Anastasia Volkova, una joven de 24 años de una distinguida familia de la alta sociedad rusa vive en un mundo de lujos y privilegios. Su vida da un giro inesperado cuando la mala gestión empresarial de su padre lleva a la familia a tener grandes pérdidas. Desesperado y sin escrúpulos, su padre hace un trato con Nikolái Ivanov, el implacable jefe de la mafia de Moscú, entregando a su hija como garantía para saldar sus deudas.
Nikolái Ivanov es un hombre serio, frío y orgulloso, cuya vida gira en torno al poder y el control. Su hermano menor, Dmitri Ivanov, es su contraparte: detallista, relajado y más accesible. Juntos, gobiernan el submundo criminal de la ciudad con mano de hierro. Atrapada en este oscuro mundo, Anastasia se enfrenta a una realidad que nunca había imaginado.
A medida que se adapta a su nueva vida en la mansión de los Ivanov, Anastasia debe navegar entre la crueldad de Nikolái y la inesperada bondad de Dmitri.
NovelToon tiene autorización de Daemin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
capitulo 12: Mujer de hielo, Hombre de fuego
[POV: Anastasia]
El sonido del teclado era lo único que llenaba el pequeño cuarto de control donde pasaba las tardes.
Llevaba casi una hora registrando lotes de medicamentos en el sistema interno de la clínica. Un trabajo monótono, sí. Pero seguro. No tenía que mirar a nadie, no tenía que fingir. Solo escribir, revisar códigos, actualizar inventarios.
Desde hacía semanas, ése era mi único papel. Y no me quejaba.
Comencé a guardar las cosas. Cerré la laptop, agrupé las carpetas y apagué el escáner. Había aprendido a no tocar nada más de lo necesario. En ese lugar, el más mínimo error podía verse como una curiosidad peligrosa. Y yo no quería parecer curiosa.
Salí del cuarto. Caminé por el pasillo largo hasta la recepción, donde como siempre, todo estaba en silencio. Un guardia distraído jugaba con su reloj. Una mujer de limpieza fregaba con cara de hastío. Todo parecía normal. Aburridamente normal.
Hasta que una pelota de goma rodó frente a mí.
Me detuve.
Detrás venía un niño corriendo. Cabello desordenado, mochila grande, uniforme algo sucio. Se frenó de golpe al verme y abrió los ojos como si se hubiera metido en problemas.
Me agaché y recogí la pelota.
—¿Estás bien? —le pregunté.
El niño asintió con fuerza.
—Perdón, señorita. No vi que venía alguien…
—No te preocupes. ¿Tu mamá está por aquí?
—Sí, está en la farmacia. Yo estaba… solo estaba jugando.
—¿Y sabes que no se juega en los pasillos, verdad?
Asintió de nuevo, con esa sonrisa nerviosa que tienen los niños cuando saben que la regaron pero no quieren ser regañados.
—No pasa nada —le dije—. Pero guarda esto antes de que te metan en líos.
Le devolví la pelota y él corrió de vuelta por donde vino.
Lo observé unos segundos más, hasta que desapareció en una esquina. Y entonces me di cuenta que estaba sonriendo sola.
Respiré hondo. Y seguí caminando.
Cuando crucé la puerta principal, el frío de Moscú me golpeó la cara. El cielo estaba gris. Era uno de esos atardeceres que no se definen: ni luz, ni sombra. Solo esa sensación espesa en el aire.
La camioneta negra ya estaba ahí.
Y no era el chofer de siempre quien estaba de pie junto a la puerta.
Era Alexei.
Traje gris oscuro. Camisa cerrada hasta el cuello. Las mangas del saco le marcaban los hombros con precisión. De lejos, parecía una estatua. De cerca, era aún más intimidante.
—¿Seras mi chofer ahora? —pregunté al acercarme, sin evitar el sarcasmo.
No respondió. Solo abrió la puerta del auto con un movimiento seco.
Subí, y segundos después, ya estábamos en marcha.
—¿Vamos a la mansión? —pregunté.
—¿Entonces?
—Cambio de planes —dijo sin mirarme—. Esta noche acompañarás a los señores Ivanov.
—¿Y eso se avisa así… sin previo aviso?
—¿Alguna vez te han avisado algo con anticipación?
Me quedé callada. Buena respuesta. Lamentablemente.
—¿Y por qué viniste tú por mí?
—Porque los demás tienen cosas más importantes que hacer.
Lo volteé a mirar lentamente.
¿Perdón?
Me tomó unos segundos procesarlo. No por la sorpresa, sino por el descaro con el que lo soltó, como si acabara de decir que afuera está lloviendo.
—¿O sea que recogerme es lo menos relevante del día?
—Sí.
