su sombra cayó sobre Bella como una sentencia.

Se acercó despacio, los pasos resonando en la alfombra como si el suelo se inclinara bajo su peso. Se detuvo frente a ella. Y la miró.

Desde el cuello expuesto, hasta la curva de su espalda descubierta, siguieron el contorno de sus caderas, hasta cómo el vestido parecía adherirse a sus costillas.

—No.

Una sola palabra, dicha con frialdad quirúrgica. Clara parpadeó, como si no la hubiera escuchado bien.

–Perdón, señor, pero… este modelo es uno de los más exclusivos. Podría ajustarse si lo desea…

—Dije que no. —Sus palabras eran suaves, pero llevaban plomo en cada sílaba.

Bella bajó la vista, al borde entre rabia y humillación. No porque no le gustara cómo se veía, sino porque ni siquiera podía elegir lo que llevaba puesto. Estaba hermosa, sí. Pero se sentía como una estatua en un mausoleo.

Clara se tragó sus palabras, asintiendo con una sonrisa temblorosa. Las ayudantes corrieron a ayudarla con cuidado, casi tropezando entre ellas por la ansiedad de no fallar. En cuestión de minutos ya le estaban colocando el segundo vestido.

Este tenía un escote corazón, con una falda más voluminosa y un delicado encaje sobre los hombros. El color era un blanco marfil, con detalles dorados en los bordes. Cuando giró frente al espejo, Bella sintió por un segundo la ilusión de ser otra persona. Casi parecía sonreír... pero se obligó a detenerse. No era su boda. No era su elección. Era su condena.

—Demasiado abierto en el pecho —soltó él sin esperar a que nadie le preguntara.

—Podemos ajustar el escote, si lo desea —intervino Clara, siempre sonriente, aunque un leve tic en la ceja la traicionaba.

—No. Siguiente.

El tercer vestido le quedaba como una segunda piel. Era simple, de líneas limpias, con espalda abierta y un corte lateral que dejaba ver parte de la pierna al caminar. Era sensual sin ser vulgar.

Sofisticado. Sexy. Peligroso.

Cuando Bella lo vio en el espejo, supo que no se lo iba a permitir.

Y lo confirmó en cuanto salió.

Él se quedó mirándola.

Y esta vez no dijo nada. Por mucho más tiempo.

Ella bajó los ojos, incómoda. El vestido le quedaba perfecto, sí… pero la forma en que él la miraba no era de aprobación. Era hambre contenida. Como si estuviera pensando en cerrar la tienda, romper el vestido, y quedársela ahí mismo.

Su voz llegó como un susurro helado.

–Ni de broma.

Clara rio con nerviosismo.

—Bueno… quizá es un poco… osado para una boda formal.

—No es por la formalidad —dijo él sin apartar la vista de Bella—. Es por ella.

—¿Por mí? —preguntó Bella en voz baja, con una mezcla de desafío y desconcierto.

Él se acercó, deteniéndose justo frente a ella.

—Porque nadie más tiene derecho a verte así. Y no pienso compartir ni tu sombra.

La miró a ella directamente, sin suavidad.

—Siguiente.

Y fue entonces cuando llegó el cuarto.

Cuando lo sacaron de la funda, Bella lo supo: era distinto.

Color blanco marfil, escote ilusión con transparencias mínimas, manga corta caída que apenas cubría los hombros, falda vaporosa y bordados que parecían hilos de luna. Era un vestido de princesa moderna, de cuento, pero sin exageración. Elegante, mágico. Parecía una armadura hecha de encaje.

Cuando se vio en el espejo, algo en su pecho se apretó. No era tristeza, ni rabia. Era… nostalgia. Por todo lo que nunca soñó tener. Y por todo lo que ese vestido representaba.

Al salir, Clara se adelantó para presentarlo con entusiasmo desbordado.

—Y ahora sí… esto es otra cosa. ¿Verdad, señor? Es delicado, romántico, cubre lo suficiente y a la vez… es único.

Él se quedó en silencio. Caminó despacio, observándola. Era un depredador evaluando el terreno.

Se detuvo frente a Bella. Sus ojos eran un incendio contenido.

—No —dijo.

Ella lo miró con fuerza. No bajó la vista esta vez.

—¿Por qué?

—Se te ven los hombros —murmuró él, sin apartar la mirada de su piel.

