Un chico se queda solo en un pueblo desconocido después de perder a su madre. Y de repente, se despierta siendo un osezno. ¡Literalmente! Días de andar perdido en el bosque, sin saber cómo cazar ni sobrevivir. Justo cuando piensa que no puede estar más perdido, un lince emerge de las sombras... y se transforma en un hombre justo delante de él. ¡¿Qué?! ¿Cómo es posible? El osezno se queda con la boca abierta y emite un sonido desesperado: 'Enseñame', piensa pero solo sale un ronco gruñido de su garganta.
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Mi propia cueva
Los días que había pedido de vacaciones, supuestamente para relajarme y olvidarme de los problemas de la oficina y la ciudad, ahora no sabían a qué me dirigían. Pasaba el tiempo con Tobias o Dean, corriendo por el bosque, yendo donde mi tía o simplemente visitando la cafetería de Volkon para ver a Ámbar. Ayudaba un poco ahí, y verla siempre sonreír me hacía sentir extraño. Algo en su sonrisa me atrapaba más de lo que me gustaría admitir, y me estaba gustando demasiado. No quería arruinar la amistad que teníamos, así que me mantenía a distancia, aunque era difícil.
Dean y Tobias, con su típica falta de filtros, me sacaron la información a base de bromas y amenazas. Así que, terminé contándoles lo que sentía por Ámbar, y cómo, de alguna forma, ya no me sentía en casa. Había algo que me faltaba, y siempre que veía a Ámbar, me costaba no desear que las cosas fueran diferentes. Me disculpé con Tobias, quien había sido mi refugio desde hace años, pero ambos se lo tomaron con humor.
—Vaya, ahora eres un niño grande, ¿eh? —bromeó Dean, lanzando una mirada cómplice a Tobias.
Tobias rió, sacudiendo la cabeza.
—Creo que está buscando su propia cueva. —Hizo un gesto exagerado con las manos, como si buscara un lugar donde anidar.
Me sentí incómodo.
—Vamos, se supone que ustedes son los más viejos, ¿no deberían comportarse como tal?
Ambos negaron con las manos, riendo todavía.
Sin querer, me escapó un comentario que no planeaba:
—Si me voy, Tobias, te quedarás solo, ¿eh?
Tobias soltó una carcajada.
—No te preocupes, no me quedaré solo. —Luego, con una mirada un poco más seria, continuó—: Un día, tendré a mi compañera a mi lado.
Lo miré, sonriendo, y no pude evitar soltar una broma:
—¿Ah, sí? ¿La gran conquista de Tobias? has estado buscando mucho, ¿eh?
Tobias me miró con una sonrisa astuta.
—Buscar o probar no es lo mismo que querer estar con alguien de verdad. —Me lanzó una mirada con complicidad antes de seguir—: Ya he disfrutado antes de mucha compañía femenina... y también de algunos , ya sabes..
Dean, con su típica actitud exagerada, hizo un gesto de para taparle la boca.
—¡No lo cuentes, Tobias! —bromeó.
Yo volví los ojos al cielo.
—Sí, claro, el experto en romance —respondí, sin poder contener el sarcasmo.
Dean, que había estado callado, ahora no dejó pasar la oportunidad.
—Bueno, cuando dejes los pañales, Derek, entenderás un par de cosas —dijo, dándome un codazo y riendo.
Los tres soltamos una risa, pero en ese momento algo dentro de mí se detuvo. Mi mente no estaba tan enfocada en las bromas. Mientras ellos seguían riendo, pensaba que tal vez sí necesitaba independizarme de Tobias. Era extraño, porque ya tenía un departamento en la ciudad donde vivía solo, pero por más tiempo que pasara ahí, nunca lo había sentido como un hogar. Quizás era eso lo que me faltaba, el cambio, esa sensación de estar realmente en mi propio espacio, sin depender tanto de los demás.
De alguna forma, creía que era hora de dar ese paso, de hacer que mi vida fuera más mía y menos parte de una rutina que ya no me sentía tan propia. Tal vez, al cambiar algo tan básico como mi entorno, podría empezar a ver las cosas con más claridad.