Cero titubeo. Cero culpa. Lo dijo como quien confirma que el cielo es azul.
Me giré hacia la ventana, indignada. Tragué saliva.
¿Este hombre era real? ¿O lo fabricaron con piezas de piedra y batería emocional de baja duración?
—Impresionante.
—¿Qué cosa?
—Tu capacidad para no suavizar nada.
—Nunca ha sido necesario.
Lo miré de nuevo, esta vez con más atención. Ni una gota de sarcasmo, ni un gesto Simplemente, no le importaba sonar agradable. O sonar, en general.
Respiré profundo. Claramente, hablar con él era como tener una conversación con una puerta bien cerrada… con tranca doble.
...----------------...
Cuando llegamos a la mansión, las luces ya estaban encendidas.
No entramos por la entrada principal. Giramos hacia un acceso lateral, más discreto, como si mi presencia siguiera siendo un secreto incómodo. Una de las empleadas me aguardaba al pie de la escalera, recta, inexpresiva. Era la misma que me había recibido el primer día.
—Debe prepararse —dijo con voz neutra, casi ensayada—. Todo está en su habitación.
No pregunté por qué. A estas alturas, preguntar ya era perder el tiempo.
Asentí sin decir nada. Ya no me sorprendía nada de eso. Ni el tono, ni el protocolo. Me limité a subir.
En mi habitación, sobre la cama, había una caja negra con un lazo azul marino. Impecable. Elegante. Lo abrí sin apuro.
Adentro, un vestido azul oscuro. De esos que no necesitan adornos porque hablan por sí solos. Tela suave, ajustada al cuerpo, con una abertura en la pierna y la espalda completamente descubierta. Junto a él, tacones finos, un perfume delicado y una pequeña caja con maquillaje neutro. Todo calculado. Pero también… perfecto.
Me tomé un momento. Lo miré bien. Sonreí, apenas.
Cuando me vi en el espejo… esta vez sí me reconocí.
Mi piel blanca contrastaba con el azul del vestido. Mis curvas, marcadas. Mi mirada, firme. No había duda de que me veía bien. Muy bien.
...----------------...
La puerta principal de la mansión se abrió lentamente. Anastasia apareció en lo alto de la escalera, y por un instante, el aire pareció sostenerse.
La camioneta negra aguardaba frente a la entrada, motor encendido, vidrios apenas polarizados.
Dentro, Dmitri la vio primero.
Vestía con elegancia extrema: pantalón negro entallado, camisa blanca abierta en el cuello, sin corbata. Un reloj caro en la muñeca y una postura de hombre que sabe lo que provoca. Su presencia era magnética. No necesitaba hablar para alterar el aire. Se humedeció los labios al verla bajar y sonrió, ese tipo de sonrisa que no nace por cortesía, sino por deseo contenido.
Apoyó un brazo sobre el respaldo, ladeando el rostro sin quitarle los ojos de encima.
—Mierda... —murmuró, casi para sí mismo.
Y entonces, su voz sí se oyó más clara, profunda, cargada de intención.
—Súbete, ángel. Antes de que cambie de idea y te lleve directo a otro sitio.
Anastasia no respondió. Solo abrió la puerta trasera y entró con naturalidad, como si nada de eso le afectara… aunque sus pulsaciones iban más rápido de lo que aparentaba.
Y ahí estaba Nikolái.
Sentado en el otro extremo, traje negro a medida, camisa gris oscuro, cuello impecable. El reloj en su muñeca brillaba bajo la luz del auto, pero no tanto como su mirada.
No dijo una sola palabra. Solo la miró.
De arriba abajo. Sin prisa. Sin disimulo. Con una intensidad que no era lujuria… era dominio. Una evaluación silenciosa. Como quien ya decidió qué lugar ocupa cada pieza en el tablero.
Cuando terminó de mirarla, solo se acomodó en el asiento. Cruce de piernas. Brazos relajados. Un mínimo gesto de aprobación. Y silencio.
Anastasia se sentó en medio. Ni muy lejos de uno, ni demasiado cerca del otro. El aire entre ellos se volvió espeso.
El chofer arrancó. Y el silencio se instaló como un tercer acompañante.
Afuera, Moscú resbalaba tras los cristales, desdibujada por la velocidad y las luces de la ciudad. Pero dentro del auto, lo que sentía no era movimiento. Era contención.
Dmitri seguía observándola con descaro elegante. Nikolái no volvió a mirarla, pero la energía que emitía bastaba. Ambos, tan distintos… tan jodidamente peligrosos.
Y ella, en medio. En calma. Pero consciente.
No sabía a dónde iban exactamente. Pero sí sabía esto:
Esa noche, no iba a ser una más. Y después de verla, ellos también lo sabían.
Continúa...