En un mundo donde zombis, monstruos y poderes sobrenaturales son el pan de cada día... Martina... o Sasha como se llamaba en su anterior vida es enviada a un mundo Apocaliptico para sobrevivir...
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capítulo 12
Martina reunió a todos en el salón central antes del amanecer. El aire aún olía a madera quemada y a humedad. Algunos llegaron con los ojos hinchados por el sueño, otros arrastrando los pies, sin saber por qué los habían despertado tan temprano. Pero ella los observó a todos: sus rostros marcados por la incertidumbre, la mezcla de esperanza y agotamiento. Sabía que era ahora o nunca.
Se colocó frente al mapa que colgaba de la pared, donde aún estaban marcados los refugios que, tiempo atrás, fueron considerados seguros. Tomó una tiza y, una por una, los fue tachando.
—La montaña cayó. El hospital del sur fue invadido hace más de una semana. El tren blindado se detuvo en la estación sin regreso. Los refugios ya no existen. —Guardó silencio un momento—. Ya no hay lugar más seguro que este.
Sus palabras flotaron en el aire como una sentencia. Nadie habló. Nadie se movió. Algunos miraron alrededor, como si de pronto entendieran la magnitud de lo que significaba.
—Y en el futuro —continuó ella—, vamos a tener que luchar para protegerlo.
Martina alzó la mirada y vio cómo la atención se centraba en ella. No era una líder por elección, pero en momentos así, las personas seguían a quien más creyera. A quien no temblara al hablar.
—El virus ha mutado. Las plantas, los animales… todo está cambiando. Pronto el aire será distinto. Más denso. Más pesado. Cuando eso ocurra, no será una simple tormenta. Será el sueño profundo.
James levantó la vista, claramente alterado. Sabía lo que eso significaba. Lo había leído también, lo había vivido en su historia. Lara, a su lado, apretó los puños.
—Dormiremos por días, tal vez una semana. Algunos… —Martina dudó, tragó saliva—. Algunos no despertarán. No porque el virus los mate directamente, sino porque sus cuerpos no podrán soportarlo. La deshidratación, el hambre, el miedo… Si no estamos fuertes, no sobreviviremos al sueño.
Un murmullo recorrió la sala. Algunos comenzaron a hacer preguntas. ¿Cómo se preparaban? ¿Qué necesitaban? ¿Y si no les daba tiempo?
Martina alzó una mano y el silencio volvió.
—No saldremos más a explorar, al menos no hasta después del sueño. Vamos a centrarnos en reforzar este lugar, en compartir el alimento de manera equitativa, en dormir por turnos hasta que el primer caso aparezca. Cuando empiecen los síntomas, sellaremos las puertas. Y entonces… esperaremos.
Hubo un largo momento de silencio. Nadie discutió. Nadie gritó. La gravedad de lo que se avecinaba los había sacudido hasta la raíz.
Fue entonces cuando James habló, con la voz cargada de una tristeza antigua.
—Lara y yo… no salimos de casa solo por escapar. Salimos para buscar a nuestro hermano. Él estaba en la guardería cuando todo comenzó… —Hizo una pausa y bajó la mirada—. Mamá estaba en el hospital. Fuimos por ella primero, pero… la perdimos en el camino.
Lara se acercó, con los ojos brillantes de lágrimas contenidas.
—No sabemos si está vivo. No sabemos si alguien lo protegió… Solo podemos tener fe en que alguien como tú, Martina, lo encontró antes que el mundo se apagara.
Martina sintió un nudo en la garganta. No era fácil cargar con tantas esperanzas ajenas. Pero ese era su papel ahora.
—Yo también perdí personas —dijo al fin,recordando su vida pasada—. Y si algo aprendí… es que la única forma de seguir es creyendo que aún hay algo por lo que luchar. Tal vez él esté vivo. Tal vez nos esté esperando. Pero no podemos buscarlo hasta que seamos fuertes. Hasta que el sueño haya pasado. Sobrevivir ahora es la única forma de encontrarlos después.
Los demás asintieron en silencio. Esa noche, no hubo discursos heroicos ni promesas vacías. Solo el reconocimiento de una verdad dura y cruda: estaban solos, y debían bastarse.
Martina miró a todos una vez más. Cada uno de ellos era una pieza clave. Mike, con su energía inagotable. Steven, con su control mental que podía alterar hordas enteras. James y Lara, con sus dones aún en desarrollo pero con un fuego interior que ardía fuerte. Todos contaban. Todos eran parte de algo más grande.
—Este es nuestro hogar ahora —dijo, con voz firme—. No por las paredes, ni por la comida, ni por las armas. Sino porque aquí estamos nosotros. Y mientras estemos juntos, mientras confiemos los unos en los otros, tendremos una oportunidad.
Afuera, el sol apenas asomaba tras el horizonte, tiñendo el cielo de un rojo enfermizo. El aire ya se sentía distinto. La naturaleza contenía el aliento.
Y el sueño profundo… ya se acercaba.