Tobias y Dean me ayudaron con la mudanza como si fuera una misión de alto riesgo, seleccionando mis cosas y transportándolas con más entusiasmo que destreza. La cabaña que elegí era del tamaño perfecto para un oso, lo que no dejaba de ser una ironía para mí. Estaba en el bosque, cerca de la casa de Tobias, un lugar tranquilo, apartado. Aunque, por más que lo pensara, nunca lograría acostumbrarme a lo grande que era todo. La cabaña tenía un aire rústico, pero no me importaba; lo que importaba era que por fin iba a tener un espacio solo para mí.
Dana y Claire también me ayudaron, aunque con sus propios enfoques. Dana se encargaba de organizar todo a la perfección, mientras que Claire no dejaba de molestar a Dean y Tobias con sus bromas y preguntas interminables. El par de ellos no podía con su ocurrencias y picardía. Aunque tenían la paciencia de un santo cuando se trataba de ella, sus bromas y respuestas eran lo más gracioso, incluso si a veces daban la sensación de ser unos completos desastres. Pero tenían que controlar sus ganas de responder como lo harían entre ellos, ya que Claire, a pesar de ser pequeña, era bastante astuta.
A medida que los días pasaban, estaba a punto de regresar a la ciudad para el trabajo. Me encontraba en la cabaña organizando lo que quedaba, cuando, de repente, olí algo familiar, algo que me hizo tensarme por un segundo. Era ella. Ámbar.
Justo cuando comencé a darme cuenta, el golpe en la puerta me sorprendió. No sonó como un simple toque, sino como si ella se hubiera golpeado contra la madera mientras trataba de entrar. Sonreí sin querer mientras me levantaba para abrir.
Al ver a Ámbar, con hojas enredadas en su cabello y en su ropa, intentando sacarlas, me sentí un poco más tranquilo, pero al mismo tiempo, algo en mi pecho se apretó.
—¿Qué has hecho ahora? —le pregunté, cruzando los brazos y observando cómo trataba de despejarse.
Ella, al parecer, había estado corriendo o caminando por el bosque, ya que una pequeña risa escapó de sus labios.
—Fácil correr, difícil frenar —dijo, levantando los ojos con una sonrisa juguetona.
Sin pensarlo, me acerqué a ella y aparté una hojita de su cabello. Ella se quedó mirando por un momento, sorprendida, antes de darme una ligera sonrisa.
—Gracias —dijo, dándome el paquete envuelto en cinta azul, con un diseño de osos que me hizo soltar una risa.
—Bien, si es para un oso, tiene que tener detalles de oso —bromeé, observando la envoltura con curiosidad.
Ella me miró con una mezcla de cansancio y diversión, y roló los ojos.
—Sí, sí, gran oso mandón —respondió.
La invité a entrar, y mientras ella se acomodaba en el sillón, fui a la cocina a prepararle un café. Instintivamente me senté junto a ella, mientras desenvolvía el paquete ella me miraba entusiasmada.
—¿Lo adivinané? —preguntó, mirando el libro de suspenso de mi autor favorito con una sonrisa satisfecha.
—Sí, acertaste —respondí, sonriendo levemente. —Pensé en comprarlo cuando estuviera en la ciudad.
—¿Sabes hay un pequeño despacho de abogados en el pueblo? —me comentó de repente, con una mirada que reflejaba algo de orgullo. —Volkon me ayudó a conseguir un puesto a medio tiempo.
Sonreí al escucharla, aliviado de ver que estaba más tranquila, aunque aún costaba aceptar su propia naturaleza. Pero se notaba que estaba mejor.
—Parece que las cosas van mejor —dije, acomodándome en el sofá mientras hojeaba el libro para no verla tanto.
—Sí... los días realmente han pasado rápido —respondió, dándole un sorbo al café y mirándome con una leve sonrisa.
Un silencio cómodo se instaló entre nosotros, pero había algo en su tono que me hizo darme cuenta de cuánto me estaba afectando el hecho de verla tan relajada, tan distinta de la chica que había llegado al pueblo semanas atrás. Ella ya no era esa persona que trataba de esconder su naturaleza, y aunque sus inseguridades seguían ahí, ya no eran lo único que la definía.