—Es un vestido de novia. No estoy desnuda —dijo Bella, por primera vez con rabia genuina—. Me gusta. Este sí me gusta.

El silencio fue absoluto.

Clara contenía la respiración.

Las ayudantes no se movían.

Él la miró unos segundos más, su expresión indescifrable. Y entonces, sin levantar la voz, sin cambiar el tono, habló.

—Está bien.

Bella lo miró sorprendida.

—¿Está bien?

Él asintió apenas.

—Pero —añadió con esa voz grave, que no daba espacio a discusión—, que le ajusten los hombros. Quiero que se cubran. Todo lo demás… queda.

Luego se giró, caminando hacia el sillón como si nada. Como si no acabara de acceder a algo por primera vez.

Bella se quedó de pie, aún en el vestido, con las manos tensas. Sabía que no había ganado. Solo le había permitido creerlo.

Las ayudantes la escoltaron de nuevo al vestidor con la misma reverencia nerviosa de antes. Clara las acompañó con una libreta y una cinta métrica colgando del cuello, ya con la mente puesta en las modificaciones.

—Vamos a tomar las medidas exactas para los ajustes, señorita —dijo Clara, aún con el rastro de adrenalina en la voz.

Bella asintió en silencio, casi como si no estuviera allí.

La cinta recorrió su torso, sus hombros, sus brazos. Le hablaban, le preguntaban si se sentía cómoda, pero ella ya no escuchaba. Su mente estaba atrapada en un vértigo extraño: no era miedo, no era valentía. Era algo más profundo. Como si cada segundo que pasaba ahí, con ese vestido, fuera una cuenta regresiva marcada a fuego en la piel.

Cuando terminaron, Clara sonrió.

—Perfecto. Esto quedará de ensueño.

Bella tragó saliva y se armó de una calma falsa.

—¿Puedo ir al baño antes de cambiarme? Por favor.

—Claro, señorita —respondió una de las ayudantes, aliviada de poder hacer algo sencillo.

La guio hacia una puerta interna en el propio vestidor, oculta a simple vista, que daba a un pasillo discreto. No necesitaría salir del salón ni pasar frente a él. Recorrieron juntas el pasillo alfombrado durante un minuto, hasta que llegaron a una pequeña puerta blanca. Dentro, el baño era de mármol blanco, con luces suaves y aroma a jazmín.

Bella entró. Cerró con cuidado.

Se quedó allí un segundo frente al espejo.

Respiró. Tomando una bocanada de aire.

Y entonces la vio; una ventana alta, rectangular, con marco metálico. Elevada, pero abierta. Apenas una rendija, pero suficiente para que entrara un soplo de aire húmedo.

La miró. Y su pecho se tensó.

《Podría hacerlo. Ahora. Salta. Corre.》

Pero otra voz la detenía. ¿Y si la atrapaban? ¿Y si fallaba, y la encerraba de verdad esta vez? No quería imaginar lo que pasaría si la atrapada.

Se aferró al lavabo. Cerró los ojos.

–No hay peor encierro que este vestido. –Susurró, para darse valor.

Actuó.

Se quitó los zapatos. Movió discretamente un pequeño banco donde predominaban unos hermosos jarrones con flores, los agarró dejándolos en el suelo y lo arrastró hacia la pared. Tardó más de lo que hubiera querido, el vestido era voluminoso, pero no pensaba quitarlo. Solo traía su ropa interior.

Con esfuerzo, logró impulsarse hacia la ventana. Sus manos temblaban, pero el corazón ya había tomado la decisión antes que ella.

Trepar fue una tortura lenta: el encaje se enganchaba, la tela pesaba, la rendija apenas bastaba… pero bastó. Logró pasar.

Cayó al otro lado. Lloviznaba. No lo había percatado hasta que parpadeó varias veces, al sentir que las gotas humedecían su rostro.

La parte trasera de la boutique daba a un callejón angosto, con adoquines resbaladizos y un zumbido constante de ciudad viva más allá. El corazón le retumbaba en la garganta, pero corrió. Corrió como si todo dependiera de ello.

La falda mojada le pesaba. El cabello se le pegaba al rostro. Pero vio un taxi al otro lado de la calle. Levantó la mano. El conductor dudó al ver a una novia empapada corriendo descalzo, pero se detuvo.

Subió, sin mirar atrás. Y al sentarse en el asiento la realidad de aquella adrenalina la golpeó, no había percatado que se encontraba en trance.

–Muchacha, ¿se encuentra bien?

Alzó la vista viendo a un señor preocupado, y con evidente consternación.

–S-sí... –Lo miró con desesperación–. Por favor lléveme a mi casa.

–Por supuesto, dígame la dirección.

...****************...

En la boutique, minutos después.

Él seguía esperando.

Apoyado de pie junto al espejo, el reloj de su muñeca marcaba el tiempo con una paciencia que no era real. Clara regresó al salón con una sonrisa falsa y la frente perlada de sudor.

—Está tardando mucho —dijo él, sin girarse.

—Eh... sí, bueno, fue al baño, señor —respondió Clara, luchando por no temblar.

Él ladeó la cabeza. Silencio. El aire se volvió denso.

—¿Dónde? —preguntó con esa calma que era siempre peor que un grito.

—Por la puerta interna, en el vestidor. Tiene acceso privado, no se preocupe, la acompañó una ayudante...

Él ya había comenzado a caminar antes de que ella terminara de hablar. Atravesó el vestidor, recorrió el pasillo. Quiso abrir la puerta, pero estaba cerrada.

–La llave. –Extendió la mano en el aire.

Clara, no tardó ni medio segundo en darle la llave con las manos temblorosas.

La abrió, y entonces vio la ventana abierta. El banco mal colocado. Un trozo de encaje colgando desgarrado, como una firma.

Se detuvo.

La ayudante lo miraba desde atrás, pálida.

Él no gritó.

Sonrió.

Lenta, y fríamente.

—Así que... crees que puedes escapar.

Sus ojos brillaban como el filo de una cuchilla.

–Pequeña ingenua.

Giró sobre sus talones con una calma siniestra. Sacó su teléfono. Marcó sin mirar. La voz que contestó al otro lado no alcanzó a decir su nombre completo cuando él ya había dado la orden.

—Sebastian. Quiero cámaras, matrículas, calles. –Dijo con un par de indicaciones.

Colgó.

Y entonces, como si nada, se arregló el puño de la camisa.

—Vamos a terminar esto a mi manera.

1
Cristina Rodriguez
Interesante novela.... pero no Sta completa
Paz Bach
Así me gusta Bella!!!! Dale no te quedes atrás jajaja
Paz Bach
Si cuervo y llegará el día que esa mujer te ponga una correa... 😌
Paz Bach
🤣🤣🤣😂 no puedo de verdad estoy como loca me enfado luego me rio
Paz Bach
Já! ahora resulta, disque su mujer, veremos a ver si consigues que sea tu mujer 😉😏
Paz Bach
no ya... mataste a tu padre muchacha con eso
Paz Bach
😭😭😭😭
Paz Bach
William tendrás que besar el piso por donde camina bella porque lo que estás haciendo es de ser un desgraciado!!!!!
Paz Bach
entiendo que está haciendo todo esto para salvar a su padre... pero aún así Bella... agh! ya no sé estoy que me como las uñas 😭
Paz Bach
esooo no se deje comisario será muy Cuervo y toda la cosa pero el amor de padre puede con todo!!!
Paz Bach
ay no pues la ironía personificada... 🤣
Cristina Rodriguez
excelente novela.. gracias escritora por compartir su historia... es mi tema de lectura mafia
Lina Montoya Blanquicett
pégale duro Chama !!ahora es cuando comienza la guerra de poderes!! dale dónde le duele más al hombre en su eterno orgullo
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que es más para el!! idiota yo veré cuando esté llorado pidiendo cacaoo !! miserable
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que más para el...idiota te vas tragar tus palabras yo veré cuando estés llorando pidiendo cacaoo!!! miserable
Lina Montoya Blanquicett
que dolor como padre saber que tú conoces a tu hija cuando miente y que te lo sostenga en la cara eso hace doler el alma inmensamente 😭
Lina Montoya Blanquicett
este hombre es un depravado!!! depravado ..que dolor
Lina Montoya Blanquicett
hay bendito!!
Lina Montoya Blanquicett
mato al papá !! con esa palabras
Lina Montoya Blanquicett
desgraciado!!! en verdad y lo más triste que así hay gente
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